En la evolución del ser humano
concreto, de cada individuo, hay un paso cualitativo importante desde
la fe hacia la razón. El niño no sabe casi nada, pero debe creerse
lo que le dicen los mayores, porque, si no lo hace, seguramente no
sobrevivirá. A medida que va creciendo en él el uso de la razón y
va adquiriendo conocimientos, tiene que dejar de creerse lo que le
dicen, para ser él mismo, con su saber, el que dirija su propia
vida.
Lo mismo ocurre cuando se considera la
especie humana. Los primeros seres humanos no estaban en condiciones
de usar la razón de la misma manera que la podemos usar ahora.
Tenían que echar mano de la fe, de las creencias en lo que algunos
grandes hombres les decían, para poder lograr la supervivencia.
Posiblemente este sea el origen de algunas normas higiénicas o
éticas que se han transmitido a lo largo de la historia. Cuando el
ser humano ha ido acumulando conocimientos y ha sido capaz de
interpretar el mundo con la razón, ha ido reinterpretando lo que
antes creía y ha ido rechazando aquellas normas que le parecían
injustas, absurdas o irracionales.
En el momento histórico actual no
parece muy justificable que un ser humano desarrollado y consciente
de las capacidades humanas siga anteponiendo su fe religiosa-una de
las fes posibles- a lo que le dice la razón. No parece concebible
que, por ejemplo, se siga discriminando a las mujeres, como hacen
prácticamente todas las religiones, cuando la razón te hace
comprender que todos los seres humanos somos iguales en derechos, con
independencia del sexo que se tenga. Por eso parece una maniobra de
escasa calidad humana la de la Iglesia católica británica, que ha
pedido ayuda a las comunidades judías y musulmanas para ir en contra
del proyecto de legalizar el matrimonio entre personas homosexuales.
Si hay un contravalor que detecta enseguida el retraso en el
desarrollo humano de una persona, este es el de la intolerancia. Por eso, estos rancios religiosos quedan pronto al descubierto. No me
extraña que cada vez haya más personas que se sitúen en contra de
las Iglesias y, por extensión, contra todas las religiones: no les
dejan vivir.