Se trata de hacer de este mundo un paraíso ¿no? ¿O no se trata de eso? Al menos hubo un tiempo en el que este era el objetivo.
Pero hoy, viendo lo que veo, me pregunto: un paraíso, sí, pero ¿con quién? ¿Con todos? ¿Solo con los más cercanos? ¿Con los que estemos de acuerdo? ¿Con todo el que pueda, aunque no estemos algunos? ¿Sería posible que estuviésemos todos en este paraíso, los ricos con sus ideales y los pobres con sus necesidades? ¿Te lo imaginas como algo posible? Yo, no.
Y ¿cómo se conseguiría crear ese paraíso? Habría, sin duda, asuntos en los que tendríamos que ceder, pero todos. El problema es que hay materias en las que no se puede ni se debe ceder. ¿Sabes en cuáles? En los Derechos Humanos. La Declaración Universal de los Derechos Humanos fue proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1948 como respuesta a los actos brutales cometidos en la Segunda Guerra Mundial. La resolución final fue adoptada por la práctica totalidad de países de las Naciones Unidas.
Los Derechos Humanos son innegociables, precisamente porque son humanos, ni de unos ni de otros, sino de todos. Derechos tales como las libertades, la igualdad, una remuneración equitativa, la educación o no sufrir esclavitud son de todos los seres humanos. Son derechos, por otra parte, intrínsecos, inderogables, irrenunciables, inalienables, universales, interdependientes, indivisibles, progresivos e imprescriptibles.
Pero ¿los respetan hoy todo el mundo? ¿los quieren respetar? Hay algo que veo claro: sin respeto a los Derechos Humanos no hay paraíso.
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