Anoche estuve escuchando tocar el
violín a Ana María Valderrama. El currículum de esta
violinista, que ya se puede incluir con claridad en el mundo de las
primeras figuras, se escribe con letras muy brillantes, entre las que
sobresale el ser ganadora del primer premio -la primera española que
lo consigue- y del premio especial del público en la XI edición del
Concurso Internacional de violín Pablo Sarasate, celebrado en
2011.
Oír y ver tocar el violín a Ana María
Valderrama es emocionante. Por muy poca sensibilidad que uno tenga,
detecta enseguida una corriente de arte que sale de la mente de esta
mujer, pasa por sus manos y por todo su cuerpo y sale de él para
llenar el escenario, el auditorio y la mente del que la escucha.
Seguramente esté dotada de un talento enorme y peculiar, ciertamente
trabaja una enormidad -que el talento sin trabajo sirve de poco-,
pero lo que se observa es que la capacidad técnica y expresiva de
esta violinista es excepcional.
No se corta al ponerse un vestido de
color rojo escarlata, que destaca con poderío sobre el negro de los
trajes de los músicos, y que da una sensación estética preciosa
sobre el escenario. Sale muy concentrada, muy seria, como sabiendo
que la vida de un músico honesto se materializa en el tiempo sagrado
y sublime que dura un concierto. Desde que la primera nota sale de su
violín ya sabe el espectador que allí va a ocurrir algo distinto.
El arte no se fabrica, sino que se crea. No se reproduce, sino que
aparece cuando se dan las condiciones. El arte hace que nos
instalemos en un mundo, tan real como éste en el que estamos, pero
en el que el misterio -la mayor parte de las veces vestido de
belleza- hace su entrada triunfal y nos sobrecoge, nos emociona, se
apodera de nosotros, domina nuestros pensamientos hasta hacer que los
olvidemos, hace que broten lágrimas de nuestros ojos y que creamos
durante un rato que hay algo más, distinto y por encima de lo
habitual.
Esto es lo que ocurrió anoche en
cuanto Ana María Valderrama salió al escenario del Auditorio
Nacional de Música de Madrid, acompañada por la Orquesta
de la Comunidad de Madrid dirigida por Michal Nesterowicz. Ella parece que toca el violín con
todo el cuerpo, especialmente con su mente. La belleza del Concierto
para violín y orquesta en Re mayor, Op. 35, de
Tchaikovski, se unió con la sabiduría interpretativa y
expresiva de la violinista para producir un tiempo mágico,
sobrecogedor, de una intensidad emocional enorme. Al final del primer
movimiento ocurrió lo que no debe ocurrir, que el público aplauda
antes de que acabe todo el concierto. Pero el público aplaudió.
Aplaudimos casi todos. Yo creo que necesitábamos echar fuera todo el
gozo interior y toda la emoción que habíamos acumulado durante
veinte minutos. Y es que el hilo que une siempre al creador de la
partitura, que pasa por los intérpretes y llega al espectador atento
fue ayer un hilo de oro.
El concierto de Tchaikovski fue
precedido por una obra breve, del compositor español David del
Puerto, titulada Cap de Quers, y concluyó con
la bella y majestuosa Sinfonía nº 5 en Re mayor de
Ralph Vaughan Williams.
Me vas a permitir, amable lector o
lectora de este texto, que
cuente aquí lo que pensé en el descanso del concierto, aunque con
ello me introduzca en mundos bastante más prosaicos. Al contacto con
tanta belleza, tanta sensibilidad, tanta emoción y tanto disfrute,
yo me sentía poseído por el arte creativo de la música, por el
mundo de la cultura. Y pensé, claro, en los responsables de la
cultura en nuestro país. Me convencí enseguida de que estos señores y señoras de cultura no
saben nada, que estas creaciones humanas y humanizadoras les resbalan por sus mentes,
las recortan y las dejan atrás porque no les producen dinero. Ni les
interesa la cultura ni tienen el menor interés en que la cultura le
llegue a los ciudadanos. Lamentablemente en nuestro país la cultura
está en manos de incultos sin sensibilidad capaces de destrozar la
humanidad para conseguir unas monedas. Cada vez estoy más convencido
de que las dos Españas, que nunca se fusionaron, están volviendo a
emerger separadas no por creencias políticas o religiosas, sino por
la cultura y el dinero. Menos mal que quedaba la segunda parte.
Te dejo aquí la interpretación que de
este mismo concierto hizo Ana María Valderrama cuando participó en
el Concurso Pablo Sarasatre. Buenas noches.
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