En un lugar de la costa en el que la
navegación es difícil está instalado el faro. Siempre hace lo
mismo: le ofrece una referencia a los barcos que pasan por allí para
avisarles del peligro y para procurarles una mejor travesía. No sabe
cuántos barcos se sirven de él, ni cuáles son. Tampoco le importa
demasiado porque se limita a hacer lo que tiene que hacer. Nunca
pregunta. Nunca pide explicaciones. Nunca engaña. Nunca pide ni
exige nada. Los barcos le están muy agradecidos, pero él no lo
sabe. Cumple su misión cada noche sin creerse indispensable, sin
sentirse superior, sin ser más que un faro.
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