En mi infancia me obligaron a adorar mucho, aunque no sé si lo llegaron a conseguir del todo. Ahora intento no adorar a nada ni a nadie, ni en este mundo ni en ningún otro. Es más, siento una especie de compasión por quien lo hace, por lo que tiene de salto a un nivel que nos enajena, nos hace sentirnos menos de lo que somos, nos resta humanidad y nos introduce en un ámbito irracional. Prefiero vivir con los pies en la tierra. Es más duro y más difícil, pero me hace sentir más humano.
Buenas noches.