Cada vez que surge la oportunidad de felicitar a alguna persona, me planteo el sentido que tiene ese acto. Sin duda que es agradable que se acuerden de uno y que te deseen lo mejor, pero, en realidad, ¿qué quiere decir la tan manida expresión “felicidades”? Creo que esto ya lo he expresado en alguna ocasión. La mayor parte de las veces viene a decir algo así como “a ver si tienes suerte y te encuentras, no se sabe muy bien cómo, con la felicidad”. De este rito, lo que menos me gusta es que el felicitante, tras expresar sus mejores deseos, desaparece de la escena y deja al felicitado abandonado a su suerte. Incluso, a veces, no vuelve a aparecer hasta el año siguiente, momento en el que, con besos y abrazos, vuelve a practicar el rito expresivo de sus deseos.
Caso de felicitar a alguien, me gustaría a mí un poco más de compromiso a la hora de desear la felicidad del otro. Pienso que se corre el riesgo de hacer de la felicitación un rito barato, ajeno a las vidas del que felicita y del felicitado, tan frío que sugiere más un cumplimiento forzado que un verdadero y sentido deseo vital. Lo personal ni se ha notado cuando el rito se ha hecho frío y pobre, cuando la tradición vacía ha suplantado a la vida.
(Continuará)
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