Estoy aquí, sometido a dos vientos.
Hay un viento de popa que me hace mirar hacia atrás para conocer,
para saber de dónde venimos, quiénes somos, que es lo que valía y
por qué, qué es lo que consiguieron y para qué. Y hay otro viento
de proa, que me invita a ver el futuro y cómo podría ser. Si miro
al mascarón de proa, veo detrás el horizonte y en él la muerte, la
muerte segura, ineludible, lógica, absurda, como una condena, quizás
como una liberación, en todo caso, como un fin. Como el fin.
Estoy aquí, en medio de estos dos
vientos, con la necesidad urgente, angustiosa, gozosa, placentera,
dolorosa, trabajosa y exigente de vivir. Tengo que vivir porque,
aunque no sepa cuándo, me voy a morir. No me valen las huidas, ni
hacia adelante ni hacia atrás ni hacia arriba ni hacia abajo. Cada
día es una batalla que hay que ganarle a la nada, una victoria de la
vida sobre la muerte. Si no me fuera a morir, no tendría ninguna
prisa por vivir, pero no es el caso. Cada minuto es sagrado. Cada
momento es único. No nos engañemos. Buenas noches.
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