El problema fundamental de la vida es un problema ético. ¿Cómo actuar hoy para crear un mundo más humano? ¿Cómo actuar de manera humana para crear un mundo mejor?
domingo, 28 de agosto de 2011
sábado, 27 de agosto de 2011
viernes, 26 de agosto de 2011
Ángel Guinda, poeta.
Con mis mejores deseos de felicidad, para Ángel Guinda, gran poeta aragonés y humano, que hoy cumple, no sé si 36 o 63 años, o algo así. El poema es suyo, claro.
NO
Soy un claro interior, el porvenir
de una puerta que siempre está atrancada.
La trampa de vivir y ver morir.
Contra la destrucción de la conciencia
bramo, reviento, clavo en Dios los codos.
Soy un zarpazo roto de paciencia.
Una luz que, arañando los escombros,
borra la niebla y sigue hacia adelante.
Un hombre con la sombra hasta los hombros.
Como hambre y bebo sed con todos
los condenados a escarbar la nada.
Esto no es un poema, es un desplante.
Profundamente grito un no rotundo.
Yo no quiero vivir en este mundo.
NO
Soy un claro interior, el porvenir
de una puerta que siempre está atrancada.
La trampa de vivir y ver morir.
Contra la destrucción de la conciencia
bramo, reviento, clavo en Dios los codos.
Soy un zarpazo roto de paciencia.
Una luz que, arañando los escombros,
borra la niebla y sigue hacia adelante.
Un hombre con la sombra hasta los hombros.
Como hambre y bebo sed con todos
los condenados a escarbar la nada.
Esto no es un poema, es un desplante.
Profundamente grito un no rotundo.
Yo no quiero vivir en este mundo.
La fe y la economía
La peregrina idea de reunir a miles de peregrinos en Madrid en el mes de agosto se hizo realidad, nos secuestró la ciudad durante unos días y parece que se acabó ya. La ciudad se llenó de jovencitos que cantaban aleluyas sin piedad a cualquier hora, acompañados por sus pastores, algunos de ellos cargados de gruesos hábitos bien pensados para el calor, y por monjas, que seguramente quisieran ser pastoras, pero que no se lo permiten las reglas machistas que ellas mismas han asumido y que les obligan a ir con la cabeza cubierta y el hábito encima, como para aparentar que no son mujeres.
Vinieron, al parecer, por cuestiones de fe. Dicen creer en Jesucristo, que murió y resucitó y que les prometió otra vida después de la muerte. Esta preocupación tan obsesiva por el más allá les impide, por una parte, dedicarse con más atención a lo que ocurre en el más acá, y olvida, por otra, el mensaje de Jesucristo, que también habló de pobres, de igualdad, de amor al otro y de asuntos que exigirían un compromiso de un estilo distinto al de limitarse a proclamar que hay otra vida tras la muerte. Tan trascendente propósito exige mucha fe. Tanta que por lo que se ve tienen que organizar mítines como el de estos días para reafirmar su creencia, a menos que lo que pretendan sus organizadores sea realizar una campaña de marketing y de difusión de la marca, para la que hayan utilizado a los peregrinos, a los pastores, a los gobiernos, a las televisiones y a todo el que se haya dejado. Sea lo que sea lo que haya ocurrido, la fe estaba por debajo de todo lo que hacían y decían estos peregrinos, lo que les mantenía vivos y tan sospechosamente alegres. En qué pueda acabar esta alegría cuando se les enfríe el fervor, cualquiera lo sabe, pero si intento enfocar el asunto desde el punto de vista psicológico, me empiezo a preocupar.
El caso es que se fueron los peregrinos y parecía que nos íbamos a poder dedicar a cuestiones más racionales y más humanas, que íbamos a poder afrontar con mayor responsabilidad los problemas cotidianos, cuando nos aparece en el plato una reforma de la Constitución para ayudar a intentar resolver la crisis económica (¿económica?) que nos azota.
Uno tiende a pensar que lo que controla y domina la realidad en la que vivimos no es la política, como podría parecer, sino la economía. Si durante algún tiempo sirvió aquello de ‘saber es poder’, ahora el poder lo detenta el que tiene riquezas y el político hace lo que puede en la red que le teje la economía.
Pero de economía sabemos poco el común de los ciudadanos. Y, encima, como en todo, no existe la economía, sino las economías. Parece que los neoliberales no son muy de fiar porque les importamos todos más bien poco y sólo van a su propio interés. Pero, una vez dicho esto, ¿incluimos en la Constitución el techo del déficit o no? ¿Con flexibilidad o sin ella? ¿Con referéndum o sin referéndum? ¿Tiene alguna idea el común de los mortales de estos asuntos? ¿Hay que dejar crecer la deuda para que no peligre el Estado de bienestar, pero con los mercados en contra, o hay que controlarla? ¿Es mejor en estos momentos la contención del gasto o la inversión por parte del Estado para crear empleo? Todos estos asuntos tienen un planteamiento racional y una solución que convencerá a unos o a otros, pero aun en esos casos, la postura que se adopte contendrá un componente de fe, que será mayor cuanto menor sea la cultura económica del ciudadano. En un mundo tan complejo como el que vivimos no podemos, lamentablemente, prescindir de la fe. Menos mal que en este caso, por lo menos, es una fe algo distinta de la de los peregrinos.
jueves, 25 de agosto de 2011
Lo que hay que ver: Venecia bajo la nieve
Para que una comedia triunfe debe tener un argumento atractivo, con unos personajes y unas situaciones que lleguen al espectador, y debe estar, además, bien interpretada por actores que sepan dar vida a lo que plantea el autor. Entre el argumento y los actores y las actrices hay muchos más elementos, como el director o la escenografía, igualmente importantes, pero el espectador no suele analizar estos ingredientes, sino que se queda más bien en lo más visible y llamativo de la obra.
Venecia bajo la nieve, de Gilles Dyrek, tiene todos los elementos para que pueda triunfar durante algún tiempo en los escenarios. La trama está muy bien construida, con situaciones que van evolucionando de manera sorprendente e inesperada, con gags ingeniosos que se suceden a esa velocidad mágica que hace que el tiempo parezca que se acorta y con unos personajes aparentemente claros en su caracterización, pero que también van ofreciendo matices nuevos y sorpresas llenas de ingenio.
Los actores de esta obra son capaces de encarnar sus personajes de forma que el espectador conecta fácilmente con ellos, porque los entiende, los ha visto antes por la vida e incluso puede que haya vivido alguna situación parecida a la que cuentan en el escenario. Carlos Heredia, en José Luis, y Marina San José, en Natalia, representan una pareja blandamente feliz, en donde el corazón parece que ha vencido claramente a la cabeza y en donde la espontaneidad ha sustituido a cualquier otro criterio de actuación. Son tan frecuentes estas parejas hoy que se conecta fácilmente con su forma de ser. Carlos Heredia tiene tablas y crea un personaje que aprovecha muy bien todas las oportunidades que ofrece la obra. Marina San José tiene quizás el personaje más complejo de la función y es capaz de construirlo con carácter, con gran variedad de matices e identificándose en cada momento con su evolución. La otra pareja de personajes es el contrapunto de la anterior. Pablo Carbonell, que hace de Ramón, tiene que dar la apariencia de un sufridor en situaciones difíciles, pero salpicando su sufrimiento con píldoras de humor. Quizás sea esa la mayor dificultad de su personaje, pero la solventa con destreza. Eva Isanta, en el papel de Patricia, es un personaje que va a más y que va suministrando en la obra los elementos para que los demás tengan que hacer lo que puedan y el espectador vaya riendo a carcajadas de manera continua a lo largo de la hora y media que dura la función. Gabriel Olivares, el director, lleva la obra con naturalidad y cuida bien los detalles que favorecen la eficacia del resultado.
Si quieres reírte a carcajadas, esta obra satisfará, sin duda, tus deseos. Pero si quieres pensar un poco sobre las apariencias que observamos a diario y su correspondencia o no con la realidad, también puedes hacerlo. Podrás ver, por ejemplo, cómo hay mentes débiles o simples, que aplican sus ideas a la realidad sin que se les ocurra antes preguntar por lo que está ocurriendo, o cómo la costumbre de no escuchar puede dar lugar a situaciones grotescas, o qué es lo que puede haber detrás de situaciones que muestran una estabilidad que parece que no se va a romper nunca.
El público que llenaba el Teatro Lara, en Madrid, el día del estreno premió con una larga ovación lo que vio. Con ella agradecía también el desternillante rato que había pasado contemplando la obra.
miércoles, 24 de agosto de 2011
martes, 23 de agosto de 2011
Sordos
Hay sordos que no oyen. Hay sordos que no escuchan. Hay sordos que no se enteran. Hay sordos que quieren ser sordos. Hay sordos que no pueden dejar de ser sordos. Hay sordos que ejercen de sordos. Hay sordos que imparten mucha doctrina. Hay sordos a los que les da igual ser sordos o no. Hay sordos prudentes y otros que no lo son. Hay sordos por costumbre. Hay sordos por conveniencia. Hay sordos interesados en escucharse sólo a sí mismos, pero ensordecer profundamente ante los otros. Hay sordos que creen que los demás también lo son. Hay sordos que no saben que son sordos.
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