viernes, 26 de noviembre de 2010

Débiles



Hay quienes no quieren que entren en su mundo los que valen, para que no se vean ni su ignorancia, ni su ineptitud, ni su estupidez. No se dan cuenta de que, al menos, esto último se les ve a leguas. 

jueves, 25 de noviembre de 2010

Día contra la violencia de género




La violencia de género es la que ejercen los hombres sobre las mujeres en nombre de una supuesta superioridad que aquellos creen tener. No es, por tanto, violencia de género la que eventualmente puede practicar una mujer sobre un hombre, porque no es real que las mujeres vayan haciendo ostentación pública de ninguna superioridad sobre el otro sexo.

Se llama de género porque la supuesta superioridad del machista la ejerce imponiendo unos modelos sociales, los géneros, que le reservan a él los papeles más importantes y decisorios en la sociedad, mientras que las mujeres deben limitarse a los roles más irrelevantes y siempre al servicio de los hombres. Así, el género masculino será el dominante, según los machistas, mientras que el género femenino será el propio de las dominadas.

La violencia de género es la consecuencia de un proceso de discriminación, de un deseo de tratar de forma desigual a los que son iguales. Toda discriminación responde a un interés y, en el caso de la ideología machista, éste consiste en tratar de tener en casa una especie de esclava al servicio del hombre, a la que se le pedirá toda clase de servicios y a la que se castigará hasta la muerte si no responde convenientemente a las expectativas.

Detrás de la violencia de género está un tremendo prejuicio en el que cree interesadamente el machista: que lo masculino es superior a lo femenino y que los hombres tienen más derechos que las mujeres. Como todos los prejuicios, éste no está fundamentado y no es más que la excusa que usa el machista para justificar su pretendida superioridad.

Conviene estar bien atentos, sobre todo las chicas, a los primeros síntomas de prácticas machistas, como suelen ser el prohibir determinadas vestimentas, el control de las llamadas en el móvil, la decisión sobre las amistades o los horarios y los detalles que quitan la libertad en la vida cotidiana de la mujer. Deben cortarse desde un principio estas prácticas porque el riesgo de que acaben en violencia de género es más que evidente.

Cualquier ser humano sensato y consciente de lo que representa su humanidad debe ejercer y exigir que la vida se base en el principio de igualdad: todos somos diferentes, pero iguales. Diferentes en el aspecto físico e incluso en la manera de pensar, pero iguales en derechos y sin que quede justificado ningún tipo de discriminación.

No a la violencia contra las mujeres.


miércoles, 24 de noviembre de 2010

Orgasmos


Nunca he tenido un orgasmo en un colegio electoral. Lo siento. Mi proceso de apertura de mente no ha llegado a las cotas necesarias para poder ponerme a echar resoplidos placenteros delante de la gente, especialmente de esos que en los días de elecciones van armados de papel y bolígrafo y van apuntando todo lo que pasa por la mesa, y de esos otros que no dejan pasar una y que intervienen en todo lo que ocurre ante la posibilidad de que alguien quiera variar la voz del destino. El caso es que como no soy catalán –parece que los catalanes son más sensibles a tales prácticas- ni me sale en las citadas circunstancias, me voy a quedar sin experimentar el correspondiente orgasmo democrático cuando me toque hacer el acto de penetración de la papeleta en la urna.

Sin embargo, algo de emoción profunda sí que me produce a mí el hecho de ir a votar. Es la vivencia de la igualdad. Puede haber allí una señora vestida de Arquitectura Humana, de Carolina Herrera o de Carrefour, o un señor con una camisa con un cocodrilo en el pecho o con una camiseta adornada con dibujos estridentes. Da igual. Cada uno de ellos vale un voto y, en principio, todos los votos son iguales. Es como cuando vas a una playa nudista en la que te das cuenta de que no somos más que seres humanos a los que nos gusta escondernos detrás de disfraces habituales. La igualdad me parece a mí más profunda y más emocionante que la libertad.

Me gusta la igualdad que se puede vivir en unas votaciones, aunque enseguida el optimismo se suele torcer, en cuando te das cuenta de que muchos de los que están allí votarán a los que luego nos van a desigualar y van a terminar perjudicando al propio votante, que seguramente andará pensando en otros orgasmos mucho menos trascendentes y más fáciles de obtener.





martes, 23 de noviembre de 2010

Ante la información



Estoy convencido de que cada vez contamos con menos información para formarnos una idea de lo que ocurre. Me da la impresión de que ni los ciudadanos ni los periodistas ni siquiera los gobernantes tienen todas claves para interpretar certeramente la realidad. Quizás en esto también haya dos actitudes: la del que se traga todo lo que le echan sin criticarlo ni siquiera mínimamente y la del que busca, la del que intenta encontrar más datos, la del que no se conforma con el dato simple ni, mucho menos, con la opinión visceral emitida por algún desaprensivo. No sé si serán, respectivamente, derecha e izquierda, pero sí que son estilos de vida distintos.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Una marea



Nada más aparecer, me colocaron en la orilla. Me dijeron que aquel era mi espacio y mi tiempo. La alegría solemne de la luz, el fresco relajante de la noche, el punzante olor del mar, el imponente sonido de las olas y la suave compañía de la arena me hicieron crecer sintiéndome feliz. Poco a poco, casi sin notarlo, el mar fue subiendo de nivel. Al principio me refrescaba los pies y me masajeaba las piernas. Cada vez había más agua y la arena de la playa se reblandecía a causa de mi peso y de la cantidad creciente de líquido que llegaba hasta mí. Me fui hundiendo lentamente y sin remedio en aquella mezcla. Con una rapidez alarmante fui sintiendo que a cada momento me era más difícil mover las piernas, que mis brazos se volvían inútiles, al igual que mis oídos y mis ojos se tornaban inservibles. El último torreón de vida que me quedaba era la respiración y el olfato a través de la nariz, pero una ola cargada con demasiada energía me la anuló para siempre. Allí quedé sepultado bajo la dulce apariencia de la arena y de las cálidas olas del mar.

Como todos los que fuimos depositados en la playa en aquel espacio y en aquel tiempo, no duré más que una marea.