Fotografía de Miguel Oriola
A veces llegaba a clase e invitaba a los alumnos a que le hicieran preguntas. Nos decía que aprovecháramos que lo teníamos allí, que más adelante ya no sería posible. Algunos le hacían preguntas técnicas de fotografía y él contestaba, pero lo que más le gustaba era una especie de filosofía de la fotografía, una reflexión sobre lo que representaba la fotografía. Recuerdo un día que nos dijo que una fotografía nunca reflejaba la realidad, sino más bien la visión que el fotógrafo, en un momento dado, obtenía de ella. Yo aporté la idea de Richard Avedon, que se había dedicado a la fotografía de moda, como él, de que la fotografía no refleja hechos, sino opiniones, y que ninguna muestra la verdad. Recuerdo que ante un cierto desconcierto de los compañeros, hablamos del papel de la mentira en el arte, de que, en cierto sentido, todo el arte es mentira, porque refleja solo la mirada del artista, su punto de vista, y porque los objetos fotografiados suelen estar preparados, puestos allí artificialmente para la foto. Luego le dije que me había gustado mucho esa clase y él, reconociendo con la mirada que a él también, me contestó que es que yo había estado inspirado aquella mañana. Me impresionó su humildad y el reconocimiento que le hacía al alumno.
Otro día me echó una buena bronca, de una manera entre directa e indirecta. Entonces él publicaba en Facebook unas estupendas series de fotos suyas y de otros. Yo publiqué una mía muy mala, muy poco cuidada y con fallos gruesos. Mirándome, pero sin citarme, dijo que detrás de una fotografía siempre está el fotógrafo, “que la foto es tuya, que eres tú el que está allí” y que había que tener mucho cuidado con eso. Yo entonces publicaba dos o tres textos diarios en Facebook y en cada uno ponía una foto de las que yo, como un principiante descuidado, hacía a montones. Procuraba que fueran buenas, pero no tenía ni tiempo ni conocimientos para hacerlas mejor. Él decía que los malos fotógrafos se pasan el día apretando el disparador; en cambio, los buenos disparan pocas fotos, porque el tiempo lo emplean en pensar bien antes la foto. Yo tomé nota, pero no sé si he podido aplicarlo como él que quería o no.
Tenía el aire de un maestro en lo que decía, en lo que callaba, en la manera de mirar y de vestir. Creo que debería haber aprovechado más la sabiduría que él mostraba siempre. Es el suyo el recuerdo más nítido que tengo de la EFTI, en donde hice un curso de un año y en el que recibí sus clases. Ayer murió. Se llamaba Miguel Oriola y era un inmenso artista y una persona buena.
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