Amo la vida. Me lo decía esta mañana mi amiga P.: Amo la vida y por eso sufro. El sufrimiento procede de la dificultad. Y de la dificultad, de todo lo que significa esfuerzo, huimos en cuanto podemos.
No entiendo la vida sin libertad. Pero ejercer la libertad, ponerla en práctica, elegir, ser capaz de hacer lo que creo que debo hacer y no lo fácil o lo que me apetece es, a veces, muy difícil.
No entiendo la vida sin la igualdad, el gran valor de la madurez humana. Pero hay días en los que me cuesta admitir costumbres, diferencias, orientaciones, cualidades. Que las diferencias son una fuente de riqueza es una idea feliz, pero no siempre soy capaz de hacerla real.
No entiendo la vida sin la desnudez. Me refiero, sobre todo, a la de la mente. Me acostumbraron a cubrirme de prejuicios, de estrategias defensivas, de ocultamientos, de desconfianzas, de pudores y mi yo fue quedando en el fondo de una carga pesada de mentiras. Y desnudarse de verdad ante el otro, ante los otros, hay días que cuesta mucho. Una vez desnudo, como siempre, te das cuenta de que estás mejor así, que respiras mejor y que te sientes más tú, pero lo duro es el camino, el viaje, el proceso.
No entiendo la vida sin amor. Pero si hay algo difícil de hacer real, eso es el amor. El amor lleva dentro de sí la paradoja, el creerse que dar es más feliz que recibir, el ser consecuente con que el otro es más importante que tú. El amor es la gran manera de vivir la vida y quizás la dificultad de la vida proceda de la dificultad de amar.
Quizás en el fondo lo que me ocurra es que no entienda la vida. Pero sé que la vida no se puede entender, que sobrepasa los límites del entendimiento. La vida hay que vivirla. Y hay que vivirla tal como es, con sus alegrías y con sus dificultades. No se trata de entender por qué flotas, sino de nadar. Sólo hay que querer vivir.