Tenemos todo el tiempo de la vida para vivir bien, pero empleamos demasiado de ese tiempo en vivir mal.
El problema fundamental de la vida es un problema ético. ¿Cómo actuar hoy para crear un mundo más humano? ¿Cómo actuar de manera humana para crear un mundo mejor?
Tenemos todo el tiempo de la vida para vivir bien, pero empleamos demasiado de ese tiempo en vivir mal.
Tener cultura no consiste en saber muchos datos, dar bien las clases, dominar la química del carbono, ser especialista en el arte renacentista o poder curar enfermedades. Eso es estar instruido, ser un erudito en alguna materia.
Tener cultura es saber vivir como un ser humano, creciendo como persona, procurando el bien de todos y practicando el respeto, la generosidad y todos los valores, siendo libre y procurando que todos sean libres, creando las igualdades entre todos y no molestando a nadie.
La gran amenaza para el mundo y para sus habitantes es la incultura, el aumento del número de ciudadanos que no saben vivir como seres humanos ni les preocupa saberlo. No hablemos ya de quienes adoptan la responsabilidad de no dejar vivir a los demás como seres humanos.
En mi opinión esto es lo que está ocurriendo, y cada vez más.
O despertamos y procuramos acudir a la liberación de la cultura o caemos en las tinieblas mortecinas de las esclavitudes, de la mediocridad ordinaria, de las dictaduras interesadas y de la brutalidad.
En cada momento de la vida hay que optar en esta alternativa.
Vamos a ver si hoy hacemos el intento firme de fijar nuestra atención en las pequeñas o grandes cosas bellas, estupendas y únicas que nos rodean, sin dejarnos arrastrar por los casos de brutalidad humana que con tanta facilidad observamos en el mundo. Son estas cosas las que deben alegrar nuestras vidas. Te invito a que lo hagas. Suerte para todos.
Hace unos días estuvimos con unos amigos en la Venta Melchor, en El Colorado, cerca de Conil. En la cocina de este restaurante, cómodo y modernizado con gusto, reina una de las mejores cocineras de la zona, entendiendo por zona la que abarca una buena cantidad de kilómetros a la redonda: Petri Benítez.
Una gozada.
El valor básico es la libertad.
Mañana sábado, el día de la semana que menos se lee en Internet, cumplo una vez más 45 años. Ya es demasiado tiempo cumpliendo los mismos años, así que el próximo, si se da la ocasión, cumpliré los 46.
Ante esta circunstancia quiero decir dos cosas. Una, que me gusta mucho la vida, que es hermoso vivir, pero que no me gusta absolutamente nada este mundo en el que vivimos. Cuanto más tiempo pasa, más responsable me parece el ser humano de la degradación que parecen disfrutar multitud de ellos. Estos seres rebajados ni tienen cultura ni la quieren tener, ni tienen conciencia de lo que son ni de lo que hacen ni quieren tenerla, ni saben nada de qué es un ser social ni quieren saberlo, ni se han dado cuenta de que existen valores ni quieren dársela. Podría ponerme escatológico calificando este mundo, pero prefiero limitarme a decir que no me gusta. No me gusta nada. Y disfrutar de la vida en un mundo que no me gusta no es sencillo. Demasiadas veces hay que transformar el vivir en un sobrevivir.
La otra cosa que quiero es dar las gracias a las personas y a las instituciones que hacen algo por que mi vida y la de los ciudadanos sea más agradable, más humana y pueda alcanzar estas cotas que empiezan a verse con un cierto vértigo. Gracias a mi familia; a mis amigos y amigas que, con exquisito respeto y enorme cariño, están a mi lado; a los diversos trabajadores que me dan cada día lo que necesito para vivir, a veces con un cansancio enorme y, a pesar de ello, con una sonrisa emocionante; a los buenos vecinos, que procuran que la vida diaria sea lo mejor posible; a los políticos buenos -que los hay, porque no todos son iguales-, porque estos políticos buenos buscan el bien de todos, son gente noble y generosa, y son los responsables de lo mejor que podemos encontrar en el mundo. Y a ti, lector o lectora, por la parte que te toca. A todos, muchas gracias por soportarme y por ayudarme a vivir.
He visitado recientemente varios lugares de este país. He disfrutado mucho con los buenos vinos que se ofrecen en muchos de ellos, con las cervezas frescas e hidratantes y con las tapas y platos diversos que se pueden encontrar. No en todos he obtenido la misma satisfacción, pero la decisión ha sido no volver a los establecimientos que no se lo merecían.
Las peores experiencias han sido en aquellos lugares en los que se notaba en seguida que el dueño lo que quería era ganar todo el dinero posible rápidamente y de cualquier manera. Por ejemplo, en un “gastrobar” de una ciudad cercana a Madrid me han llegado a cobrar más de 3 euros por una botellita de agua de 33 cl, si bien es verdad que me la acompañaron con una rodajita de pan, sobre la que aparecía una fina loncha de tomate, y todo ello coronado por una pequeña y seca sardina en conserva. Fue toda una invitación a no volver, claro. Otra variante de este tipo de establecimientos es la de aquellos en los que los camareros han sido adiestrados para hacer que el cliente pida el mayor número de platos posible. Así consume y paga más. Tampoco volví a ninguno de estos.
También se notaba mucho cuando el jefe estaba presente en el local, y mucho más cuando estaba ausente, dedicado, se supone, a sus cosas. Presencié cómo un bar se llenó, por lo que hacía falta ayudar a los camareros, y el jefe inmediatamente se puso a trabajar como el que más, echándole una mano a todos y procurando que los clientes estuvieran bien atendidos. Se nota en seguida cuando esto ocurre, al igual que cuando los camareros se sienten abandonados a su suerte en situaciones difíciles. Viví una de estas un viernes por la noche en un bar del sur, magníficamente atendido por un número claramente insuficiente de camareros, pero a costa de sufrir una experiencia estresante, sintiéndose desbordados por la aglomeración de personas y teniendo que tomar decisiones drásticas que no les correspondían a ellos, pero que no tuvieron otro remedio que tomar. El jefe, mientras tanto, estaba de vacaciones. Supongo que a la vuelta no tendrá el detalle de subirles el sueldo a los camareros y cocineros ni de contratar a algunos más, porque de lo que se trata es de reducir costes y de ganar lo más posible. Si para ello hay que reventar al personal y hacer que el cliente, mientras come y bebe, tenga que observar sus carreras, sus caras de cansancio y de angustia, y cómo son explotados por el jefe ausente, eso no importa. El criterio de la calidad ha dejado paso al de la cantidad de ganancias.
La política de exigir mucho trabajo, pero pagar poco está acabando con la profesión de servir a los clientes en bares y restaurantes. Conozco a muchos camareros que están deseando encontrar otra cosa en la que trabajar con mayor dignidad, y que no se imaginan haciendo durante toda la vida las labores que hacen ahora. He hablado con bastantes, que me han mostrado sus caras de cansancio en varias ocasiones y que me han dicho que no pueden más, que es demasiado y que así no aguantarán mucho tiempo. Los dueños que mantienen estas situaciones verán lo que hacen con el futuro de su propio negocio.
La cantidad, pero de comida y de grasa, es otra característica que lamentablemente he encontrado en varios lugares. Vas a uno de estos con tu pareja y, si quieres comer algo, tienes que pedir una ración entera, porque dicen que no les compensa poner medias raciones, ellos sabrán por qué. Y la ración entera es una montaña de lo que sea, frito en aceite ya con demasiada experiencia, del que se deja notar durante la noche y que hace que te acuerdes muy mal del local. Esa barbaridad de comida no te la comes ni en dos tandas, pero pueden cobrar más poniendo mucha cantidad, y eso es lo que importa.
He notado que los dueños de los locales, o los que diseñan las comidas y las bebidas, no suelen saber mucho de cómo sacarle un partido más razonable al negocio, pero saben aún menos de comidas sanas, que no hagan daño al comensal, que no sean fritos y más fritos y que puedan dar lugar a una ingesta algo equilibrada. Se agarran a lo tradicional y huyen de lo nuevo, no sé si por ignorancia o porque no se atreven a que el bajo nivel de la cultura gastronómica de la ciudadanía rechace las novedades. He pasado por lugares en donde en la mayoría de los establecimientos te ofrecían las mismas grasas saturadas presentadas de diversas maneras. Mientras la mayoría de los clientes trague, pague, calle y se vaya, nada cambiará.
También he pasado por sitios magníficos, en los que en la cocina había quienes pensaban bien los platos y los ejecutaban con maestría, y con camareros y camareras que atendían a los clientes con unas maneras estupendas y unos gestos que eran dignos de elogio. A todos y a todas se lo agradezco profundamente. Al fin y al cabo, entrar en un bar a tomarte una copa y comer algo es vivir un trozo de tu vida, y si alguien hace que ese trozo se viva bien, es digno de reconocimiento y de agradecimiento.