domingo, 4 de septiembre de 2016

Buenas noches. Aislamiento



Llevaba los auriculares incrustados en las orejas y el móvil en la mano. No le perdía ojo. Tampoco parecía que lo que ocurriera en el mundo le interesara mucho. Era alto, grande y fornido. Se levantó del asiento sin mirar la barra que, cerca del techo, bordeaba el pasillo para que los viajeros se agarraran a ella. Se dio un golpe tal en la cabeza que le dolió a todos los que íbamos en ese momento en el autobús. Debía de tener los huesos duros porque ni se inmutó. Siguió con su móvil, se bajó y no quitó el ojo de la pantalla.

Cuando nos bajamos del autobús, anduvimos y nos paramos en un paso de peatones. Había allí un tipo joven, pero sin auriculares. En su lugar llevaba unos cascos que daban la impresión de no dejar pasar ningún sonido del exterior que entorpeciera la audición de lo que en ese momento estaba disfrutando aquel ausente del mundo. También llevaba su móvil en la mano y su cordón auricular que lo unía al aparato materno. En su ausencia vital de la realidad, se había situado medio metro dentro de la calzada. Pasó un autobús por allí y no le cortó las uñas de los pies, todas a la vez, porque los dioses estaban de vacaciones. Ni se inmutó. Con una tranquilidad pasmosa, se echó un poco hacia atrás y se instaló en el borde de la acera.

Ella iba con unos pantalones blancos impolutos. Yo estaba en el metro, sentado en un banco del andén esperando que llegara el tren. Se acercaba a donde yo estaba, con sus auriculares instalados y su móvil en la mano. Algo hacía con su pulgar en él. Quiso sentarse en la otra punta del banco. En un tono algo elevado le dije ¡no!, porque había en esa zona una pintura roja, como hecha con un lápiz de labios. No me oyó. Se sentó y siguió con su maniobra manipuladora. Me olvidé de ella.

Era alto y metido en carnes. Iba por la acera con sus auriculares y mirando con mucha atención su móvil, en el que escribía algo que le tenía absorto. En su trayectoria vital por aquella calle había una cagada de perro fresca y de dimensiones considerables. No la vio, pero la pisó y se resbaló, con tan mala fortuna que fue a dar con su trasero en las inmediaciones de la deposición. No se enteró demasiado del incidente, porque siguió escribiendo, allí sentado, hasta que consideró que su discurso había acabado. Fue entonces cuando se dio cuenta y cuando exclamó: ¡Hostias, qué asco! Se levantó, se miró el pantalón y siguió con su móvil. De vez en cuando se miraba el trasero, pero pareció que se lo tomaba como si no le hubiera ocurrido nada.


Si quieres aislarte del mundo o si prefieres evadirte o si no quieres saber nada de lo que ocurre a tu alrededor, instálate unos buenos auriculares y pégate el móvil a la mano sin perder la vista de él. De lo que se trata es de salirse de este mundo con comodidad.

Buenas noches.

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