Hablaba con lentitud, como si cada
palabra fuera pensada para la ocasión y fuera expuesta con el regalo
de una solemnidad no pedida.
Escuchaba con lentitud, rodeando cada
idea y cada palabra con el tiempo necesario para entender lo que el
otro había querido decir y para que se sintiese respetado.
Amaba con lentitud, como si cada
pequeño detalle o cada acto que saliera de su ser se encaminaran sin
remedio hacia la eternidad.
Vivía con lentitud, como si quisiera
saborear cada bocado de la vida, como si cada momento fuera único e
irrepetible, como si cada instante supusiera el gran reto de vibrar
con cada uno de los colores, de los sonidos, de las texturas, de los
olores, de las caricias, de las alegrías y de las contradicciones de
la vida. Vivía con la lentitud que le imponía su deseo de vivir la
vida con la intensidad que requiere sumergirse en lo profundo de la
existencia.
Buenas noches.