Las cosas, simplificando mucho, están formadas por partículas elementales que se agrupan en otras más complejas. Estas, a su vez, se asocian de muchas maneras dando lugar a todo lo que constituye la realidad. De forma parecida, la vida está compuesta de momentos que generan vivencias, y de estas, entretejidas unas con otras, surge la vida.
Hemos venido a vivir la vida. Me parece que esto hay que hacerlo siendo conscientes de lo que se vive. La vida merece ser vivida intensamente, pero pronto hay que tener presente lo que se ha vivido o lo que se está viviendo. Sin conciencia, la vida pasará por uno, pero no nos daremos cuenta. La vida, además de vivirla conscientemente, hay que llenarla de valores positivos, de humanidad, y vaciarla de toda la escoria que entre todos vamos generando. Creo que se trata de que en cada momento y en cada vivencia, rechacemos los miedos, que generan odios, el asco que nos va creciendo en la mente al observar tantas cosas, el resentimiento que puede producirnos las dificultades de la vida. Y el sitio que dejen libre estas desgracias, en cada momento y en cada vivencia, hay que llenarlo, siempre que se pueda, de generosidad, de comprensión, de positividad, de solidaridad, de alegría, de amor. No se trata de que uno pueda cambiar el mundo ni de que pueda amar a toda la humanidad, pero sí de que lo que aportemos a este mundo, del que debemos formar parte activa, sea algo que nos haga mejores, a uno mismo y a los otros.
Creo que no debemos echar el ancla nunca. No debemos pararnos, ni creer que ya hemos llegado a ninguna meta. Habría que irse de este mundo andando, avanzando por el camino, habiendo progresado todo lo posible. Pararnos, sentarnos y ver pasar la vida por delante es como morir en vida. Hay que moverse y andar, pero siempre hacia adelante. Y con todos los que se pueda.