No pude ver nunca las entretelas que
daban armazón a tus sentimientos.
Nunca probé el sabor que encerraban
las lágrimas que caían de tu mente,
ni el que mostraban las sonrisas que
subían de tu pecho.
Me quedé con la duda de si tus manos
eran tan suaves como tu mirada.
No logré paladear el tono de tu voz,
que imaginé del color de tus ojos.
Ni medí tu estatura, por si alguna vez
tenía que llevar preparado un abrazo.
Jamás comprobé cómo era la carne de
tu piel, que adivinaba casi sin poros,
limpia, fresca, blanca, tersa,
inmaculada, como tus pensamientos.
No entreví ni tu pasión, ni tu
curiosidad, ni tus deseos, ni tus miedos.
Me figuré tu cuerpo de mil maneras,
hasta perderte entre todas ellas.
Tu fuego me resultó tan inaccesible
que me quedé en el frío rincón en donde siempre es no.
Te veía, pero no podía mirarte,
aunque quisiera, aunque lo necesitara.
Te escuchaba en el papel, con los
dulces sonidos negros de las letras.
Te quería, pero nunca estaba delante
de ti para acariciar tus ideas,
para oler tus emociones, para saborear
tus risas, para lamer tus llantos.
Fuiste como la vida, una imprevista
aparición desde la nada
y una veloz huida hacia la
desaparición.
Fuiste fugaz, como la belleza.
Difícil, como la elegancia.
Gozosa, como una caricia.
Tierna, como un sueño agradable.
Fuiste todo sin ser nada.
Buenas noches.
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