He ido contestando las cariñosas felicitaciones que he recibido por mi reciente cumpleaños y en todos o en casi todos los casos he enviado un abrazo.
Para mí un abrazo es un acto real y simbólicamente importante. Se trata de entregar tu cuerpo -simbólicamente, lo que somos- a una persona y, a la vez, acoger en tu cuerpo el de la persona abrazada para sentir la cercanía, el cariño, el reconocimiento mutuo y la comunicación entre las dos personas. En el abrazo habla todo el cuerpo, y especialmente hablan las manos, capaces de decir sin palabras lo que puede que con ellas no se pudiera expresar bien. Habla la intensidad con el que se lleve a cabo. Habla la actitud, que es lo primero que se nota. En el fondo de nuestras vidas, somos tiempo, tiempo para vivir, y en un abrazo, damos nuestro tiempo con el cuerpo. La generosidad de un acto se puede medir con el tiempo que se regala. No se trata de entregar todo nuestro tiempo en un abrazo ni en ningún otro acto, sino, una vez más, de mostrar así nuestro cariño, nuestra actitud de cercanía, nuestra disponibilidad. Escuchar con atención a quien nos habla, intentar comprenderle, además de entenderle, ayudar físicamente a quien lo necesita, saber esperar a que quien está haciendo algo acabe son muestras de la entrega de nuestro tiempo, o sea, de nuestra vida. Sé que habrá quien no entienda esto y quien no esté de acuerdo con ello, pero es lo que pienso, y lo expreso por si a alguien le sirve de reflexión.
Reitero mi agradecimiento a quienes habéis empleado un ratito de vuestro tiempo para felicitarme. Vivamos. Y abracémonos.
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