Fotografía de la Cadena Ser
Wert no rectifica y asegura contar con el respaldo del Gobierno
Ya lo he contado aquí alguna vez, pero
me ha vuelto a venir a la mente al observar las evoluciones (es un
decir) del tipo este tan peligroso, el “ministro” Wert, con el
que los dioses nos han castigado a través del voto de unos
ciudadanos, al parecer, poco aficionados al conocimiento. Me refiero
a la diferencia entre un tonto y un gilipollas.
El asunto me lo aclaró un curioso
catedrático de filosofía con el que coincidí en un instituto, hace
ya mucho tiempo. No recuerdo de qué estábamos hablando, pero era de
algo que había hecho alguien. Se me ocurrió decir que aquello era
una tontería, a lo que el preclaro profesor me respondió, muy
tajante:
- No. Eso no es una tontería. Es una gilipollez.
- Bueno, hombre, más o menos es lo mismo ¿no? -le contesté.
Y muy serio, como si hubiéramos tocado
una de las verdades esenciales de la existencia y fuera muy
conveniente aclarar de una vez por todas la cuestión, sentenció:
- No, señor. No es lo mismo ser tonto que ser gilipollas. ¿No sabe usted la diferencia entre un tonto y un gilipollas?
- Pues no, acláremela, por favor -le dije.
- Es que no se puede andar por la vida sin saber distinguir a un tonto de un gilipollas. Esto es muy importante.
Aquél hombre era un catedrático de
los de toda la vida y yo era un pobre profesor que acababa de sacar
la oposición y que llegaba a mi primer destino. Es posible que por
eso me hablara de usted y desde arriba. El caso es que, muy en su
papel, me contó lo siguiente.
- Un tonto es alguien que se equivoca, que comete un error. Pero si a un tonto le explica usted que se está equivocando, si sólo es tonto, se da cuenta, reacciona subsanando el error o cambiando de opinión e, incluso, le pide disculpas por haberse equivocado. Un tonto, por tanto, tiene arreglo.
Su tono era pontifical, pleno de
seguridad y de dominando la situación. Lo siguiente ya lo dijo más
caldeado, como si en alguna ocasión hubiese sufrido algún tipo de
consecuencias indeseadas relacionadas con lo que iba a decir.
- En cambio, un gilipollas es un tipo que también comete errores, pero que no tiene arreglo. Ya le puede usted explicar al gilipollas en qué consiste su error, por qué se está equivocando o qué es lo que no está teniendo en cuenta, que, por principio, jamás admitirá que no tiene razón. Puede que, además, añada cosas tales como que él no se equivoca nunca o que el que está equivocado es usted, porque de eso él sabe mucho. El gilipollas no tiene arreglo y por eso es muy peligroso. Hay que huir de los gilipollas como de la peste. Y lo malo es que son muy abundantes. Están en todas partes. Vaya usted por donde vaya o entre en donde entre, siempre habrá algún gilipollas presente.
Yo lo miraba atentamente, asintiendo
levemente con la cabeza y sin tener nada que aportar ante la calidad
del retrato psicosociológico que me había hecho.
- Veo que, al menos, ha aprendido usted algo útil hoy -dijo. Y cambiamos de tema.
Me pareció una distinción realista e
interesante y, siempre que ha venido a cuento, se la he contado a los
alumnos. Hoy, leyendo la insistencia de Wert en no rectificar, me he
vuelto a acordar de aquella conversación y he llegado a la
conclusión de que Wert realmente está equivocado, pero que no es
tonto.
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