Ahora
me parece que es ilegal, pero hasta hace unos años se podía
observar a algunos pescadores, situados en el puente sobre la bahía
o en la playa, con sus cañas, lanzando sus anzuelos y sus carnazas
al mar de la esperanza, a ver si alguna lubina despistada o
hambrienta picaba. Cuando esto ocurría y aparecía la deseada pieza con el anzuelo clavado en la boca, el pez se rebelaba y ponía en
escena un trágico ballet de rechazo del dolor y de defensa de su
vida, pleno de coletazos y de intentos de zafarse de las garras del
destino. La lucha era feroz y la victoria prácticamente imposible,
pero la dignidad de la lubina quedaba a salvo de toda sospecha.
Cualquier observador podría afirmar que la pobre lubina había
actuado como una verdadera lubina.
El
ser humano actual, en cambio, ha renunciado a actuar como un
verdadero ser humano, y, ante cualquier ocasión en la que podría
mostrar su humanidad, se ha aficionado a tragar, a aceptar sin ningún
tipo de ballet de defensa o de protesta lo que le echen, lo que le
pase, lo que le timen, lo que le engañen, lo que quieran darle, lo
que intenten hacer con él.
En
lugar del ballet de la dignidad, el ser humano actual traga entre
risas lo que los despabilados del mundo le ponen delante, sin
mirarlo, sin masticarlo, sin digerirlo, sin saber lo que es y sin
tener conciencia de que se ha convertido en un tragón útil para el interesado. No
solo es incapaz de actuar como un ser humano, sino ni siquiera como
una lubina.