Tal día como hoy de 1280 murió San Alberto Magno.
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El problema fundamental de la vida es un problema ético. ¿Cómo actuar hoy para crear un mundo más humano? ¿Cómo actuar de manera humana para crear un mundo mejor?
Usando una terminología actual, podríamos decir que la Atenas clásica era una ciudad machista, en ella las mujeres apenas pisaban la calle, confinadas siempre en casa y lejos del espacio público. Pero en la costa de Anatolia y en las islas del mar Egeo la vida de las mujeres era más libre. Las niñas recibían educación y si eran ricas, incluso podían expresarse en público. En Rodas vivió Eumetis, nombre que significa “la de la buena inteligencia”, aunque era conocida como Cleobulina, por ser hija del rey Cleóbulo, uno de los siete sabios.
“Un texto antiguo la sitúa en un simposio, codeándose con toda libertad con los hombres”,
—dice Irene Vallejo en la página 167 de su libro, y añade
“Como era ingeniosa y ocurrente en una época que quería mujeres silenciosas, Cleobulina se prestaba a la caricatura. Sabemos que un cómico ateniense la parodió en una obra de teatro titulada -en plural- Las Cleobulinas. (…) Las mujeres que escribían se enfrentaban a la amenaza de la burla, de ese espejo deformante. Tal vez por eso amaban el secreto, sugerir sin llegar a decir, el acertijo, el interrogante”.
Las mujeres han tenido siempre que asociar la lucha a sus vidas, y las únicas que han avanzado han sido las que han luchado por sus derechos como seres humanos. Luchando han crecido y se han hecho fuertes.
12 de noviembre de 2017
A veces sabemos lo que hacemos y a veces no lo sabemos. Lo importante es una actitud buena, sabia y que habitualmente se traduzca en actos buenos. Hay que hablar de lo que llevamos dentro y escuchar a las personas buenas que nos conocen. Ni somos perfectos ni lo seremos nunca. Siempre debemos estar abiertos a lo que nos pueda ayudar a ser más. Buenas noches.
A veces llegaba a clase e invitaba a los alumnos a que le hicieran preguntas. Nos decía que aprovecháramos que lo teníamos allí, que más adelante ya no sería posible. Algunos le hacían preguntas técnicas de fotografía y él contestaba, pero lo que más le gustaba era una especie de filosofía de la fotografía, una reflexión sobre lo que representaba la fotografía. Recuerdo un día que nos dijo que una fotografía nunca reflejaba la realidad, sino más bien la visión que el fotógrafo, en un momento dado, obtenía de ella. Yo aporté la idea de Richard Avedon, que se había dedicado a la fotografía de moda, como él, de que la fotografía no refleja hechos, sino opiniones, y que ninguna muestra la verdad. Recuerdo que ante un cierto desconcierto de los compañeros, hablamos del papel de la mentira en el arte, de que, en cierto sentido, todo el arte es mentira, porque refleja solo la mirada del artista, su punto de vista, y porque los objetos fotografiados suelen estar preparados, puestos allí artificialmente para la foto. Luego le dije que me había gustado mucho esa clase y él, reconociendo con la mirada que a él también, me contestó que es que yo había estado inspirado aquella mañana. Me impresionó su humildad y el reconocimiento que le hacía al alumno.
Otro día me echó una buena bronca, de una manera entre directa e indirecta. Entonces él publicaba en Facebook unas estupendas series de fotos suyas y de otros. Yo publiqué una mía muy mala, muy poco cuidada y con fallos gruesos. Mirándome, pero sin citarme, dijo que detrás de una fotografía siempre está el fotógrafo, “que la foto es tuya, que eres tú el que está allí” y que había que tener mucho cuidado con eso. Yo entonces publicaba dos o tres textos diarios en Facebook y en cada uno ponía una foto de las que yo, como un principiante descuidado, hacía a montones. Procuraba que fueran buenas, pero no tenía ni tiempo ni conocimientos para hacerlas mejor. Él decía que los malos fotógrafos se pasan el día apretando el disparador; en cambio, los buenos disparan pocas fotos, porque el tiempo lo emplean en pensar bien antes la foto. Yo tomé nota, pero no sé si he podido aplicarlo como él que quería o no.
Tenía el aire de un maestro en lo que decía, en lo que callaba, en la manera de mirar y de vestir. Creo que debería haber aprovechado más la sabiduría que él mostraba siempre. Es el suyo el recuerdo más nítido que tengo de la EFTI, en donde hice un curso de un año y en el que recibí sus clases. Ayer murió. Se llamaba Miguel Oriola y era un inmenso artista y una persona buena.
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11 de noviembre de 2018
Una de las características de este mundo -o lo que sea- actual que más me desgarra la mente es que todo se está convirtiendo en un negocio. El amor se entiende con demasiada frecuencia como un negocio. La cultura es tratada como un negocio. El ocio, que comenzó siendo lo contrario del negocio, ha caído también en las redes de su oponente. La política se desenvuelve demasiadas veces no en clave de pacto, sino en la de negocio agresivo. El triunfo en la vida se entiende cada vez más como el triunfo en algún negocio. Esta sociedad necesita vendedores de amor, de cultura, de ocio, de política, de cualquier cosa para que triunfen los negocios. Las calles, la televisión o internet están rebosantes de oportunidades de negocios. El solitario que se pare y observe el paso de la comitiva de los negociantes se dará cuenta de que las orillas del camino quedan llenas de valores humanos maltrechos, que no se pueden comprar ni vender.