Los antiguos griegos, inventores de la
democracia, idearon también un sistema para neutralizar la acción
de aquellas personas que, por su comportamiento, eran un obstáculo
para el buen funcionamiento de las instituciones democráticas. Se
denominaba ostracismo. Consistía en que cada ciudadano
inscribía en un trozo de barro (ostracon), procedente de los
restos de la fabricación de las vasijas, el nombre de la persona que
creía que entorpecía el funcionamiento de la sociedad. Si alguien
obtenía la mayoría absoluta de los votos, debía abandonar la
ciudad durante un mínimo de 10 años. Era un procedimiento muy
higiénico que seguramente aliviaría nuestros problemas actuales, si
empezáramos a aplicárselo, por ejemplo, a Wert y, luego, a todos
los demás.
Este ostracismo debería aplicarse de
día. De noche, el procedimiento debe ser justamente el contrario. Lo
último que tendríamos que hacer, antes de echar el cierre, es
recordar a las personas que no quisiéramos por nada del mundo que
nos abandonaran. Sobre todas ellas sería bueno que una vez más
formáramos nuestra nube de cariño para que cayera sobre ellas la
refrescante lluvia de nuestro afecto. Buenas noches.