sábado, 2 de julio de 2016

Buenas noches. Escritores



Viajaba yo en el Cercanías leyendo un libro que me estaba decepcionando. Desde detrás de mí avanzó con andar pausado una mujer de unos cuarenta años, vestida con una falda larga, y se situó mirando hacia donde yo estaba, pero dos o tres asientos más adelante. Tenía unos extraños ojos, como hinchados, enrojecidos y un tanto cerrados. Se sentó, levanto los dos pies a la vez y, siguiendo la lamentable y sucia costumbre actual, los depositó en el asiento que tenía enfrente. Al verle yo la cara, me entraron enseguida unas ganas enormes de seguir leyendo el libro aquel, aunque no me interesara demasiado. No quería ni imaginar que la mujer aquella me dirigiera la palabra.

Al poco tiempo oí que contestaba a alguien -un hombre- que le hablaba desde el asiento que estaba a su altura, en el otro lado del pasillo. Hablaban en voz alta. Ella, en voz muy alta y como dando a entender que tenía toda la verdad de la vida y que estaba bastante enfadada con el mundo. El otro hablaba en un volumen algo más bajo, pero no paraba de hablar. Alguien se cambió de asiento y permitió que la mujer y el hombre pudieran sentarse juntos para no tener que gritar, según dijeron. Fue inútil, porque siguieron hablando a voces.

Pronto comenzaron a contarse sus vidas. Nos enteramos de que en casa de ella entraba, sin que nadie se lo impidiera, alguien, al que llamaba con frecuencia “el gilipollas”, cargando mucho el sonido de la g inicial, y también “mi ex”. Supongo que serían la misma persona. El tal, según decía, le tenía la casa hecha una pocilga, aunque aún quedaban restos de moqueta en algunos rincones, pero los muebles parecían los de un cementerio. Esto no lo entendí del todo bien. Contó que a los trece años fue violada delante de sus padres por cuatro hombres, de los que aportó sus nombres. Estos mismos cuatro, a continuación, encerraron a los padres en una habitación y los mataron, para, seguidamente, volverla a violar en presencia de los cadáveres. Luego se alistó en el ejército y llegó a ser una “puta boina verde”.

-Figúrate -decía.

Ahora venía de un concierto y de librarse de un tipo que, según contó, quería echarle una litrona por encima y mojarle toda la ropa. El otro era un jovencito que llevaba la cabeza rapada, salvo la parte superior central, en donde le aparecía una zona muy poblada de pelo con la forma de una tortilla de patatas. Le dijo a la mujer que seguía vivo gracias a que estaba en tratamiento psiquiátrico, porque se había llegado a enrollar hasta con cinco hombres, aunque él no era homosexual. El asunto era que le aparecían en su vida esas situaciones y el no decía que no. Lo que le ocurría era que no sabía decir que no. Parecía contento, porque hablaba con una cierta sonrisa. Era más difícil de entender lo que decía él, pero ella le contestaba siempre con contundencia y haciendo frecuentes referencias al “gilipollas”.

La mujer viajaba hasta el final de la línea, pero él se bajó unas estaciones antes. Cuando se iba, le dijo en voz alta por el pasillo que a ver si coincidían otro día y seguían contándose sus vidas, a lo que le respondió que a ver si era verdad. Ya desde la puerta, le gritó:

-Yo podría escribir un libro.

A lo que ella le respondió con el mismo vozarrón y la misma determinación que había usado antes:

-Nos ha jodío. La que tiene para escribir un libro soy yo.


Estas declaraciones finales me produjeron cierta preocupación, porque ando yo buscando historias para escribir algo, con escasísimo éxito, y de pronto me encuentro a dos personas, de las de teléfono en mano, pies en el asiento y grito fácil y enseguida manifiestan su capacidad para afrontar tan dura tarea. Desde luego, ¡hay que ver lo mal que está repartido el mundo! Debo de tener una vida tan sumamente sosa que no me da ni para un libro.

Buenas noches.

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