viernes, 22 de junio de 2012

Esclavas. Exposición de Yolanda Domínguez





Se trata una vez más de que en el mundo actual se sigue queriendo ocultar al ser humano que es cada mujer. En el centro de todo el entramado estructural de nuestras sociedades está instalado el poder. Y el poder está en manos fundamentalmente de los hombres. Esta es la base desde la que surge el problema del que trata la exposición titulada “Esclavas” que nos presenta Yolanda Domínguez en la Galería Rafael Pérez Hernando, calle Orellana, nº 18, de Madrid.

El poder se ejerce siempre sobre alguien. Puede ser que por motivos circunstanciales, que pueden ser económicos, políticos, sociales o de cualquier otro tipo, alguien caiga dentro de uno de los ámbitos del poder y tenga allí que soportarlo. Pero a determinados hombres, que hacen del poder, sea éste poco o mucho, el eje de sus vidas, les interesa tener bajo su mando a personas, no por meras causas circunstanciales, sino estructurales. Necesitan dominar a seres que, al exclusivo juicio de estos poderosos, posean una estructura tal que no puedan alcanzar el estatus que ellos ocupan. Y en este ámbito estructural y como consecuencia de la ideología machista que profesan, colocan a las mujeres. A estos hombres que viven del poder les interesa profesar la idea de que cualquier mujer, por el mero hecho de ser mujer, debe ejercer unas funciones en la sociedad distintas de las que llevan a cabo ellos. Así, a la mujer le corresponde ser femenina, esto es, dulce, obediente, sumisa y bella, entre otras atribuciones de índole igualmente secundaria, de la misma manera que ellos creen haber sido destinados a desarrollar funciones masculinas, siempre relacionadas con el mando, la fortaleza, la libertad y la superioridad.

Esta maniobra interesada de los hombres de poder establece en la sociedad una peculiar distribución funcional. A cada uno de los sexos los machistas asocian un género, con la particularidad de que el género femenino, constituido por las funciones asociadas a las mujeres, siempre es inferior y dependiente de los hombres, que son los llamados a poner en práctica las funciones propias del género masculino. De esta manera, el sexo, a través del género, se convierte en el último criterio de estructuración social.







Es evidente el interés que el hombre machista tiene cuando pone en práctica esta maniobra, porque ella le permite tener a su disposición una mujer obediente que le proporciona mano de obra gratuita en la casa, la satisfacción de las necesidades cotidianas y el recurso a una fuente siempre disponible de placer sexual. Y resulta también evidente el prejuicio del que se deriva toda esta organización social machista: el de la supuesta (y jamás comprobada) superioridad de los hombres sobre las mujeres.

Hay culturas en las que el poder sobre la mujer se ejerce de una manera dura y cruel, con prohibiciones brutales y con ritos que un mínimo sentido de lo humano condenarían. Recordemos, por citar sólo dos ejemplos, a las mujeres de las tribus de los patanes, en Pakistán, que no pueden salir a hacer sus necesidades fisiológicas fuera de la casa, como sí hacen los hombres, mientras no se haga de noche, para que nadie las vea, sufriendo enfermedades renales derivadas del simple capricho masculino; o a las de la tribu de los danis, en el valle de Baliem, en Papúa Nueva Guinea, que deben soportar la amputación de alguna falange de sus dedos cuando muere un familiar varón.

Sin embargo, hay costumbres menos cruentas, más sutiles, pero igualmente eficaces para ejercer el dominio sobre la mujer. Son las que afectan a la vestimenta de las mujeres, como es el caso del burka, que los talibán impusieron como obligatorio a las mujeres en Afganistán. La vestimenta, en general, siempre conlleva una fuerte carga simbólica. Cuando el hombre machista considera que la mujer no es un ser humano, sino un objeto de su propiedad, del que puede gozar a su antojo, y no quiere que ningún otro hombre pueda contemplar eso que es suyo, entonces la tapa sin piedad con telas que van desde el pañuelo hasta el chador, el niqab o el burka. Si la mujer que va dentro de esa cárcel de tela, sufre, tropieza, padece enfermedades por no recibir la luz del sol o termina perdiendo la visión, eso no le importa al machista, porque para él la mujer no es más que un ser inferior, utilizable para sus intereses y sustituible por otra en el caso de que se convierta en inservible.







Es verdad que en nuestra cultura solemos ser muy críticos con el uso del burka. Sin embargo, no nos damos cuenta de que en nuestro entorno vital practicamos otra manera de hacer desaparecer a la mujer como tal, de presentarla no como una persona, sino como una cosa que cumple las funciones que al machista le interesan. Este es el planteamiento de la exposición de Yolanda Domínguez.

Con la misma tela con la que están confeccionados los burkas y en colaboración con Sara Ostos como diseñadora, se presentan prendas femeninas occidentales cargadas de erotismo, de sensualidad e, incluso, alguien diría que de glamour. Tangas, corsés, pezoneras o vestidos más o menos livianos y sugerentes parecen indicar una condena al burka, del que se exhibe también en la muestra un ejemplar auténtico. Sin embargo, la propuesta no acaba en esta crítica, porque la mujer que puede vestir ropas similares a las que se presentan en la muestra sufre en su ser un tipo parecido de esclavitud, aparentemente más llevadero, pero igualmente despersonalizante. La mujer occidental es también víctima del machismo desde el momento en que acepta en su vestimenta los criterios que le impone el hombre. Si al hombre machista le interesa que la mujer se destape y ésta no tiene otro criterio mejor que oponer, se destapará. Por un supuesto amor, por protección, por economía o por rutina, la mujer que asume el criterio machista termina por obedecer “a la manera occidental” a las llamadas desde el poder de los hombres. Es muy significativo que uno de los temas en los que puede vislumbrarse la presencia de un maltratador en nuestra sociedad es el control que suele hacer sobre la forma de vestir de su pareja. Y la mujer puede llegar a tener tan asumido el gusto y la exigencia de los hombres en sus ropas, que encuentra normal taparse o destaparse aunque ningún hombre concreto se lo pida.

Hay dos maneras de impedir que una mujer viva como una mujer, esto es, como una persona que es mujer. Una, tapándola para que nadie vea que debajo de esas telas va una mujer y para que ella misma no pueda sentirse como tal. Otra, destapándola para que luzca a los ojos de todos, no como un ser humano, como una persona, sino como un objeto de deseo y de complacencia, como una propiedad privada que se exhibe con orgullo por su dueño. Mientras los hombres machistas no aprendan a vivir como seres humanos y mientras las mujeres no reaccionen y dejen de hacerse cómplices de una ideología que las reduce a la condición de esclavas del macho, aquí seguiremos pensando equivocadamente que el método de tortura en la vestimenta de la mujer es el burka y no lo que se ha asumido como normal en nuestro entorno. Mientras hombres y mujeres no sean capaces de comprender y de vivir la igualdad real, la sociedad seguirá siendo machista y las mujeres, las víctimas de los hombres. La brillante exposición de Yolanda Domínguez es un espejo en el que deberían mirarse las mujeres de cualquier cultura y de cualquier sociedad.





   










Según mi amigo Bautista 22 / 6 / 2012



Tal día como hoy de 1969 murió Judy Garland

Su entierro supuso el nacimiento del Orgullo Gay.






jueves, 21 de junio de 2012

Con artistas




El que no crea, envejece y los viejos, que pueden serlo a cualquier edad, acaban muriendo pronto.

Me gusta ver arte, contemplar obras de arte. El arte no sólo te permite evadirte de este mundo estúpido, sino que te impulsa a otro mucho más agradable, aunque a veces sea más trágico, que éste. El arte se apodera de ti con una fuerza irresistible y te proporciona un placer intenso y suave, a la vez, inquietante y relajante, como si fuera un prodigio milagroso de la naturaleza.

Me enamora el arte y me entusiasma escuchar a personas que viven creando, que entienden la vida como algo en las antípodas de la rutina, de la tradición, del estatismo interesado de quienes están en los poderes.

Últimamente he tenido el grandísimo placer de hablar con algunos artistas, y, sobre todo, de escucharlos. A algunos los oí con atención en público y les tiré de la lengua todo lo que supe, pero a otros -a otras, porque éstas eran mujeres- tuve la fortuna de escucharlas de manera más personal. Me parecieron seres humanos excepcionales, conscientes del mundo en el que estamos, humildes en su forma de estar en él, pero sin renunciar a sus deseos de cambiarlo para mejorarlo, fuertes como árboles bien plantados aunque en terrenos poco propicios, con muchas ganas de vivir y de crear, de sacarle al mundo sus secretos. Sobre todo, imbuidas del ideal de la igualdad, que adorna con luces de gozo y de fiesta a los espíritus elegidos para abrir los caminos.

Creo que una de las características básicas del artista es su mente abierta a un mundo con el que quiere comunicarse y que entiende que puede cambiar, pero no para que le favorezca a él, sino porque entiende que un mundo mejor es posible y deseable.

La emoción que me produce el estar un rato con un creador hablando de su obra y del acto de creación se la traduzco luego, cuando puedo, en un abrazo que me sale de dentro y que no sé si entenderán o no, pero que estoy seguro de que sienten. Es mi reconocimiento a la presencia ante mí de un ser que me supera y que es capaz de entender esa vida como a mí me gustaría poder vivirla. Es también, claro, una muestra del cariño que siento por quien es capaz de estar un rato de su tiempo hablando conmigo de lo que hace, de lo que piensa y de lo que vive.

He sido afortunado estos días y le doy las gracias a estos amigos artistas por sus detalles. Dar las gracias quiere decir que ojalá la vida les regale a ellos también el mismo placer que ellos me han regalado a mí.  

Según mi amigo Bautista 21 / 6 / 2012



Tal día como hoy de 1905 nació el pensador Jean Paul Sartre.

miércoles, 20 de junio de 2012

CARTA DE UN PACIENTE ONCOLÓGICO A LOS VOTANTES DEL PP

He encontrado esta carta en Facebook y creo que es necesario difundirla.




A todos y todas las que habéis votado al PP y seguís apoyándolos, ya sea a nivel nacional o en la Comunidad de Madrid, me gustaría daros un puñetazo en el alma, que también sangra si se la golpea con suficiente fuerza.

Entre vosotros seguro que tendría que pegar a unos cuantos familiares, amigos y conocidos, pero os lo mereceríais, por cabrones.

Como soy de la opinión de que una paliza no se justifica si no se explica antes el motivo, os lo voy a dejar bien claro.

Me llamo Roberto, esposo de Eva y padre de dos hijos. El cuarto cumpleaños del pequeño lo celebré en el hospital luchando para vencer el cáncer que quería matarme.

Hace tres años sufrí tratamiento quirúrgico, quimioterápico y radioterápico. Desearía que sufriérais cada una de las arcadas y llanto que tuve que pasar porque, por vuestro voto culpable, hoy estoy un paso más cerca de sufrir de nuevo el infierno. Yo, y todos los pacientes oncológicos que se ven afectados por los recortes que Esperanza Aguirre y el Gobierno del PP se niegan a aceptar, mintiendo como hacen siempre.

Este es mi caso particular. Ojalá infecte vuestro corazón.

Tenía cita prevista con mi oncólogo a inicios de Julio. Él y otra doctora más se han jubilado y, por culpa de los recortes que el gobierno del PP está implantando en la sanidad, me he quedado sin especialista y mi cita se ha movido a Septiembre, ya que el Hospital no va a suplir dichas plazas con nuevo personal.

¿Que pasa con los pacientes de esos oncólogos? La respuesta del hospital La Princesa, en Madrid, es que sus expedientes se valorarán de forma “virtual” por la Responsable de Oncología y, si hay algún problema en las pruebas, llamarían al paciente. Si no, la cita de septiembre permanecerá.

Por si no lo tenéis claro, os lo recordaré. Los enfermos oncológicos tenemos derecho a que un especialista nos revise personalmente en los plazos estipulados según el procedimiento marcado. No me vale una revisión virtual. ¿Queréis saber porqué no me fío? Cuando me detectaron mi primer cáncer no me avisaron y transcurrieron más de dos meses hasta que caí en manos de una especialista que me trató. En ese tiempo, mi tumor pasó de dos centímetros a más de seis, y sufrí tratamiento quimioterápico más fuerte y con peores efectos secundarios.

Esperanza Aguirre, Rajoy y el resto de políticos con responsabilidades hoy en día son culpables de todo el sufrimiento que se va a causar a víctimas de sus recortes y familiares. Y en la cadena de responsabilidad también estáis vosotros, porque les habéis votado y garantizais que sigan maltratando la sanidad pública de forma impune. Vosotros, simpatizantes del PP, sois más culpables aún que ellos de lo que está pasando, por creeros la sarta de mentiras que nos quieren hacer tragar.

Y por eso, os maldigo.

Yolanda Domínguez en PhotoEspaña: Preludios




Cada artista expresa lo que vive, aquella parte de su experiencia que le resulta relevante y que considera merecedora de ser comunicada a los demás. Esta experiencia vital del artista puede ocupar un espacio significativo más bien cercano a su mundo intelectual, en cuyo caso su obra es muy posible que resulte un tanto críptica u oscura, con un contenido muy personal y propio del artista. Por el contrario, cabe suponer que la referencia de la obra de arte se encuentre más en los alrededores de lo que le ocurre a un buen número de ciudadanos y probablemente en estas circunstancias pueda ser más fácilmente comprendida por estos, con lo que la experiencia comunicativa pretendida por el artista será, sin duda, más feliz.

Este último me parece que es el caso de Yolanda Domínguez en toda su obra y, en particular, en su última propuesta para PhotoEspaña, la titulada Preludios, que puede contemplarse en la Galería Rafael Pérez Hernando, de Madrid, hasta el 27 de julio. La artista, sin renunciar, ni mucho menos, a la dimensión sugerente, simbólica, provocadora e interpretable que toda obra de arte tiene, presenta una temática cercana, o que, al menos, debería serlo, al espectador.

La serie, como decimos, se denomina Preludios. La lógica pregunta subsiguiente es: preludios ¿de qué? Veamos. Que sean fotografías, todas ellas pigmentadas en rosa, sobre temas domésticos y tomadas en una casa de muñecas son indicios suficientes para concluir que se refieren a la mujer. Con más concreción, se trata de plasmar las funciones que el ideario tradicional ha atribuido a las mujeres dando lugar a lo que socialmente se conoce como género femenino.


Aparecen así un conjunto de paisajes domésticos en los que figuran muebles, ventanas, atuendos de mujeres y enseres que podemos encontrar en cualquier hogar. En todos ellos parece latir algún elemento inquietante que sirve para que nos adentremos en el mundo real de la mujer. No encontramos en ellas ningún ser humano y, sin embargo, su enorme poder sugerente nos hace adivinar presencias ausentes, pasados hechos presentes, futuros adelantados, temores invisibles, esclavitudes sin cadenas, rutinas asumidas o incluso violencias que pueden avecinarse. Una mujer sin rostro y sin cuerpo parece estar siempre presente, sin verse, en todas las fotografías.

La iconografía de Yolanda Domínguez es, no obstante, sencilla y hasta podría parecer un tanto ingenua. No encontramos en ella a primera vista elementos que la conviertan en una suerte de denuncia o de crítica en algún sentido. Pero puede detectarse pronto un enorme poder evocador, sugerente, en cuyo caso las fotografías se convierten en vehículos con capacidad para enlazar las situaciones que se relatan con otras que encontramos en la vida diaria. La limpieza, el sexo, la belleza, la figura de la madre o la comida son algunos de los asuntos que se muestran y justamente la ausencia de personas hace que las situaciones que se adivinan se puedan generalizar y permitan una lectura más teórica y más desligada de situaciones demasiado concretas. Estas situaciones presentes en la serie se asocian con frecuencia con funciones femeninas, con tareas que, sin que medie ninguna justificación razonable, la sociedad atribuye a las mujeres. Pero ¿qué ocurre después de que la mujer emplee su vida en el desarrollo de esas funciones femeninas? Lo que se entiende como femenino ¿humaniza más a la mujer o la reduce a un ser obediente? ¿Cuál es el precio que paga la mujer por estar siempre bella, dulce y dispuesta? ¿Tienen sentido las horas de trabajo doméstico sin remuneración, los sacrificios por mantener una estética femenina? ¿Qué razón hay para mantener la discriminación por razón de sexo? Estos son algunos de los asuntos vitales que la propuesta de Yolanda Domínguez podría sugerir con sus Preludios. Lo que hay más allá de estas fotografías, lo que puede que sugieran es que todavía en nuestras sociedades las mujeres tienen que revisar sus papeles, si quieren recuperar su libertad y su humanidad.