Ayer hacía mucho calor en Madrid en la
calle, pero ayer en Madrid había que estar en la calle porque era el
día de la marcha del Orgullo y había que poner el correspondiente
granito de arena en defensa de los derechos de las personas LGTBIQA+.
Ahora es un momento importante, no solo para estas personas, sino
para todos. En un mundo en el que hay casi 8.500 millones de
habitantes no se le puede ocurrir a nadie, por muy fascista que le
guste ser, que los demás deban hacer no lo que democráticamente se
haya aprobado, ni lo que el uso común de la razón justifique que
sea lo ético, sino lo que a estos militantes de la ignorancia se les
ocurra. Y es lo que está pasando con los derechos humanos, con las
libertades, con la igualdad y con todo lo que ha hecho que los seres
humanos seamos más humanos. Por eso había que estar ayer en Madrid
en la calle, pasando un poco de calor, pero sin ser indiferente a las
injusticias ni a las amenazas que están renaciendo.
Lo que más me gustó de todo lo que vi
fue el ambiente de respeto, de sensibilidad, de convivencia en la que
cabíamos todos, de apoyo de multitud de personas heterosexuales a
quienes tienen una identidad sexual, una identidad de género y una
expresión de género diferentes a la propia. Eso era no defender sólo las propias ideas, sino apoyar también las de los demás. Como sucede
siempre, la marcha fue un acto de solidaridad y de convivencia. Allí
podíamos estar todos y de una manera civilizada.
Lo malo fue la vuelta a casa. Nada más
bajarme del autobús vi que estaban sentados en un banco un grupo de
chicos y chicas de alrededor de quince años. Ellos, todos vestidos
de negro, y ellas, con su pantalón corto, o sea, todos de uniforme.
Cuando tomé tierra, uno de los chicos le gritaba a una chica:
-Que no te enteras, hija de puta, que
eso no es así.
Pensé en seguida que allí estaba de
nuevo la brutalidad, la chabacanería, el machismo, la chulería
inhumana, la ignorancia y la mala educación, pero pensé más en lo
poco preparada que veía a la chica para lidiar con ese tipo de
elementos y, en lugar de mandarlos a tomar vientos, dedicarse a
tragar, a tragar lo que hiciera falta. En este país se tragan
demasiadas cosas que no son razonables.