Tal día como hoy de 1933 Federico García Lorca, estrenó su obra Bodas de sangre en el Teatro Beatriz, de Madrid.
Tienes más información aquí del autor y de la obra.
Puedes leer Bodas de sangre aquí.
El problema fundamental de la vida es un problema ético. ¿Cómo actuar hoy para crear un mundo más humano? ¿Cómo actuar de manera humana para crear un mundo mejor?
Juan Muñoz era un artista español nacido en 1953 y fallecido en 2001. Aunque se dedicó a varias facetas del arte, su actividad más conocida es la de la escultura. También por este motivo es conocida su mujer, Cristina Iglesias, autora de la imponente puerta de entrada del edificio de ampliación del Museo del Prado.
En 2009 el Museo Reina Sofía realizó una enorme exposición de la obra de Juan Muñoz. En ella pudimos contemplar buena parte de la obra de este gran artista, llena de teatralidad, de misterio, que crea una peculiar comunicación con el espectador y que reintroduce el figurativismo en la escultura. Ahora, y hasta el 11 de junio, la madrileña sala Alcalá 31 ofrece una colección de sus últimas obras titulada Todo lo que veo me sobrevivirá. Algunas, como la denominada Plaza, no vistas en España desde la exposición de 1996 en el Palacio de Velázquez, en Madrid, para la que fue creada.
Quiero detenerme brevemente en la obra de 1997, titulada Con la corda alla bocca (Con la cuerda en la boca), que aparece en la fotografía. Se trata de un homenaje que el artista hizo a la trapecista que Edgar Degas pintara en 1879 en su obra Mademoiselle La La au cirque Fernando.
La obra de Muñoz tiene, en general, un cierto aire de tristeza y de dramatismo. La que comentamos puede parecer, desde lejos, la representación de un ahorcado expuesto a la visión del público. Pero, vista de cerca, observamos una cuerda que pende del techo, en cuyo extremo una persona cuelga en el aire mordiendo con su boca la cuerda.
Una obra de arte es un acto de comunicación abierta, que comienza en lo que realiza el artista, posiblemente con una intención determinada, y termina en la interpretación personal y vital que hace cada espectador. Es una de las grandezas del arte: que un mismo objeto puede dar lugar a infinitas interpretaciones, todas las que pueden ofrecer quienes lo contemplan.
Creo que nuestra vida es la resultante, por un lado, de unas condiciones externas. Es como si tuviéramos un cuerpo exterior al nuestro que influyera en nosotros tanto como el de carne y hueso que portamos cada día. Esas condiciones externas están representadas por la cuerda. La cuerda puede romperse, de golpe o poco a poco, o puede mantenerse así durante mucho tiempo. Nuestra vida dependerá de eso. Luego está nuestro propio cuerpo físico, que tiene una fuerza limitada para mantenerse unido a la cuerda durante un tiempo. Y también está nuestra mente, que toma la decisión de estar en esa postura, como hace con todas las situaciones que vivimos a lo largo del día. Si uno de los tres elementos falla, el cuerpo cae y la vida se destroza. La fragilidad existencial que muestra la escultura de Juan Muñoz es la misma que tenemos nosotros cotidianamente y que debería llevarnos a pensar con intensidad que hay que vivir la vida, cada instante de la vida, como si fuera el último de la vida, porque la cuerda puede romperse en cualquier momento, las fuerzas pueden fallar o nuestras decisiones pueden ser erróneas. El fantasma de la muerte habita detrás de cada una de las situaciones que vivimos. Por eso hay que hartarse de vivir a cada momento, y construir nuestra vida como cada uno crea que debe construirla, en medio de los otros, con los otros y estableciendo con los otros la relación que creamos más racional y humana. Ahí es donde en una vida humana debe entrar la ética. La obra de Juan Muñoz la veo en el fondo como una invitación a la ética.
Tengo la impresión de que nos torean más de la cuenta. También tengo la impresión de que unos toreros son gentes con intereses personales privados y otros son pobres gentes dotadas de mentes peculiares que creen que se van a salvar si le lamen el culo al jefe, al jefecillo, al que le grita un poco o a quien le da una propinilla. Torear es castigar al toro y engañarlo con unos trapos para obligarlo a que vaya por donde quiere el torero y no por donde quiere él. Quienes nos torean hoy no usan trapos, sino mentiras, bulos, sentencias raras, amenazas, errores voluntarios que parecen involuntarios, insistencias crueles, tergiversaciones burdas y repentinos cambios de opinión.
Hay muchos toros humanos actuales a quienes no les importa que los toreen. Dicen que se lo hacen a todos y cosas por el estilo. Otros no se enteran de que les están toreando, porque es posible que estén demasiado ocupados con sus propios toreos o porque estén en otros mundos. Lo más duro lo tienen los que se dan cuenta de que los están toreando, no quieren sentirse toreados y reaccionan. Se dan cuenta entonces de que la paciencia debe ser infinita, que la golfería está extendida y se muestra con un desparpajo insolente y que la moda es la insensibilidad y el dolor de cuello de tanto mirar para otro lado. Hay demasiados toreros. Incluso en los sitios más insospechados.
En MasticadoresFEM estamos creando un Vocabulario Feminista que ayude a cualquier persona a entender mejor el feminismo.
Hoy se publica la segunda entrega, la que habla de una interpretación machista del amor que conocemos como amor romántico.
Puedes leerla pulsando aquí.
Andrea Camilleri es un buen autor de novela negra. Vivió entre 1925 y 2019. Fue novelista, guionista y director de cine. Escribió novela policíaca y creó el personaje del comisario Montalbano, en homenaje al escritor español Manuel Vázquez Montalbán. En 2003 publicó El olor de la noche. En su primera página podemos leer esta interesante reflexión:
“Montalbano volvió a acostarse y se permitió el lujo de entonar una elegía a la desaparición de las estaciones intermedias. ¿Qué había sido de ellas? Puede que, arrastradas por el ritmo cada vez más rápido de la existencia humana, también se hubieran acomodado a la nueva situación. Habían entendido que ellas significaban una pausa y por eso habían decidido desaparecer, porque hoy en día no hay lugar para ninguna pausa en esta carrera delirante que se alimenta de infinitivos: nacer, comer, estudiar, follar, producir, zapear, comprar, vender, cagar y morir. Pero unos infinitivos que duran un nanosegundo, un visto y no visto. ¿Acaso hubo un tiempo en que existían otros verbos? Pensar, meditar, escuchar y ¿por qué no?, haraganear, dormitar, divagar... Casi con lágrimas en los ojos, Montalbano recordó las prendas de entretiempo...”