Tal día como hoy de 1716 murió Gottfried Leibniz.
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El problema fundamental de la vida es un problema ético. ¿Cómo actuar hoy para crear un mundo más humano? ¿Cómo actuar de manera humana para crear un mundo mejor?
12 de noviembre de 2017
A veces sabemos lo que hacemos y a veces no lo sabemos. Lo importante es una actitud buena, sabia y que habitualmente se traduzca en actos buenos. Hay que hablar de lo que llevamos dentro y escuchar a las personas buenas que nos conocen. Ni somos perfectos ni lo seremos nunca. Siempre debemos estar abiertos a lo que nos pueda ayudar a ser más. Buenas noches.
A veces llegaba a clase e invitaba a los alumnos a que le hicieran preguntas. Nos decía que aprovecháramos que lo teníamos allí, que más adelante ya no sería posible. Algunos le hacían preguntas técnicas de fotografía y él contestaba, pero lo que más le gustaba era una especie de filosofía de la fotografía, una reflexión sobre lo que representaba la fotografía. Recuerdo un día que nos dijo que una fotografía nunca reflejaba la realidad, sino más bien la visión que el fotógrafo, en un momento dado, obtenía de ella. Yo aporté la idea de Richard Avedon, que se había dedicado a la fotografía de moda, como él, de que la fotografía no refleja hechos, sino opiniones, y que ninguna muestra la verdad. Recuerdo que ante un cierto desconcierto de los compañeros, hablamos del papel de la mentira en el arte, de que, en cierto sentido, todo el arte es mentira, porque refleja solo la mirada del artista, su punto de vista, y porque los objetos fotografiados suelen estar preparados, puestos allí artificialmente para la foto. Luego le dije que me había gustado mucho esa clase y él, reconociendo con la mirada que a él también, me contestó que es que yo había estado inspirado aquella mañana. Me impresionó su humildad y el reconocimiento que le hacía al alumno.
Otro día me echó una buena bronca, de una manera entre directa e indirecta. Entonces él publicaba en Facebook unas estupendas series de fotos suyas y de otros. Yo publiqué una mía muy mala, muy poco cuidada y con fallos gruesos. Mirándome, pero sin citarme, dijo que detrás de una fotografía siempre está el fotógrafo, “que la foto es tuya, que eres tú el que está allí” y que había que tener mucho cuidado con eso. Yo entonces publicaba dos o tres textos diarios en Facebook y en cada uno ponía una foto de las que yo, como un principiante descuidado, hacía a montones. Procuraba que fueran buenas, pero no tenía ni tiempo ni conocimientos para hacerlas mejor. Él decía que los malos fotógrafos se pasan el día apretando el disparador; en cambio, los buenos disparan pocas fotos, porque el tiempo lo emplean en pensar bien antes la foto. Yo tomé nota, pero no sé si he podido aplicarlo como él que quería o no.
Tenía el aire de un maestro en lo que decía, en lo que callaba, en la manera de mirar y de vestir. Creo que debería haber aprovechado más la sabiduría que él mostraba siempre. Es el suyo el recuerdo más nítido que tengo de la EFTI, en donde hice un curso de un año y en el que recibí sus clases. Ayer murió. Se llamaba Miguel Oriola y era un inmenso artista y una persona buena.
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11 de noviembre de 2018
Una de las características de este mundo -o lo que sea- actual que más me desgarra la mente es que todo se está convirtiendo en un negocio. El amor se entiende con demasiada frecuencia como un negocio. La cultura es tratada como un negocio. El ocio, que comenzó siendo lo contrario del negocio, ha caído también en las redes de su oponente. La política se desenvuelve demasiadas veces no en clave de pacto, sino en la de negocio agresivo. El triunfo en la vida se entiende cada vez más como el triunfo en algún negocio. Esta sociedad necesita vendedores de amor, de cultura, de ocio, de política, de cualquier cosa para que triunfen los negocios. Las calles, la televisión o internet están rebosantes de oportunidades de negocios. El solitario que se pare y observe el paso de la comitiva de los negociantes se dará cuenta de que las orillas del camino quedan llenas de valores humanos maltrechos, que no se pueden comprar ni vender.
En la página 146 de su libro dice Irene Vallejo que
“esta antigua fe en la cultura nació como un credo religioso, con su lado místico y su promesa de salvación”.
Y añade:
“Lo único que merece la pena es la educación -escribe en el siglo II un seguidor de este culto-. Todos los otros bienes son humanos y pequeños y no merecen ser buscados con gran empeño. Los títulos nobiliarios son un bien de los antepasados. La riqueza es una dádiva de la suerte, que la quita y la da. La gloria es inestable. La belleza es efímera; la salud, inconstante. La fuerza física cae presa de la enfermedad y la vejez. La instrucción es la única de nuestras cosas que es inmortal y divina. Porque solo la inteligencia rejuvenece con los años, y el tiempo, que todo lo arrebata, añade a la vejez sabiduría. Ni siquiera la guerra que, como un torrente, todo lo barre y la arrastra, puede quitarte lo que sabes”.
Para algunos esta idea sigue siendo hoy válida, pero me da la impresión de que somos pocos.