miércoles, 30 de septiembre de 2020

Dicho en el pasado. Belleza, elegancia, felicidad



30 de septiembre de 2014 

Vivir no es meramente estar, sino relacionarse con las personas y con todo lo que hay en el mundo. Vivimos en la medida en que nos relacionamos y dependiendo de cómo sea esa relación, así será nuestra vida.

Por esto no tiene sentido encaminar todos los esfuerzos en encontrar la belleza del cuerpo y quedarse en ella. Si la belleza nos sirve para hacer más viva la relación con el mundo, bienvenida sea, pero la belleza por sí sola es absurda e inútil para la vida.
La belleza de unos ojos puede que no sirva para vivir; la belleza de una mirada, sí. La belleza de unos labios puede que no sirva para vivir; la belleza de una sonrisa, sí.
La felicidad tiene poco que ver con la belleza y sí con el estilo de relación que establezcamos. Es lo que yo he llamado a veces la elegancia. Cuando la relación con el mundo, y especialmente con las personas, tiene caracteres humanos, constructivos, cariñosos, generosos, entonces aparece la elegancia y con ella, seguro que la felicidad.
No somos nuestras medidas ni nuestro cuerpo ni nuestro saber. Somos el estilo de vida que construimos con todo eso.

Hans Geiger. Hombres y Mujeres de Ciencia. El Calendario de Bautista. 30/ 9/ 2020



Tal día como hoy de 1882 nació Hans Geiger



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martes, 29 de septiembre de 2020

Dicho en el pasado. Adolescentes



29 de septiembre de 2015

 Desde el mismo momento en el que nacimos y durante muchos años después no hemos podido sobrevivir sin la ayuda de muchas personas: padres, matronas, profesores, médicos, vendedores, chóferes, etc.

Llegó, sin embargo, un momento, más o menos en la adolescencia, en el que las hormonas y la propia vida nos hicieron creer que éramos los reyes de la existencia, los mejores del mundo mundial, y que no necesitábamos de la ayuda de nadie.
El individualismo, que tanto abunda en nuestra sociedad, ha ido logrando que cada vez más personas permanezcan en la adolescencia, aunque vayan cumpliendo años, uno tras otro, y que otras se hayan vuelto egoístas e insensibles y se hayan olvidado de que lo que son se lo deben a la ayuda recibida a lo largo de toda su vida.
Ahora, cuando hay personas que para sobrevivir necesitan de la ayuda de todos, estos seres desmemoriados se revuelven en sus asientos y echan mano de cualquier excusa para rechazar la ayuda que le piden.
Mal mundo este que padecemos con tanta frecuencia.

Enrico Fermi. Hombres y Mujeres de Ciencia. El Calendario de Bautista. 29/ 9/ 2020



Tal día como hoy de 1901 nació Enrico Fermi



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lunes, 28 de septiembre de 2020

Dicho en el pasado. Banderas



28 de septiembre de 2017 

Creo que las banderas expresan y despiertan emociones y sentimientos, pero no muestran ningún argumento. Nos estamos acostumbrando peligrosamente a hablar y a vivir sin argumentos. Cada vez me gustan menos las banderas.

Louis Pasteur. Hombres y Mujeres de Ciencia. El Calendario de Bautista. 28/ 9/ 2020




Tal día como hoy de 1895 murió Louis Pasteur



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Los lunes, músicas nuevas. Sufjan Stevens



Pero la canción que más me ha hecho quedarme mirando a las nubes en todo el verano ha sido "My Rajneesh" de SUFJAN STEVENS. Es la cara B del single en vinilo "America". Las transformaciones a lo largo de la canción son muy propias del estilo de Sufjan. La poética es muy hermética, mística o así.

domingo, 27 de septiembre de 2020

Las Pandoras de la pandemia


 Muy interesante el artículo de Siri Hustvedt, premio Princesa de Asturias de las Letras en 2019, titulado Las Pandoras de la pandemia. Puedes leerlo aquí.

Él y su coche



 Eran él y su coche. No existía nada más en el mundo. Lo que se veía por ahí eran seres ajenos a él y a su coche, carentes de importancia y de significado en su vida. Él y su coche habitaban en una soledad gozosa en medio de todo lo que no le interesaba. Cuando él y su coche estaban juntos, el mundo sonreía. El coche, aunque no hablaba, obedecía sin rechistar. Era un coche bueno y nunca se negaba a lo que él le solicitaba. En su coche el confort, la paz y el placer estaban garantizados. Él en su coche hacía lo que le apetecía. Iban, venían, paraban en donde a él le venía bien y circulaban al ritmo que en cada momento le pedía el cuerpo.

No había normas. Si acaso las muy imprescindibles, pero lo fundamental era hacer lo que la vida le pedía a gritos en cada momento. Eso de las normas era algo ajeno a su vida. Creía que cada cual tenía que ir a lo suyo y él con su coche no tenía por qué dejar de hacer lo que quería porque alguien quisiera cruzar por un paso de peatones o porque dijeran que hay que poner los intermitentes. Que cada uno se busque la vida y que gane el más fuerte.

Su coche era un Mercedes rojo de aspecto deportivo, con dos puertas y una buena radio para que todos, dentro o fuera, oyeran la música que a él le gustaba. Por dentro tenía detalles de calidad. Por fuera estaba limpio y cuidado, aunque con pequeños restos de alguna reparación.

Aparcó en la puerta del bar. Una cerveza a mediodía sentado en una terraza era muy apetecible después de una mañana de trabajo. El dueño del bar era amigo suyo y le gustaba ir a verlo y a charlar un rato. La calle tenía dos carriles y un arcén en el que se aparcaba bien. Una vez situado el coche, apagó la radio, quitó la llave y abrió la puerta para salir.

Abandonar el coche durante un rato y entrar en un mundo lleno de personas y de cosas que no le importaban demasiado era como abandonar su zona de confort. Muchas veces al día debía hacer ese sacrificio necesario de tener que andar, hablar, beber, discutir, incluso aburrirse fuera de su coche. Volver a él era como el descanso del guerrero, como la entrada en el paraíso.

Un estruendo inusual asustó a quienes estaban en la terraza del bar. Dos camareros salieron corriendo en dirección al coche. Todos se levantaron y pensaron en lo peor. Un autobús verde pasó por el carril derecho y paró a unos metros del bar.

La costumbre de no tener en cuenta las normas hizo que abriera la puerta del coche sin mirar si venía alguien por detrás. El conductor del autobús, que por sus dimensiones ocupaba todo el carril, no tuvo tiempo de ver que una puerta se le abría inesperadamente en su trayectoria. El golpe fue estrepitoso. El retrovisor rojo quedó tirado varios metros más adelante. Unos trozos de cristal se esparcieron por el suelo. La puerta quedó deformada, con el interior desencajado y sin poderse abrir ni cerrar. La fortuna quiso que a él no le diera tiempo de sacar la pierna. Aunque el coche rojo estaba aparcado algo separado de la acera, su amigo adujo que los autobuses pasaban muy pegados a los coches. Alguien en la terraza comentó que había que mirar antes de abrir la puerta. Otro pensó en la utilidad de cumplir las normas. Él se quedó a medio camino entre el ridículo que no podía admitir y el deseo de culpar al conductor del autobús que no podía expresar. Con una expresión de enorme tristeza llamó a la grúa.

Dicho en el pasado. No hay recetas



27 de septiembre de 2019

 A mí no me lo dijeron, pero yo sí te lo quiero decir a ti. A menos que, huyendo de la realidad, te refugies en algún dogmatismo, religioso o no, la vida consiste en ir a tientas por un presente movedizo hacia un futuro demasiado incierto, para llegar al cual no vale reproducir sin más lo ocurrido en el pasado. Si quieres sentirte vivo, tienes que tomarte el difícil trabajo de crear cada instante, sin caer en el vicio mortecino de repetir cobardemente lo que les valió a otros, o puede que a ti mismo, en otros tiempos. Convéncete de que hay valores que tenemos que convertir en realidades, pero no hay recetas eternas que sirvan para ello.