Es frecuente que los feligreses y los
sacerdotes de las distintas religiones políticas actuales suelten en
público sonoros disparates y cometan sin rubor torpezas variadas.
Probablemente les lleve a ello el no tener clara su salvación y el
temor a una posible condena. Han olvidado, además, las enseñanzas
de sus libros sagrados y se han dedicado a adorar becerros de oro y a
la lucha entre tribus. Separan, en lugar de unir, y así es muy
difícil llegar a ningún paraíso. Son incapaces, por lo demás, de
reconocer sus pecados. Son reacios desde hace tiempo a la meditación
y tienden más a decir lo primero que se les ocurre, sin ningún
temor ni a su dios ni al ridículo. Yo diría que han perdido la fe
y, sobre todo los sacerdotes, las ganas de predicar para que los
feligreses, además de opinar, entiendan.