Ya en la cola del tren había demostrado lo listo que era intentando ascender por la cola con descaro y como resbalando sobre los demás. Cuando ha subido al coche, se ha instalado los auriculares en los oídos, ha sacado el ordenador y el teléfono y se ha puesto a trabajar. Se le ha antojado enseguida ir al servicio, que estaba ocupado, pero él ni lo ha sospechado. Con la firmeza y la decisión que puede que dé la convicción de que el servicio es suyo o que a ningún mortal se le puede ocurrir hacer un pis cuando él lo necesita, ha comenzado a tirar del picaporte de la puerta hasta que ha hecho saltar la palanca. Como la puerta que separa un coche de otro está abierta, he visto que le ha sonreído al ocupante y he oído que le ha dicho: "No, no. Termina, termina". Cuando ha vuelto, ha decidido hablar por teléfono. Como es tan listo y puede hacer dos cosas a la vez, se ha quitado uno de los auriculares, sólo uno, y se ha puesto a telefonear con un volumen de voz tal alto que ha provocado las miradas de los viajeros. Toda su inteligencia la ha puesto al servicio del negocio que se traía entre manos, olvidándose de quitarse el auricular para no gritar y no molestar.
Casualmente hemos estado hablando en clase esta mañana de este tipo de personajes que van por la vida como si estuvieran solos, que abundan cada vez más y que son tan molestos.
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