Se verá a leguas de distancia el silencio de Rajoy. No hace ni diez días arrojaba palabras a gritos, con esa imagen de enfado permanente con el que viene expresándose desde hace años. Le interesaba entonces que se le oyera, tenía la necesidad de hacerse presente produciendo ruido, aunque el contenido informativo de sus palabras fuera muy escaso o nulo. Una vez que le dieron el poder, cesó esa necesidad de presencia y ha vuelto ahora a su estado más querido, el de la reclusión lejos de la plebe y abandonando el cuidado de los que le otorgaron su confianza. O sea, que ya tenemos otra vez el Rajoy de siempre. Dicen que se está reuniendo con los que tienen el poder, banqueros y gente así, lo cual es bastante significativo, pero el olvido de los que lo han aupado a donde está también lo es.
Hay otro silencio que también puede resultar ensordecedor. Es el de los impulsores del 15 M. Todo movimiento encaminado a crear conciencia entre los ciudadanos debe ser siempre bienvenido y defendido. Pero, como en todo, las circunstancias están siempre indisolublemente unidas a los hechos y, en consecuencia, no es lo mismo efectuar una crítica feroz de ciertos partidos clave en la sociedad española actual antes de las elecciones que llevarla a cabo después de haber votado. Como algunos veíamos venir, las movilizaciones del 15 M lograron dividir y, en bastantes casos, llevar a la abstención a los votantes de la izquierda, con el consiguiente beneplácito de la derecha, que, muy agradecida, ha recogido los frutos de la maniobra logrando una mayoría absoluta.
Ya pasaron las elecciones y tenemos ahora un futuro presidente del Gobierno que está recluido en sus habitaciones sin dirigir una palabra ni al pueblo ni a sus votantes sobre los planes de gobierno que tiene, si es que los tiene. Porque una de las posibles interpretaciones de este silencio es que no tiene los deberes hechos, que no tiene ningún plan previsto y que en la campaña electoral no dijo nada concreto porque no tenía nada concreto que decir.
Y este debería ser el momento en el que el 15 M saliera a la calle a crear conciencia crítica entre los ciudadanos. Tendrían, al menos en teoría, cuatro años para hacerlo y para que en las próximas elecciones los ciudadanos fueran sabiendo lo que fuera. Pero por lo que se ve están callados. Aquí nadie habla nada y el silencio puede convertirse de un momento a otro en un grito de no se sabe qué.