La abracé. Le entregué mi cuerpo para que lo sintiera, para que lo acariciara o para que hiciera con él lo que quisiera. Ella me entregó el suyo. Los dos cuerpos se juntaron y apareció un mundo cerrado por los brazos, dentro del cual todo lo que ocurría tenía sentido. Lo que dicen las manos recorriendo un cuerpo acogido cobra un significado profundo dentro del pequeño paraíso de un abrazo. Todo lo que ocurre en el interior de un abrazo tiene su ser. Fue un abrazo limpio, en donde procuramos que la otra persona se sintiera querida, sin una gota de egoísmo. Un abrazo largo, intenso, de esos en los que surge algo nuevo y distinto de los cuerpos que se abrazan: la sensación de bienestar, de confianza, de sentirse acogido, de sentirse querido.
Un abrazo simboliza el cariño de dos personas que saben que pueden contar la una con la otra para la risa y para el llanto. En un abrazo está escrito todo lo que hay que leer para saber qué es el cariño. En un abrazo no hay espacios vacíos, porque quedan llenos con todo lo que emana de dos seres que se encuentran gozosamente en el mundo.