Nunca termina uno de construirse como
persona, de convertirse en un verdadero ser humano. En el fondo, la
vida no es más que la tarea inacabable de intentar llegar a ser lo
que uno es.
Pero el ser humano es un ser que crece
únicamente cumpliendo normas, porque ni puede estar constantemente
improvisando ni lo más propio de su vida es dejarse llevar por sus
caprichos o por sus apetencias. Para cualquier cosa que haga deberá
siempre seguir unas normas y, además, no cualquier norma, sino
aquellas que lo humanicen, que lo desarrollen como un ser social y
que pueda justificarse racionalmente él mismo. Quien vive sin seguir
unas normas buenas, idóneas, adecuadas, permanece en un estado
animal del que debería salir para humanizarse.
Digo esto porque, en general, carecemos
cada vez más de una formación humana que nos haga ser personas. Y
cada vez aparecen más seres que no sólo no cumplen normas, sino que
no tienen ninguna noción de que deben hacerlo. Se está dando, en mi
opinión, una vuelta atrás enorme y trágica, una animalización de
la sociedad.
Hace pocos días me encontré con un
ejemplo de esto que digo. Entré en el garaje de una urbanización
que tiene forma de herradura, con un sentido determinado de
circulación dentro de él y con una velocidad máxima permitida. Me
encontré allí a un tipo joven, que circulaba en una moto a gran
velocidad y en sentido contrario al establecido. Era todo un peligro
para cualquiera que pudiera acceder al garaje y se lo encontrara
avanzando en un sentido inusual. Me armé de valor, lo paré y le
hice ver lo que estaba haciendo. El individuo, que no vivía en la
urbanización, sino que era amigo de un vecino, lejos de pedir
disculpas, o de sorprenderse, al menos, por que iba en dirección
contraria, o de caer en la cuenta de que estaba poniendo en peligro
posibles vidas, entre ellas la suya, lejos de eso, se le ocurrió
decirme:
-Tiene usted razón sólo en parte.
Me di cuenta enseguida de que estaba
hablando con un ser a medio hacer, una persona que tenía forma
humana, pero que no sabía vivir como un ser humano. El muy bruto me
explicó que como no había en ese momento nadie en el garaje, que no
había peligro, que hacía año y medio que no usaba la moto y que la
estaba probando, cosa que, al parecer no quería hacer en la calle y
sí en el interior del garaje. Dado que con un ser así no se podía
hablar, me di media vuelta y me fui. Pensé en llamar a la policía,
pero aquí sólo acuden a cosas importantes.
Traigo este caso como ejemplo de
persona ajena a la moral, que no cumple normas ni las deja de
cumplir, sino que hace lo que le pide el cuerpo, sin más
miramientos. Sospecho que este comportamiento responde también a
alguna carencia mental, a la costumbre de no pensar ni razonar, que
da lugar a este tipo de especímenes, tan cercanos al animal y,
desgraciadamente, tan abundantes. Vamos mal.
En la próxima ocasión comentaremos la
norma que tenemos pendiente.
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