Tengo
amigos que se declaran etimoescépticos, que piensan que saber el
origen de las palabras no ayuda nada a comprender su significado, que
no ayuda a nadar mejor, saber que la piscina se llama así porque
tuvo pisces,
peces, o que para hacer bien unos cálculos, no sirve de nada saber
que cálculo significó en origen piedrecita (y todavía en el riñón,
¡qué arcaizantes son los médicos!), porque antes que con cifras se
calculó con piedrecitas. Los etimoescépticos piensan que la
Etimología y la Semántica están alejadas, que el origen de una
palabra a veces está lejos de su significado actual. Por supuesto,
en eso tienen razón.
El
debate viene de lejos, está insinuado en algún Diálogo de Platón.
También Cicerón se ríe de las etimologías, diciendo que "no
habría ningún nombre cuya etimología no podáis averiguar
claramente, con solo alterar una letra", y califica a la
etimología de "un gran trabajo y en modo alguno necesario".
O sea, que lo admira, pero lo considera inútil.
San
Agustín o, académicamente, Agustín de Hipona, consideraba la
etimología nimis
curiosa et minus
neccesaria,
bastante curiosa y menos necesaria, o sea, poco útil. (Me parece
curioso que use la palabra curiosa, yo que siempre estoy diciendo
"curiosa etimología", "qué curioso",
"curiosamente"...) Tanto Cicerón como Agustín se
alineaban frente a los estoicos, que eran muy amigos de las
etimologías, y, claro, si rechazaban esa corriente filosófica,
tenían que refutarles también su "creencia" en las
etimologías.
San
Isidoro, o sea Isidoro de Sevilla, basa en las etimologías su gran
compendio del saber medieval. Isidoro sí creía en las etimologías,
a veces de forma ingenua.
En
el XIX nació la etimología científica, el comparativismo, las
leyes del cambio fonético, rompiendo amarras con la etimología
popular. Siento reconocerlo: por la fuerte, y valiosa, educación
recibida, casi siempre este es el escalón en el que yo me muevo
semana a semana: diptongación, sonorización, síncopa...
Tecnicismos fríos, es cierto.
De
vez en cuando, algún lector de estas páginas, en sus comentarios,
alude a la poesía que se descubre en una etimología sorprendente y
me sacude del sueño de la etimología científica, para despertarme
al mundo real de la verdad poética. La verdad poética no es menor,
sino mayor que la verdad científica.
El
utilitarismo, el pragmatismo son vulgares. Es cierto que el tenedor,
la llave inglesa o el teléfono móvil son útiles, pero son de una
categoría inferior al arte, a las joyas, a los sueños, a la poesía,
al color de una puesta de sol. Eso sí que son cosas importantes. El
toque mágico de las etimologías está en ese nivel superior, en
descubrir que madera es materia, que cosa es causa, comprar es
comparar, que pagar viene de pacare,
pacificar...
Este
es el verdadero valor de la etimología, el placer estético nacido
de un conocimiento. Más allá de la curiosidad, más allá del
pragmatismo, del utilitarismo, está el atractivo de descubrir en el
origen de las palabras un aroma antiguo a lo que llama Borges el alba
del lenguaje, esos colores borrosos y bellísimos del amanecer,
también del amanecer de las lenguas, la referencia implícita a la
perfección originaria de las lenguas. Borges es un genial
obsesionado por la etimología poética, según la que bastaría
explicar el origen de una palabra para comprender el concepto, porque
en la palabra rosa está la rosa, y en la palabra Nilo está entero
el río Nilo.
Y
esto ha sido todo. Hasta aquí ha durado esta bonita aventura
etimológica de 144 semanas, desde que comencé el 28 de marzo de
2014. Gracias por vuestro intenso interés, el de los poquitos que os
habéis interesado, os lo agradezco de veras. Pero yo comprendo que
esto interesa a muy poquitos, es normal.
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Como ya sabes, lector o lectora, estas etimologías son obra de mi amigo Bautista, un profesor de lenguas clásicas, un amante del saber y del ser humano y una persona generosa que nos ha deleitado durante mucho tiempo con sus etimologías, con sus calendarios, con sus músicas y con sus aportaciones.
Hoy deja de publicar las etimologías y yo las voy a echar mucho de menos. Estos saberes útilmente inútiles me parece que tienen que sobrevivir, aunque sea en media docena de personas, que son las que dicen si les gustan o no, si bien yo estoy seguro de que son muchísimas más las que los leen y los disfrutan.
Quiero darte aquí las gracias, amigo Bautista, por tu aportación en todo este tiempo. Al menos yo he disfrutado con tus etimologías. Gracias. Muchas gracias.
Y si alguna vez quieres volver, esta es tu casa.