- Oiga, profe, en lugar de responder las preguntas del examen, ¿puedo responder otras que sí que me sé?
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El problema fundamental de la vida es un problema ético. ¿Cómo actuar hoy para crear un mundo más humano? ¿Cómo actuar de manera humana para crear un mundo mejor?
"Lo siento, le puedo ofrecer un rioja y un ribera, que son los que tengo abiertos."
El camarero hablaba bajito, pero dejaba bien claro que allí había algo que no marchaba. Por no irme y cargar tan pronto con toda la paquetería pesada, opté por pedirle un ribera. Tomó una copa cutre y me puso un vino calentorro, cuya marca no era conocida, creo yo, en muchos kilómetros alrededor del Duero.
Con resignación laica tomé los vasos y me fui a los taburetes con el ánimo por debajo del estómago. Esto es muy clarificador y puedes comprobarlo tú, estimado/a lector/a. Cuando tu ánimo está situado por encima de la boca del estómago, eres capaz de cambiar el mundo con sólo alzar los brazos y dar un grito de guerra. Pero cuando el ánimo está por debajo de ese límite metafísico, es seguro que algo anda mal y que puede ocurrir lo peor.
Yo, que había entrado en el bar con el ánimo ya por la zona lumbar, zona que soporta mal las bolsas llenas de intelectualidad, me fui a los taburetes con el vino aquel y con el ánimo ya por los gemelos, que tampoco se llevan muy bien con el transporte de la letra impresa.
Pues nada, pensaba yo, nos tomaremos esto -¡y a palo seco, qué disparate!- y nos
iremos a otro lado, o a casa.
Andaba yo reinando en estos planes, cuando veo al camarero que me sirvió – el otro no había concluido aún el Marca- que, en una pequeña tabla que tenía en la entrada de la cocina, estaba partiendo pan y chorizo. El chorizo y yo no tenemos nada que ver el uno con el otro. Vivo mejor sin él y no tengo planes de cambiar esta relación basada, de día, en la indiferencia y, de noche, en el puro rechazo. El caso es que aquel señor de voz tan queda partió dos rodajas de pan y otra dos de chorizo. Tomó un platito, una conchita -atención Argentina, que en España esto es un platito ovalado en donde te ponen una tapa, un aperitivo para acompañar la bebida- y puso allí las dos rebanaditas de pan y encima, con los mismos dedos con los que tomaba el dinero de los clientes al cobrarles la consumición, una rodaja de chorizo y ¡zas! la segunda rodaja fue a parar al suelo. Estoy seguro que esta segunda rodaja me había visto y había renunciado a un destino tan aciago como el de venir a situarse delante de mi para que la ninguneara con mi rechazo frontal.
A mí en estos casos se me dispara el olfato y olí que allí había espectáculo. Me concentré en la escena y observé el desenlace de la jugada. Fue seguramente la crisis, o el recuerdo de los tiempos del hambre, en la postguerra, o la ignorancia, o cualquiera sabe qué profundo resorte fue el que hizo que aquél respetable señor doblara el espinazo, sin siquiera mirar si estaba siendo observado o no, y recuperara del suelo aquella rebelde lonchita de chorizo, la situara encima de su correspondiente rebanadita de pan, en el platito, y que en seguida nos la trajera hasta donde estábamos. Con toda naturalidad y como si no hubiera ocurrido nada, nos depositó aquel manjar en la repisa, junto a la caña y al vinito de la ribera del Duero.
Cuando el tipo se dio la vuelta, el ánimo estaba ya por los tobillos. Y yo no sé si soy demasiado pacífico o demasiado tonto, pero no me apetece montar un cirio en estas situaciones y gastar todas las energía, las pocas que quedaban, luchando con un tipo desconocido que cualquiera sabe por dónde te va a salir. Ya lo he hecho en alguna ocasión -recuerdo una gloriosa, en Alicante- y he concluido que no merece la pena el esfuerzo. Así que pedí la cuenta -tres euros y pico- y nos fuimos a la calle. “Fíjate bien en este sitio...” es la frase clave que usamos para decidir que en ese lugar no se nos ha perdido nada y que por tanto no pensamos volver a él.
De vez en cuando pasan estas cosas. Todavía.
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El avance evidente de la mierda me ha hecho recordar algo que escribí hace unos años y que me parece que no ha aparecido aquí. Como no tengo tiempo para casi nada, aprovecho para traerlo. Habría que actualizarlo, pero las urgencias hacen imposibles las necesidades. Como es largo, va en trozos. Ya me dirás.