Hay un cierto punto de vista desde el que el Carnaval e Internet tienen algún aspecto de coincidencia que resulta interesante.
Yo creo que el Carnaval no es un momento en el que, bajo la apariencia de un disfraz, se adquiera transitoriamente una personalidad distinta de la propia. Más bien me parece que es al revés, que, estando uno disfrazado todos los días y teniendo que ser no exactamente como uno es, en Carnaval te quitas el disfraz y te pones uno de algo que no vas a ser en toda tu vida, pero que te ayuda a ser como verdaderamente eres, al menos mientras puedas ir bajo la absurda apariencia de Napoleón o de una monja. El disfraz va anunciando que hay un cambio. Y eres tú el que ese día puedes vivir efectivamente tal cambio para ser, no lo que te obligan a ser, sino lo que en el fondo eres. En Carnaval, según lo veo yo, no te vistes de otra cosa, sino que te desnudas de lo que habitualmente vas vestido, que es algo que te resulta forzado y no del todo gratificante.
Esto que ocurre en Carnaval puede ocurrir también en Internet. Es cierto que la absurda, aunque comprensible, manía del anonimato recorre blogs, chats, foros y todo aquello en donde puedes entrar y decir algo. Pero también es constatable que hay quienes se quitan el disfraz cotidiano cundo se sientan ante las teclas y dicen lo que de verdad piensan, y no mienten ni engañan, y usan su libertad para colaborar a crear un mundo en el que sean reales los valores en los que creen.
En todo caso, en Carnaval te desahogas siendo lo que quieres ser, aun a sabiendas de que al día siguiente todo volverá a la lamentable normalidad. En Internet, en cambio, haces lo mismo, pero lo que escribes queda ahí. Tú quedas ahí escrito, si has tenido la valentía y la honestidad de ser tú mismo el que has escrito aquello.