martes, 9 de noviembre de 2010

Cansancio



El cansancio hace estragos en la mente.

Golfos.



En cuanto llueve un poco de mierda, los golfos crecen como setas.

¿Existe Dios?



He leído estos días un reportaje sobre el Ateneo de Madrid y en él se decía que una vez, entre sus actividades, se incluyó una votación para ver si existía o no Dios. Me imagino, sobre todo, la campaña electoral, sin duda, acalorada e impregnada de pasión, especialmente, supongo, entre los partidarios del sí. Me imagino también el acto de la votación, con la sonrisa en la boca de los del no y la gravedad en la expresión de los del sí. Salió que no, que no existía Dios. ¿Cómo lo celebrarían los ganadores? ¿Cómo lo encajarían los perdedores? ¿Felicitarían estos últimos a los que con sus votos certificaron algo imposible, desde el punto de vista de la Lógica, como es la decisión de que algo no existe?

Sería muy interesante someter hoy a votación algunos asuntos de indudable interés, como, por ejemplo, ¿Existe la libertad? ¿Existe la igualdad? ¿Existe la esperanza (ojo, no me refiero a la Aguirre, que va con minúscula)? ¿Existe la política o es sólo un disfraz de la economía?¿Existe la alegría o es un sonido grabado? ¿Existe la felicidad o todo esto es un timo? ¿Existe el ser humano o murió ya hace tiempo? ¿Qué saldría?

lunes, 8 de noviembre de 2010

Ángel Guinda

Mi amigo Iago, en su blog República del Principito, cita un verso de Ángel Guinda que no tengo más remedio que poner aquí:

Si tú me faltas, ya me sobra todo.


Costureras

De chico mi madre me decía de vez en cuando: “Anda, vamos a la costurera”. La costurera se llamaba Ana, creo que Ana Cruceira. La recuerdo, no sé si bien, como una señora gruesa y con algún problema de movilidad, posiblemente fuera alguna cojera o alguna anomalía en los pies. Vivía en un patio de vecinos junto al refino –nombre que se daba allí a una mercería- que tenía mi abuelo en la calle Real, frente al bar El Deán y a la tienda de ultramarinos La primera de la Isla. El patio de vecinos era un corredor al aire libre que tenía habitaciones a ambos lados, en las que vivían familias que ocupaban 1, 2 o 3 de ellas. Las paredes exteriores eran blancas, blanquísimas, y tenían colgadas macetas con flores de colores vivos.

Ana, la costurera, era ya mayor. Tenía la voz un tanto ronca y, según decía mi madre, cosía muy bien. Coser bien quería decir que hacía bien vestidos por encargo y a medida. Recuerdo que los modelos los elegía mi madre de entre los que aparecían en unas revistas que Ana tenía en su taller y sobre los que se podía hacer alguna ligera variante. Había, luego, que ir una o dos veces a hacer pruebas antes de que el vestido quedara listo y mi madre se lo pudiera llevar. Tengo un recuerdo difuso de que Ana llegó a hacerme a mí algún pantalón corto, aunque no sé a ciencia cierta si esto fue así.

El caso es que no me podía yo imaginar que, después de muchos años (¡qué barbaridad de años!), iba yo a volver a una costurera para que le hiciera vestidos a Yolanda. Ahora, en Madrid, lo primero que debo decir es que no estoy seguro de que a Mencía González-Barros se le pueda decir que es una costurera. En realidad es una espléndida diseñadora de todo tipo de vestidos que, a diferencia de lo que hacía Ana, no copia de revistas, sino que, a partir de lo que le pide la clienta, prefiere crear, inventarse el modelo, ser original, imaginarse una caída, un cuello distinto o unas mangas con más gracia. Mencía no trabaja en ningún patio de vecinos, sino en un pequeño taller de la calle Gravina en donde diseña, cose, prueba y, sobre todo, desarrolla su creatividad. Da gusto verle la cara cuando una clienta le dice lo que quiere que le haga y le pregunta cómo podría ser alguna parte del vestido. Pone entonces su mente a funcionar y trata de construir su obra como si de un edificio se tratara. No en vano su tienda y su obra responden a la marca Arquitectura Humana, porque su interés está en edificar el vestido con las mejores telas, los perfiles más limpios y los diseños más elegantes.

A veces, cuando salimos de su taller, me vuelvo a la infancia, al patio aquél de vecinos. Es como si funcionara lo del eterno retorno, pero no es igual. Afortunadamente, lo que en la Ana de mi infancia era una buena técnica, en Mencía se ha transformado en arte. Así que no sé si le cuadrará bien lo de costurera.




domingo, 7 de noviembre de 2010

sábado, 6 de noviembre de 2010

viernes, 5 de noviembre de 2010

Democracia


Pero ¿qué es lo democráticamente aceptable, criticar para que se gobierne mejor o impedir que se gobierne?

jueves, 4 de noviembre de 2010

No entiendo






No entiendo cómo los de la derecha abuchean y critican las medidas que ha tomado Zapatero, tan parecidas a las que habrían tomado ellos. ¿No parece que lo que quieren, más bien, es el poder y no tanto resolver los problemas del país? ¿Y para qué querrán el poder, si no hacen nada por mejorar la situación?

No entiendo la crítica que le está haciendo la izquierda a Zapatero. ¿Qué es lo que van a conseguir de rebote?

No entiendo la ingenuidad de pensar que el PP lo va a hacer de forma más favorable para los ciudadanos y, especialmente, para los más necesitados.

No entiendo tanta permisividad con los que no respetan los valores de la Constitución.

No entiendo que a un ciudadano extranjero se le pidan papeles, y a uno nacional, que, con ropita de marca y ondeando bichos negros, berrea en cualquier sitio, no se le exija nada.

No entiendo tanta tolerancia con los que fomentan el odio y la tensión.

No entiendo tanta calma cuando se están despertando enfurecidos y se están colando por todas las rendijas.

No entiendo este país.