El problema fundamental de la vida es un problema ético. ¿Cómo actuar hoy para crear un mundo más humano? ¿Cómo actuar de manera humana para crear un mundo mejor?
viernes, 2 de noviembre de 2012
Buenos días. Difuntos
jueves, 1 de noviembre de 2012
miércoles, 3 de octubre de 2012
Buenos días. Eternidad
miércoles, 29 de febrero de 2012
Hay que vivir
lunes, 27 de febrero de 2012
Todo muere
Todo se acaba. Todo desaparece. Todo muere. Lo viejo se muere. Lo que es contrario a la vida se muere. Lo que mata a los seres humanos acaba por caer. A todo y a todos le llega su momento. Pero siempre hay algo. Tras la muerte, surge de nuevo la vida.
Estaba pensando en la vieja e inhumana manera de ver la vida del PP, que morirá pronto y de repente, pero no sé si ya ha nacido la nueva vida.
sábado, 17 de diciembre de 2011
Antonio Gala y la muerte
Acabo de oír la entrevista que Montserrat Domínguez le ha hecho a Antonio Gala en la SER. Me ha impresionado y me ha emocionado oir a un ser humano hablar con tanta naturalidad de la muerte. Me ha parecido una actitud tan humana, tan poco afectada, tan poco desvirtuada por las religiones y por las imaginaciones ultramundanas, que, junto a la pena, ha hecho que surja en mí un foco de paz, de sosiego.
¿Por qué Antonio Gala puede hablar así de la muerte? Seguramente porque a lo largo de toda la vida ha procurado estar vivo, ha intentado vivir, ha preferido no desperdiciar el tiempo y ha querido estar en la vida como un ser vivo.
Todos tenemos unos valores, aunque no los conozcamos. Se trata de saber cuáles son y de ponerlos en práctica, de hacerlos reales, porque para eso son valores, para eso valen. Se trata de hacer algo en la vida, algo que sea nuestro, algo que nos merezca la pena. Hay que rechazar el confundir la vida con engordar el culo delante del televisor o con anestesiar el tiempo dependiendo de lo que haga el equipo de fútbol de turno. Se trata de crear. Lo que sea, pero crear. Se trata de no aislarse de los demás. Los demás son míos también y mi vida debe ser también la de todos. Se trata de intentar que se realicen las grandes ideas, pero sin olvidar los pequeños detalles, los que nos hacen sentir con intensidad la vida en contacto con las personas que tenemos cerca. Se trata de no andar a la velocidad que nos marca el mundo, esa cosa loca que entre todos estamos ayudando a parir, sin saber que lo estamos haciendo. Se trata de no perder el sosiego ante nada. Se trata de que te quieras a ti mismo, a ti misma, para que así puedas querer en las mejores condiciones posibles a los demás. Se trata, por tanto, de amar. Y también de poder expresar el amor. Se trata de algo muy sencillo, pero lleno de complejidad. Se trata, por encima de todo, de vivir. Ánimo Gala.
Puedes oir la entrevista aquí.
viernes, 16 de diciembre de 2011
Se murió
domingo, 14 de agosto de 2011
lunes, 3 de enero de 2011
Tragedia
viernes, 29 de octubre de 2010
Ha muerto Marcelino Camacho
viernes, 18 de junio de 2010
Saramago ha muerto
La noticia es de esas que se esperan en cualquier momento, aunque yo creía que tenía más que los 87 años que ahora han salido a la luz. Pero, como todas esas noticias lamentables, absurdas y no queridas, la de la muerte de Saramago me ha sorprendido y me ha dejado un poco (más) huérfano. Me gustaba la lucidez que tenía para ser un pesimista y el coraje del que hacía gala para pensar, escribir y actuar como si no lo fuera. Era uno de esos casos inhabituales de personas con la suficiente calidad en la mirada como para escribir con sentido advirtiéndonos del peligro de la ceguera colectiva. No me extrañó nunca que cierta gobernanta inculta, condesa y ordinaria, que llegó a ser Ministra de Cultura, lo confundiera con Sara Mago. Su punto de vista era siempre atinado, sensato, directo, arraigado en un pensamiento social, nada egoísta e independiente. Para mí, en realidad, era uno de los referentes en la vida, no tanto por sus novelas, sino por sus artículos y por sus entrevistas, porque era un modelo, y un modelo es siempre algo más que las copias o las reproducciones que de él se hacen. Por decirlo de la manera más sintética posible, era un verdadero ser humano. Gracias, Saramago, por haber existido.
lunes, 6 de julio de 2009
Agonía sin compasión
El doctor Luis Montes, ex jefe de urgencias del hospital madrileño Severo Ochoa, ha decidido llevar a los tribunales a Losantos, Vidal, Schlichting, Isabel San Sebastián y Pedro J. Ramírez. En los últimos años, tanto él como su equipo han sido víctimas de la agonía a la que estos periodistas decidieron someterlos en virtud de su particular defensa de la vida.
Asesino, líder de Sendero Luminoso o directamente nazi, son algunos de los insultos y descalificaciones que éstos y otros, como Miguel Ángel Rodríguez, atribuyeron a estos médicos a pesar de que existe una sentencia firme negando que las sedaciones que se practicaron en su servicio fueran irregulares. Cualquiera que haya perdido a un ser querido tras un padecimiento largo e intenso se ha rebelado ante la sinrazón del sufrimiento innecesario. Ante la indignidad que supone morir rabiando. Pero estos ultracatólicos que anteponen la voluntad divina a la compasión humana reivindican el dolor y la angustia y atacan encarnizadamente a quienes pueden ayudarnos en este momento.
No sé si la justicia de los hombres condenará el atropello que Luis Montes y sus compañeros llevan padeciendo a causa de estos cancerberos del sufrimiento extremo. Pero espero que su dios sea generoso y escuche sus plegarias, y si un día se ven en este trance no exista ningún doctor Montes a su lado que les prive de esa agonía que con tanto ahínco defienden para otros.
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lunes, 25 de mayo de 2009
Cuesta aprender
Y, a pesar de todas estas muertes, no aprendió que la vida no es dejar pasar el tiempo viendo pasar, sentado en la puerta de la casa, un espectáculo mediocre, sino construir piedra a piedra, gozo a gozo, llanto a llanto, un espléndido monumento de tamaño humano.
Todo se moría en su vida, pero él no aprendió a vivir. Parecía que ya estaba bastante muerto.
miércoles, 6 de mayo de 2009
¿Murió o se murió?
Me viene una duda gramatical. ¿Es lo mismo decir que mío tío “ha muerto” o que “se ha muerto”? ¿Qué añade, si es que añade algo, el “se”?
Veamos algunos casos parecidos. Cuando uno abandona un lugar, en el norte es frecuente oír decir que ”marchó”. En cambio, en el sur se oye más decir que “se fue”. No sé si con el “se” se quiere insistir en el hecho de que fue él mismo el que abandonó el sitio y no simplemente constatar que desapareció. No estoy seguro de que esto sea así.
¿Es el “se” de “se murió” un “se” reflexivo, como en el caso de lavarse o mirarse? ¿Se muere uno mismo o la muerte viene como de fuera y uno se encuentra muerto cuando le llega el momento? Recuerdo un verso de Rilke que leí hace mucho tiempo y que no he vuelto a encontrar escrito, en el que el poeta le reza a su Dios pidiéndole:
Señor, dale a cada cual su propia muerte.
Si es "el Señor" el que da la muerte, el que la recibe, “muere”. En cambio, si la muerte se entiende como el cese de la actividad en la vida de alguien, quizás en este caso se podría entender como que “se muere”. Pero el acto de morirse suele ser involuntario, supongo yo, por lo que el “se” parece que pierde mucho del significado que se le podría suponer.
Si comparamos el morir con el vivir, podemos decir “ X murió” o “X se murió”. Decimos también que “ Y vive”, pero no que “Y se vive”. ¿Qué aporta el “se” en el caso de la muerte?
Me gustaría saber tu opinión sobre este asunto.
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lunes, 4 de mayo de 2009
Mi tío Enrique
Una de las últimas veces que lo vi me dijo, poniendo su mano en mi hombro para ayudarse a andar:
Hombre, Manolo, qué buenos ratos pasamos cuando tú eras chico ¿te acuerdas?
Claro que me acordaba. Yo de chico -o de pequeño, como quieras- era un niño bueno (a los alumnos, a veces, les digo en broma que aún sigo siéndolo, pero no estoy seguro de si, además de ser esto una broma, es verdad). Era, además, como dice Héctor Abad Faciolince en su precioso libro El olvido que seremos, "de una índole mansa", por lo que aceptaba muy bien la manera que tenía mi tío Enrique de tratarme. Me hacía fiestas y carantoñas, jugaba conmigo, me atendía, procuraba que me sintiera feliz. Es decir, me hacía las cosas que un niño -y cualquiera- necesita para sentirse querido. Yo recuerdo que le devolvía el juego y en nombre de esa correspondencia más de una vez fueron a parar al suelo sus gafas. Las cosas de los niños.
Mi tío tenía una cierta consideración de persona un tanto especial o, quizás, un tanto rara. Vivía en Cádiz, pero se cortaba el pelo en San Fernando, en donde además compraba ciertas cosas, mientras que otras las adquiría en Chiclana. Iba a por lo que quería a donde entendía que era el mejor sitio. Tampoco le gustaba que mi tía, entonces su novia, se dedicara a coger puntos a las medias. Esta era una labor consistente en reparar las carreras que aparecían en las medias de las mujeres cuando se rompían. Con una especie de aguja apropiada para esa labor, se trataba de ir tejiendo, reelaborando la trama perdida del tejido, hasta dejar la media de nuevo como si nada hubiera ocurrido. Era una labor de mucha precisión visual que mi tío consideraba que no era buena para los ojos.
A mí estas supuestas rarezas me parecían siempre muy normales. Quién sabe si eso que pienso ahora de que ser normal es cada vez más raro y que, en cambio, ser raro es cada vez más normal se empezó a fraguar entonces.
Durante muchos años dejé de verlo. Vivía fuera y nunca coincidíamos, salvo en los entierros, que son ocasiones para volver a reunir a la familia. Últimamente lo veía más. Sus dos grandes aficiones eran fumar e ir a misa. En la iglesia lo veía cada vez que yo llevaba allí a mi madre. Decía con frecuencia que se encontraba todo lo bien que podía estar, pero que no tenía ningún interés en quedarse en este mundo para siempre, que llegaría un día en el que se moriría.
Ahora que ha muerto, he pensado estos días en la inmortalidad, en el deseo de inmortalidad tan común entre la gente. Yo tengo muchas ganas de vivir intensamente esta vida, pero no tengo ninguna sensibilidad para la inmortalidad ni para la eternidad. Estas aspiraciones me parecen una extravagancia. El reto creo que es vivir, hacerlo como un ser humano, hacerlo bien, y luego morirse. No tengo, que quede claro, la menor gana de morirme y de los muertos sólo tengo una cierta envidia relacionada con eso que dicen de ellos de que descansan en paz. Eso sí que me apetece, pero sólo una temporada, que luego tanta paz embota.
Gracias, tío, por lo que me quisiste. Yo te quise lo que pude.
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viernes, 18 de julio de 2008
BLUES
No hay vida sin muerte ni muerte sin vida.
Ambas afirmaciones negativas se refieren a hechos y, en contra de la costumbre de bastantes tipos incordiosos, los hechos conviene no discutirlos, sino pensarlos, asumirlos y deducir de ellos las consecuencias oportunas.
Hay que matar la muerte para que pueda vivir la vida.
La muerte que hay que matar habita en el interior de la vida, pero está enmascarada de:
prejuicios y discriminaciones,
Tu verdadera biografía no es más que la historia de la lucha o de la ausencia de lucha entre tu vida y tu muerte. Tú no eres más que el resultado actual de esa batalla.
Vivir es luchar. Sin lucha no hay vida porque los negros tentáculos de la muerte se han introducido, sin que nos hayamos dado cuenta, en el interior de nuestra vida. Por eso la vida es dura, porque vivir significa vencer la tentación de la pereza, del mero estar sin ser, del inmovilismo, del dormir sin despertar nunca. Hace unos días, en un alarde de luminosa consciencia, Montserrat Nebreda, parlamentaria autonómica y candidata a la presidencia del PP en Cataluña, le gritó a los militantes más conservadores de su partido: ¡”Viva la vida y abajo la muerte”! ¡Cómo me gustaría haber visto la cara que pusieron!
Para vivir hay que querer vivir. Como en todo, es necesaria la decisión de la voluntad. También por esto la vida es dura, porque la decisión conlleva la consciencia de que la vida tiene un premio que es sólo relativo: la vida es la victoria de lo efímero sobre lo imposible. La vida siempre sabe a poco porque las metas conseguidas, en cuanto se digieren, terminan con el tiempo por perder su poder ilusionante y, o viene el cansancio o viene otra vez el hambre de algo nuevo.
Todo en la vida es efímero. Por eso, vivir es siempre volver a vivir, volver a empezar. Si no la necesidad de andar de nuevo el mismo camino, sí la de tener que andar un camino nuevo. El trágico error mortal es el de caer en la rutina, el de confundir el múltiple, variado y siempre nuevo camino de la vida con el monotemático camino de Sísifo.
Vivir no puede ser otra cosa distinta de vivir intensamente. Nadie lucha sin intensidad. Nadie va a la guerra a darle pellizcos al enemigo o a doblegarlo con insultos.
La vida es la creación en el tiempo de un yo y un nosotros: de un mundo. Ingrid Betancourt, ciudadana reciente y afortunadamente liberada, relataba en una carta dirigida a su madre durante su cautiverio en las manos de muerte de las FARC su vivir: “Aquí la vida no es vida, sino un desperdicio lúgubre del tiempo”.
La muerte es la nada. La vida es el tiempo. El reto. La decisión.
Manuel Casal