¡Qué majo es este Wert! Me recuerda a
esos alumnos de los que en las juntas de evaluación no se puede
decir nada bueno, salvo eso tan estúpido y tan vacío de “pero es
muy majo”.
Es posible que la presunta majeza de
Wert radique en su simpleza, en que no tiene doblez, puesto que dice
las cosas como las piensa. Bueno, mejor dicho, como le vienen a la
boca. Habla Wert con una naturalidad y una franqueza que lo hacen un
ser transparente, como si la nada se pusiera traje y corbata y
empezara a disparar por la boca palabras con forma de graciosa
estupidez.
Wert es el embajador de la derecha
profunda, del fascismo avanzado, del pasado hecho presente, del
futuro imposible, de la mancha ideológica expansiva y de la
ineptitud convertida en Decreto-ley. Es el que nos muestra con más
generosidad cómo es el fascismo neoliberal y por eso la ciudadanía
debe estarle muy agradecida. Qué lejos de Wert aquel aluvión de
eufemismos peperos que convertían el discurso en una especie de
poema de baja calidad. O aquellas tomaduras de pelo de Rajoy de sí o
no o vaya usted a saber o como usted quiera, qué quiere que le diga.
Aquí, con Wert, está todo claro, porque en el PP, cuando quieren
hablar claro, sí que lo hacen. Ahora ya sabemos que lo que quieren
de verdad es ser fascistas, actuar como fascistas, que todo el pueblo
trague con lo que ellos quieren. En el fondo están convencidos de
que tienen la verdad, toda la verdad sobre todas las cosas. Y, claro,
esa verdad la tienen que imponer a todo el mundo.
Esas verdades, que a veces suelta el PP
y que la gente se toma luego tan mal, son, en todo caso, muy simples,
muy sencillas, y todo el mundo las puede entender. Por ejemplo, viene
una crisis mundial y se les mete en la cabeza que hay que zapaterizar
la crisis. Todo el mundo debe saber -desean ellos- que Zapatero fue
el artífice de la crisis, de la subida de la prima de riesgo, de la
caída de la bolsa y de que los bancos dieran hipotecas hasta a
quienes no las querían. Saben estos linces que machacando cada día
en todas partes una idea, la gente acaba creyéndosela, con lo que se
pusieron manos a la obra y consiguieron que muchos se creyeran -y aún
lo creen- que todo esto se debe a Zapatero.
Ahora, el afán de imponer sus ideas a
todo el que se mueva les lleva -y nadie más autorizado que Wert para
proclamarlo en las ondas- a defender la idea de que hay que
españolizar a los catalanes, que no saben lo que se pierden con sus
afanes independentistas. No hay ninguna razón de peso que impida,
por ejemplo, que un inculto se convierta en ministro de Cultura o que
un cateto quiera dar clases de elegancia. Esto puede que explique esa
manía pueblerina de creer y expresar que como el pueblo de uno no
hay nada y que todos deberían copiar lo que se hace en el pueblo,
porque es lo mejor del mundo y el resto de pueblos no valen un
pimiento. Ya se sabe que los catetos son pesados, inoportunos y
disparatados, pero son muy majos y eso los salva.
Wert, además, atesora esa impagable
cualidad neoliberal de crear cortinas de humo en el momento más
conveniente, aunque sea al caro precio de darle votos al adversario.
Si la cosa económica se pone mal y se quiere que la ciudadanía no
lo advierta, se saca a Wert a que haga una bufonada y todo el mundo
se queda mirando hacia él, en lugar de contemplar lo que no se
quiere que se contemple.
Nunca agradeceremos suficientemente a
Wert las alegrías que nos aporta con sus cosas y la claridad con la
que vemos a ratos en qué consiste el new
deal neoliberal. Es incomprensible que pidan ahora que
dimita. Este Gobierno no sería el mismo sin la figura siempre
gratificante de Wert. Es más, deberían ascenderlo y que luciera
todo su esplendor, por ejemplo, en la cartera de Asuntos Exteriores.
Que el mundo vea a Wert. ¡Pero qué majo y divertido que es!
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