No todo lo sagrado es religioso.
No toda la música sagrada es música religiosa,
aunque hay músicas religiosas que sí son sagradas.
El problema fundamental de la vida es un problema ético. ¿Cómo actuar hoy para crear un mundo más humano? ¿Cómo actuar de manera humana para crear un mundo mejor?
No todo lo sagrado es religioso.
No toda la música sagrada es música religiosa,
aunque hay músicas religiosas que sí son sagradas.
No todo lo sagrado es religioso.
No toda la música sagrada es música religiosa,
aunque hay músicas religiosas que sí son sagradas.
No todo lo sagrado es religioso.
No toda la música sagrada es música religiosa,
aunque hay músicas religiosas que sí son sagradas.
No todo lo sagrado es religioso.
No toda la música sagrada es música religiosa,
aunque hay músicas religiosas que sí son sagradas.
La etóloga Jane Goodall, una científica con una trayectoria interesantísima que merece la pena que se conozca, ha promovido la campaña Movilízate por la selva para intentar evitar los problemas que existen en la República del Congo en relación con el coltán, un mineral necesario para la fabricación de teléfonos móviles. Presta atención a este vídeo y entra en la página de la campaña Movilízate por la selva.
Hay quien tiene una facilidad extraña para ver la realidad con una evidencia absoluta. O no ven la complejidad que lleva dentro cualquier aspecto de la realidad o la reducen a alguno de sus elementos más simples. No veo otra posibilidad de obtener estas evidencias tan tranquilizantes, tan llenas de una sospechosa seguridad, tan mortecinas, tan falsas. Yo prefiero la duda. Veo más vida en la duda que en la evidencia, en la inseguridad honesta que en la tranquilidad falsa. Nadie se hizo fuerte defendiendo evidencias vacías. En cambio, en esa lucha que gana batallas, pero que nunca vence en la guerra, que es el combate contra la duda, la debilidad suele escaparse por alguna rendija y te deja el humano sabor de haber conquistado una pequeña certeza provisional, que te será válida hasta que de nuevo haga su aparición la duda, siempre acechante, y la acojas como tu querida y odiada compañera de viaje.
Puedo quererte estando a tu lado, viéndote y dejando que tú me veas, cuidándote y procurando que estés bien.
Puedo quererte estando delante de ti, tirando de ti, sugiriéndote, mostrándote caminos nuevos, haciéndome visible para que sepas que estoy ahí.
Y puedo quererte también estando por detrás, viéndote yo, pero sin que tú me veas, haciendo que de vez en cuando escuches mi respiración, aunque sin que el calor de mi espiración llegue a tu nuca, pendiente de si miras hacia atrás pidiendo ayuda para salir a tu encuentro.
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Me había acostumbrado a creer que la gripe era la fiebre, que la primavera eran las flores, que el día era la luz, que la felicidad era ese rato agradable en el que se te escapa sin querer una leve sonrisa y que el amor era un sentimiento.
Un día aprendí a no confundir las causas con los efectos y me di cuenta de que éstos son en realidad las consecuencias de unos procesos, de unas circunstancias y de unas decisiones en las que lo racional tiene mucho peso. Los procesos, las circunstancias y las decisiones son las causas de un producto final en cada momento, que es el efecto.
Comprendí así que la fiebre es el efecto de un proceso racional de infección que se manifiesta en una subida de temperatura, la cual sería imposible sin la infección. Entendí que para que hubiera flores tenían que darse un cúmulo enorme de circunstancias que, con su funcionamiento racional, culminaban en esa flor que admiraba con placer. Me asombré ante la cantidad de movimientos y de fuerzas que con sus leyes racionales tenían que entrar en acción para que hoy apareciera la luz durante el día. Y me sobrecogí al constatar todo lo que tuve que añadir yo a las circunstancias, pensando y razonando, para que esa sonrisa tenue, pero profunda, que me sabía a felicidad, apareciera en mi rostro. Sin esas causas nunca se hubieran dado esos efectos. Y no me digas que no son esas todas las causas que producen esos efectos, porque no es eso lo que yo te digo. No son esas todas las causas. Lo que digo es que son necesarias, que quiere decir que no pueden faltar.
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Imagina que diste a luz el domingo pasado en un hospital público marroquí. Un niño precioso.
Imagina que te dieron el alta al día siguiente, lunes.
Imagina que volviste a casa, cansada, sangrando del post-parto, con dolores aún en un útero que lucha por volver a su sitio.
Imagina que en casa te está esperando tu niña de dos años y dos meses y tu pareja.
Imagina que esta mañana mientras bañabas al bebé comenzaste a ver que le costaba respirar.
Imagina que corriste al hospital público marroquí.
Imagina que te dijeron que no podían atenderte.
Imagina que fuiste dos veces.
Imagina que la tercera vez tu bebé dejó de respirar casi en la puerta del hospital.
Imagina que pediste auxilio por tu bebé muerto.
Imagina que se lo llevaron a la morgue del hospital.
Imagina que a ti, a tu niña de dos años y dos meses y a tu pareja os llevaron a comisaría.
Ahora imagínate retorciéndote de dolor en las entrañas, el dolor agrio de la muerte de tu hijo, el dolor de un útero que te recuerda recién parida, el dolor de una leche que sube a tus senos duros como piedras. Pero imagínate NEGRA, imagínate AFRICANA, imagínate POBRE, imagínate SIN PAPELES.
Estás sentada, doblada sobre tu vientre en aquel sucio despacho de policías que van y vienen y te hablan en una lengua que no entiendes. Allí te miro e intento traducirte las preguntas que me parecen estúpidas, crueles e inhumanas.
Quieren saber qué hacéis en su reino, cómo habéis entrado y cuánto tiempo lleváis aquí. Quieren saber cómo os llamáis, cómo se llaman vuestros padres y porqué habéis venido.
Tu pareja grita y pide piedad. Sabe que todas las preguntas van dirigidas a justificar una deportación al desierto. Tu pareja grita y te tranquiliza llamándote "honey".
Tu niña sonríe, juega con su gorro y canta "haleluya".
La policía busca un intérprete de árabe a inglés para hacer el parte y llevaros a Tribunal.
Me dices que si te deportan al desierto y allí te violan no crees que aguantarás el dolor, que aún estás recién parida.
Un policía se me acerca y me pregunta: ¿Por qué hacéis esto? ¿Por placer? Este amable policía llama "esto" a acompañar a unos padres sumidos en el dolor, a comprar algo de comida para una niña que lleva todo el día sin probar bocado y a intentar traer un poco de humanidad o al menos de buen trato a esa puñetera comisaría.
Entonces le miro, me horroriza su frialdad, y le contesto, lo hacemos por amor. Veo en él a esos seres que comen, cagan y hacen de policía para poder seguir comiendo y cagando. Siento lástima.
Detienen a tu pareja en comisaría y me dicen que como caso humanitario te dejan dormir en casa. Mañana tienes que pasar el Tribunal junto a tu marido.
Te hundes. Es la primera vez que te veo enderezar ese vientre que te duele. Gritas y lloras hasta que un policía te manda callar.
No lo soporto, me puede la escena y le pido por favor que entienda que tu hijo ha muerto hoy, que estás recién parida, que te duelen las entrañas.
Me responde con desprecio que en este reino hay unas leyes, que aquí se hace lo que dice el procurador del rey y que tú eres una NEGRA CLANDESTINA.
Mañana iremos al Tribunal, mañana un hombre de este reino decidirá si te tiran a ti y a tu niña al desierto de madrugada. A partir de ahí la suerte decidirá si serás violada, si tu hija será raptada o por qué no violada también.
Imagínate que todo eso te ha pasado hoy.
Imagínate que a todas nos duelen sus entrañas.
Imagínate que a todas nos duelen nuestras entrañas.
Hubo un tiempo en el que no me gustaba llamarle clase. Prefería estilo o incluso humanidad. Un ataque de ingenuidad y de igualdad muy mal entendida me hacía creer que era como caer en el clasismo llamar clase a eso difícilmente describible que hace atractiva a una persona simplemente por ser persona de una determinada manera.
Hoy prefiero otra vez llamarle clase. Estoy de nuevo convencido que hay quien se empeña en que en este mundo haya clases diferentes y que la vida tiene que convertirse en una lucha de clases. Más exactamente, este mundo parece que se divide entre los que tienen clase y los que no la tienen, y que la vida la mayor parte de las veces consiste en librarse de los que no tienen clase, en intentar quitárselos de encima o en procurar que su nefasto influjo no te haga malvivir.
Si me pides que te cuente en qué consiste tener clase, te invito a que leas lo que el gran Manuel Vicent escribió el domingo pasado en El País. Léelo aunque no me pidas que te lo cuente. Merece la pena que lo hagas y que lo pienses.
MANUEL VICENT
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EL PAÍS - Última - 07-03-2010
No depende de la posición social, ni de la educación recibida en un colegio elitista, ni del éxito que se haya alcanzado en la vida. Tener clase es un don enigmático que la naturaleza otorga a ciertas personas sin que en ello intervenga su inteligencia, el dinero ni la edad. Se trata de una secreta seducción que emiten algunos individuos a través de su forma natural de ser y de estar, sin que puedan hacer nada por evitarlo. Este don pegado a la piel es mucho más fascinante que el propio talento. Aunque tener clase no desdeña la nobleza física como un regalo añadido, su atractivo principal se deriva de la belleza moral, que desde el interior del individuo determina cada uno de sus actos. La sociedad está llena de este tipo de seres privilegiados. Tanto si es un campesino analfabeto o un artista famoso, carpintero o científico eminente, fontanero, funcionaria, profesora, arqueóloga, albañil rumano o cargador senegalés, a todos les une una característica: son muy buenos en su oficio y cumplen con su deber por ser su deber, sin darle más importancia. Luego, en la distancia corta, los descubres por su aura estética propia, que se expresa en el modo de mirar, de hablar, de guardar silencio, de caminar, de estar sentados, de sonreír, de permanecer siempre en un discreto segundo plano, sin rehuir nunca la ayuda a los demás ni la entrega a cualquier causa noble, alejados siempre de las formas agresivas, como si la educación se la hubiera proporcionado el aire que respiran. Y encima les sienta bien la ropa, con la elegancia que ya se lleva en los huesos desde que se nace. Este país nuestro sufre hoy una avalancha de vulgaridad insoportable. Las cámaras y los micrófonos están al servicio de cualquier mono patán que busque, a como dé lugar, sus cinco minutos de gloria, a cambio de humillar a toda la sociedad. Pero en medio de la chabacanería y mal gusto reinante también existe gente con clase, ciudadanos resistentes, atrincherados en su propio baluarte, que aspiran a no perder la dignidad. Los encontrarás en cualquier parte, en las capas altas o bajas, en la derecha y en la izquierda. Con ese toque de distinción, que emana de sus cuerpos, son ellos los que purifican el caldo gordo de la calle y te permiten vivir sin ser totalmente humillado.
Hoy es el Día Internacional de la Mujer. Es un día necesario porque todavía desgraciadamente hay que recordar que muchas mujeres no son tratadas en nuestro mundo como seres humanos, como lo que son. Desde hace mucho tiempo, la sociedad está organizada por los hombres y para los hombres. Las mujeres han empezado a reaccionar cada vez con más fuerza, intentando que las discriminaciones que sufren en todos los aspectos sociales sean anuladas. El camino es difícil, porque no se trata sólo de remover las conciencias de los hombres, sino también de muchas mujeres que admiten como normal un machismo que tienen asumido sin criticarlo. Ojalá llegue el día en el que no sea necesario celebrar el Día de la Mujer, sino el de los seres humanos. Mientras tanto, más que desearles a las mujeres muchas felicidades, prefiero desearles muchas igualdades. Son las metas que hay que ir consiguiendo.
Si te vas a la guerra con las gafas de cerca, es posible que confundas al adversario con el amigo que crees que se ha equivocado. Intentarás, entonces, acabar con él, porque a la guerra se va a acabar con el otro.
Pero si te vas con las gafas de lejos, además de ver al amigo equivocado, tendrás en cuenta también las consecuencias de su derrota y entonces es posible que comprendas que tu victoria a quien realmente beneficia es al tercero, al verdadero adversario, a tu adversario y al que lo es también de aquél a quien has derrotado. Quizás te des cuenta de que es a él a quien le has hecho el juego y con el que has colaborado en la lucha, aunque no te hayas dado cuenta. Hay veces que por no mancharse uno los zapatos de agua, camina por el fango que hay alrededor del charco y terminas ensuciándote más.
Con el disfraz puesto soy modosita. Parezco educada. Ejerzo de lideresa. Tengo una imagen cuidada. Soy capaz de resultar atractiva, pero sin afectar a la dimensión sexual de los hombres, sino a sus deseos de poder, en donde sé que ven en mí una aliada. A los que no quieren poder, sino seguridad, les explico bien lo que quieren saber, sin que se den cuenta, ni por asomo, de que no es eso lo que necesitarían saber. Soy la eterna servidora de todos.
Pero sin el disfraz soy otra. Diría que soy yo, sin necesidad de depender de la opinión de esa chusma deseosa de poder, de dinero o de nada. Me pillan a veces diciendo tacos, pero ¿qué sabrán ellos de lo que quema y agota ejercer el poder? Se asustan cuando llamo hijoputa al que es un verdadero hijoputa. ¿Saben ellos lo que es aguantar un día y otro a esta peste de aspirantes sin clase, sólo con verborrea, y capaces de dialogar hasta con el enemigo? Se escandalizan cuando veo una de esas estatuas modernas que se empeñan en poner en las rotondas y digo que es una puta mierda. No se dan cuenta de lo malo y lo estúpido que es lo moderno. No saben nada de nada.
Y lo peor de todo es no poder quitarme el disfraz, los disfraces de cada día. Necesito que siga siendo carnaval para poder disfrazarme de mí misma y poder seguir llamando hijoputa al que me pete y seguir diciendo que el arte moderno es una puta mierda y volver a poner cuando me dé la gana en situaciones difíciles a los alcaldes deseosos de que los siga poniendo en las listas. No quiero más disfraces. Viva el carnaval.
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