Hay veces en las que casi sin querer te vas acostumbrando a un estilo de vida que podríamos denominar como el de "hay que". En efecto, te despiertas y hay que levantarse porque hay que trabajar y hay que ir de prisa y hay que hacer gestiones y hay que comer sano y hay que cuidarse y hay que ahorrar y hay que hacer deporte y hay que dormir porque hay que descansar porque mañana hay que volver a levantarse porque hay que trabajar y hay que hacer lo que hay que hacer.
Cuando el "hay que" se te ha instalado en lo profundo de la cotidianidad, llegas incluso a vivir de manera que vas a ver un espectáculo porque hay que ir a verlo y contemplas un programa porque hay que hacerlo y te diviertes porque hay que divertirse y dices que hay que ser generoso porque te han dicho que hay que ser generoso y votas a tal partido porque te han dicho que hay que votarlo y crees en alguna historia porque te han dicho que hay que creerlo y vives porque te han dicho que hay que vivir.
El estilo "hay que" hace que tú no seas tú, sino que te conviertas en lo que te han dicho que hay que ser, en una especie de máquina automática de repetición insensata. Si no hay lugar para el "me apetece" ni para el "tengo ganas" ni para el "yo creo que", lo que aparece es ese cansancio brutal, esa falta de sentido y ese estar harto que te lleva a pensar que o la vida no tiene sentido o no merece la pena vivirla así.
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