Recuerdo épocas pasadas en las que la
manera de pensar éticamente admitida en ciertos ambientes
concienciados era solo aquella que no sólo favorecía al pueblo,
sino que se parecía a la del pueblo. Había que estar con el pueblo
y por eso expresiones tales como 'tener clase' o 'tener estilo' estaban mal
vistas, porque parecía que denotaban actitudes algo así como
elitistas o excesivamente personales que te alejaban del modelo
bueno, que era el que tenía el pueblo.
Hoy, observando lo que se vive en esta
especie de sociedad pseudohumana que estamos construyendo y tolerando
entre todos, me he dado cuenta de lo erróneo de aquella actitud. Hoy
sé que lo verdaderamente humano es tener una personalidad propia y
bien justificada racionalmente. Y eso se consigue teniendo claro en
la mente y en la acción que este mundo es de todos, que las
igualdades deben ser lo que motive nuestra acción, que no se puede
molestar ni hacer daño a nadie y que nuestra intención en la vida
debe poder ser también la intención de todos y de cada uno. Lo
contrario de todo esto es justamente lo vulgar. Hay que crecer lo más
posible, cada cual tiene que llegar a su tope, pero hay que favorecer
con ello a la sociedad, sin que sea necesario identificarse con ella,
porque eso es caer en la castrante, destructora y mediocre vulgaridad
visible hoy en todas partes.
Buenas noches.
(continuará)
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