Hay detalles insignificantes en apariencia, pero que muestran con bastante claridad la actitud de una persona en el mundo ante los demás.
Por ejemplo, en un ambiente de silencio, aquél a quien los demás no le importan gran cosa pasará las páginas del periódico como el que le pega latigazos por las malas noticias que trae. No tendrá inconveniente alguno en romper inútilmente el silencio, cosa por la que debería recibir algún castigo divino.
O el que se pasa la vida silbando en el autobús, en los pasillos, en las salas de espera o allí donde esté.
O el que en las reuniones se dedica a entablar conversaciones privadas mientras otro está hablando y los demás intentan escucharlo.
No me vale que me digas que son cosas que se hacen sin darse uno cuenta. Hay que darse cuenta de lo que uno hace, que ya no somos críos. Tiempo hemos tenido de crearnos el hábito de no molestar en público. Esa es una de las cosas en las que consiste la educación.
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