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viernes, 2 de noviembre de 2012

Buenos días. Difuntos




Cuando yo era chico, los profesionales de la religión hablaban estos días de los difuntos y de la muerte, nos metían el miedo en el cuerpo y nos proponían un plan bastante triste y sacrificado para andar sin pena ni gloria por esta vida e ir ganándose la otra, que era el objetivo para el que nos habían depositado aquí. Porque no nos pusieron en el paraíso directamente, sino que, antes de que se diera ese posible gozo definitivo, teníamos que ponernos a prueba en esta vida, superar todas las dificultades, incluido un juicio final, y después vendría ya lo bueno.

Hoy todo este asunto me cae muy lejos. Me viene bien esto de recordar a los difuntos porque me hace presente la idea de que me voy a morir, de que soy mortal, de que esto de la vida puede acabar en cualquier momento. Si no nos muriésemos nunca, ¿qué interés tendríamos en hacer nada, con toda la eternidad por delante? No sería posible disfrutar de la vida. Nos volveríamos perezosos, nos daría igual todo, a nadie se le ocurriría vivir la vida con intensidad.

En cambio yo, ahora, tengo unas ganas enormes de vivir, tengo urgencia de vivir. Sé que el número de mis días es limitado y que en cada uno de ellos dispongo sólo de 24 horas para vivir. Si hoy no vivo, pierdo un día de vida, y eso es lo peor que se puede hacer. El arte consiste en montárselo cada cual de manera que la vida le sea satisfactoria. Lo primero es querer vivir con intensidad. Lo segundo es cómo hacerlo. Esto sí que es de mucho pensar, de mucho leer y de mucho hablar. ¿Cómo compaginar y estructurar asuntos tales como la felicidad, el amor, el construirse como persona, la humanidad, los otros, los valores, las injusticias, el mal, la cultura...?

No se puede vivir de cualquier manera, pero lo primero es decidirse a vivir, concentrarse en esta tarea, la única, a la que hemos sido convocados. Es seguro que la muerte llegará, pero antes aún tenemos que hacer una barbaridad de cosas. ¡Pero ya!

jueves, 1 de noviembre de 2012

miércoles, 3 de octubre de 2012

Buenos días. Eternidad




Nada es eterno. Eso de la eternidad fue un invento de los que eran incapaces de vivir aquí con los criterios por los que se rige esto, o sea, sabiendo que todo se acaba y que uno tiene que crearse su propia vida lo mejor que sepa. Su incapacidad les llevó a huir hacia mundos inventados, en los que supuestamente había cosas raras como la eternidad, la infinitud, el alma, los dioses y el absoluto.

No te creas nada que venga con la etiqueta de la eternidad. Procura más bien que cada cosa que vivas contenga el germen de la intensidad, de la honestidad, de la profundidad. Yo no quiero que me quieras eternamente. Quiero que si me quieres hoy, lo hagas intensamente, como si fuera el último día de nuestras vidas. Y si mañana me quieres, pues también. Y si no, se acabó. Vive, ríe y llora como si fuera lo último que fueras a hacer.

miércoles, 29 de febrero de 2012

Hay que vivir




No aspiro a grandes cosas en la vida. No quiero casi nada para mí. Varias veces me he quedado solo porque me han dejado así, abandonado, sin una palabra reconfortante, sin una mano en el hombro, sin una esperanza en la mirada y con la tristeza pudriendo la sonrisa. Algo se me debe de haber quedado. Hay momentos en los que aspiro a la soledad, a vivir en un refugio en el que, aunque la música no es interrumpida, no hay lazos, lo que hay es nada, la pura paz vacía. Y en una vida así veo demasiado cerca la muerte, de manera que vuelvo pronto a lo cotidiano, al ruido sofocando el sonido, a la variedad de reclamos que te impiden concentrarte. Son esos días en los que parece que no hay más remedio que vivir.

lunes, 27 de febrero de 2012

Todo muere



Todo se acaba. Todo desaparece. Todo muere. Lo viejo se muere. Lo que es contrario a la vida se muere. Lo que mata a los seres humanos acaba por caer. A todo y a todos le llega su momento. Pero siempre hay algo. Tras la muerte, surge de nuevo la vida.

Estaba pensando en la vieja e inhumana manera de ver la vida del PP, que morirá pronto y de repente, pero no sé si ya ha nacido la nueva vida.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Antonio Gala y la muerte




Acabo de oír la entrevista que Montserrat Domínguez le ha hecho a Antonio Gala en la SER. Me ha impresionado y me ha emocionado oir a un ser humano hablar con tanta naturalidad de la muerte. Me ha parecido una actitud tan humana, tan poco afectada, tan poco desvirtuada por las religiones y por las imaginaciones ultramundanas, que, junto a la pena, ha hecho que surja en mí un foco de paz, de sosiego.

¿Por qué Antonio Gala puede hablar así de la muerte? Seguramente porque a lo largo de toda la vida ha procurado estar vivo, ha intentado vivir, ha preferido no desperdiciar el tiempo y ha querido estar en la vida como un ser vivo.

Todos tenemos unos valores, aunque no los conozcamos. Se trata de saber cuáles son y de ponerlos en práctica, de hacerlos reales, porque para eso son valores, para eso valen. Se trata de hacer algo en la vida, algo que sea nuestro, algo que nos merezca la pena. Hay que rechazar el confundir la vida con engordar el culo delante del televisor o con anestesiar el tiempo dependiendo de lo que haga el equipo de fútbol de turno. Se trata de crear. Lo que sea, pero crear. Se trata de no aislarse de los demás. Los demás son míos también y mi vida debe ser también la de todos. Se trata de intentar que se realicen las grandes ideas, pero sin olvidar los pequeños detalles, los que nos hacen sentir con intensidad la vida en contacto con las personas que tenemos cerca. Se trata de no andar a la velocidad que nos marca el mundo, esa cosa loca que entre todos estamos ayudando a parir, sin saber que lo estamos haciendo. Se trata de no perder el sosiego ante nada. Se trata de que te quieras a ti mismo, a ti misma, para que así puedas querer en las mejores condiciones posibles a los demás. Se trata, por tanto, de amar. Y también de poder expresar el amor. Se trata de algo muy sencillo, pero lleno de complejidad. Se trata, por encima de todo, de vivir. Ánimo Gala.

Puedes oir la entrevista aquí.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Se murió





Creía que ya se lo sabía todo. Se pasaba el día dando explicaciones. No tenía el menor deseo de aprender, sino de enseñar, que era la manera que tenía de intentar quedar por encima del que él creía ignorante. Consideraba que ya estaba todo inventado. Lo nuevo era condenable por ser nuevo, no porque fuera malo. Las cosas las veía cada vez más simples. Lo complejo no era más que un conjunto inútil y absurdo de complicaciones prescindibles. Los demás no tenían gran interés para él, salvo porque le escuchaban y le servían de ocasión para sentirse necesario, aunque no lo fuera para nadie. Se sentía seguro en la rutina. Sus gestos denotaban que era una lata tener que estar siempre aclarando cómo eran las cosas. No leía nada porque no tenía ninguna necesidad de hacerlo. No hacía deporte porque pensaba que eso le iba a embrutecer. No exteriorizaba sus sentimientos. Ni se le pasaba por la mente emocionarse en público. Solía decir que las mujeres tenían su forma de ser y sus cosas, pero que él no entraba en ese terreno. Los políticos se equivocaban todos porque no hacían lo que él creía que tenían que hacer. Comía mucho y casi siempre lo mismo. Sus horarios se repetían día tras día, siempre iguales. Iba de aquí para allá, pero, en realidad, estaba muerto desde el día en el que le resultó más cómodo dejar de crecer, dejar de ser para contentarse con estar.


lunes, 3 de enero de 2011

Tragedia



“No quiero instalarme. No quiero quedarme así. Quiero seguir aprendiendo. Quiero seguir creciendo. Quiero saber más. Quiero descubrir lo nuevo. Quiero crear. Quiero disfrutar. Quiero dialogar. Quiero reír. Quiero que rías. Quiero que goces. Quiero que no me importe llorar delante de ti. Quiero tratarte con cariño. Quiero que me trates con cariño. Quiero tener ilusiones. Quiero escucharte. Quiero que me puedas escuchar. Quiero que los problemas no me sean indiferentes. Quiero aportar lo que pueda. No quiero ser uno más. Tengo ganas de querer. Tengo ganas de vivir.” dijo antes de recordar que iba a morir.

viernes, 29 de octubre de 2010

Ha muerto Marcelino Camacho

Seguramente no te hayas dado cuenta de que cuando tenías un  problema laboral, Marcelino Camacho estaba luchando por ti, desde la cárcel o desde donde estuviera. Era un hombre íntegro, de una época en donde la generosidad, la entrega y la búsqueda de la justicia y de la igualdad eran valores mucho más apreciados que ahora. Había otra sensibilidad. Mi reconocimiento, Marcelino.


viernes, 18 de junio de 2010

Saramago ha muerto



La noticia es de esas que se esperan en cualquier momento, aunque yo creía que tenía más que los 87 años que ahora han salido a la luz. Pero, como todas esas noticias lamentables, absurdas y no queridas, la de la muerte de Saramago me ha sorprendido y me ha dejado un poco (más) huérfano. Me gustaba la lucidez que tenía para ser un pesimista y el coraje del que hacía gala para pensar, escribir y actuar como si no lo fuera. Era uno de esos casos inhabituales de personas con la suficiente calidad en la mirada como para escribir con sentido advirtiéndonos del peligro de la ceguera colectiva. No me extrañó nunca que cierta gobernanta inculta, condesa y ordinaria, que llegó a ser Ministra de Cultura, lo confundiera con Sara Mago. Su punto de vista era siempre atinado, sensato, directo, arraigado en un pensamiento social, nada egoísta e independiente. Para mí, en realidad, era uno de los referentes en la vida, no tanto por sus novelas, sino por sus artículos y por sus entrevistas, porque era un modelo, y un modelo es siempre algo más que las copias o las reproducciones que de él se hacen. Por decirlo de la manera más sintética posible, era un verdadero ser humano. Gracias, Saramago, por haber existido.


lunes, 6 de julio de 2009

Agonía sin compasión


Ana Cuevas Pascual, de Zaragoza, publicó en El País del 28 de mayo de 2009 la siguiente carta al director. Te dejo el comentario a ti, por si lo quieres hacer.



El doctor Luis Montes, ex jefe de urgencias del hospital madrileño Severo Ochoa, ha decidido llevar a los tribunales a Losantos, Vidal, Schlichting, Isabel San Sebastián y Pedro J. Ramírez. En los últimos años, tanto él como su equipo han sido víctimas de la agonía a la que estos periodistas decidieron someterlos en virtud de su particular defensa de la vida.

Asesino, líder de Sendero Luminoso o directamente nazi, son algunos de los insultos y descalificaciones que éstos y otros, como Miguel Ángel Rodríguez, atribuyeron a estos médicos a pesar de que existe una sentencia firme negando que las sedaciones que se practicaron en su servicio fueran irregulares. Cualquiera que haya perdido a un ser querido tras un padecimiento largo e intenso se ha rebelado ante la sinrazón del sufrimiento innecesario. Ante la indignidad que supone morir rabiando. Pero estos ultracatólicos que anteponen la voluntad divina a la compasión humana reivindican el dolor y la angustia y atacan encarnizadamente a quienes pueden ayudarnos en este momento.

No sé si la justicia de los hombres condenará el atropello que Luis Montes y sus compañeros llevan padeciendo a causa de estos cancerberos del sufrimiento extremo. Pero espero que su dios sea generoso y escuche sus plegarias, y si un día se ven en este trance no exista ningún doctor Montes a su lado que les prive de esa agonía que con tanto ahínco defienden para otros.

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lunes, 25 de mayo de 2009

Cuesta aprender


Se murió su padre. Se murió su madre. También lo hicieron varios tíos suyos. Y varios de sus amigos. Y un montón de personajes famosos por los que sentía una admiración un tanto difusa. Se murieron varias plantas en su terraza. Hasta se murió su gato.

Y, a pesar de todas estas muertes, no aprendió que la vida no es dejar pasar el tiempo viendo pasar, sentado en la puerta de la casa, un espectáculo mediocre, sino construir piedra a piedra, gozo a gozo, llanto a llanto, un espléndido monumento de tamaño humano.

Todo se moría en su vida, pero él no aprendió a vivir. Parecía que ya estaba bastante muerto.

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miércoles, 6 de mayo de 2009

¿Murió o se murió?


Escribí el otro día un post sobre mío Enrique, que ha muerto.

Me viene una duda gramatical. ¿Es lo mismo decir que mío tío “ha muerto” o que “se ha muerto”? ¿Qué añade, si es que añade algo, el “se”?

Veamos algunos casos parecidos. Cuando uno abandona un lugar, en el norte es frecuente oír decir que ”marchó”. En cambio, en el sur se oye más decir que “se fue”. No sé si con el “se” se quiere insistir en el hecho de que fue él mismo el que abandonó el sitio y no simplemente constatar que desapareció. No estoy seguro de que esto sea así.

¿Es el “se” de “se murió” un “se” reflexivo, como en el caso de lavarse o mirarse? ¿Se muere uno mismo o la muerte viene como de fuera y uno se encuentra muerto cuando le llega el momento? Recuerdo un verso de Rilke que leí hace mucho tiempo y que no he vuelto a encontrar escrito, en el que el poeta le reza a su Dios pidiéndole:

Señor, dale a cada cual su propia muerte.

Si es "el Señor" el que da la muerte, el que la recibe, “muere”. En cambio, si la muerte se entiende como el cese de la actividad en la vida de alguien, quizás en este caso se podría entender como que “se muere”. Pero el acto de morirse suele ser involuntario, supongo yo, por lo que el “se” parece que pierde mucho del significado que se le podría suponer.

Si comparamos el morir con el vivir, podemos decir “ X murió” o “X se murió”. Decimos también que “ Y vive”, pero no que “Y se vive”. ¿Qué aporta el “se” en el caso de la muerte?

Me gustaría saber tu opinión sobre este asunto.

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lunes, 4 de mayo de 2009

Mi tío Enrique

Ha muerto mi tío Enrique. Fumaba desde que lo conocí, y lo conocí siendo yo muy chico. Ha muerto de eso, de fumar.

Una de las últimas veces que lo vi me dijo, poniendo su mano en mi hombro para ayudarse a andar:

Hombre, Manolo, qué buenos ratos pasamos cuando tú eras chico ¿te acuerdas?

Claro que me acordaba. Yo de chico -o de pequeño, como quieras- era un niño bueno (a los alumnos, a veces, les digo en broma que aún sigo siéndolo, pero no estoy seguro de si, además de ser esto una broma, es verdad). Era, además, como dice Héctor Abad Faciolince en su precioso libro El olvido que seremos, "de una índole mansa", por lo que aceptaba muy bien la manera que tenía mi tío Enrique de tratarme. Me hacía fiestas y carantoñas, jugaba conmigo, me atendía, procuraba que me sintiera feliz. Es decir, me hacía las cosas que un niño -y cualquiera- necesita para sentirse querido. Yo recuerdo que le devolvía el juego y en nombre de esa correspondencia más de una vez fueron a parar al suelo sus gafas. Las cosas de los niños.

Mi tío tenía una cierta consideración de persona un tanto especial o, quizás, un tanto rara. Vivía en Cádiz, pero se cortaba el pelo en San Fernando, en donde además compraba ciertas cosas, mientras que otras las adquiría en Chiclana. Iba a por lo que quería a donde entendía que era el mejor sitio. Tampoco le gustaba que mi tía, entonces su novia, se dedicara a coger puntos a las medias. Esta era una labor consistente en reparar las carreras que aparecían en las medias de las mujeres cuando se rompían. Con una especie de aguja apropiada para esa labor, se trataba de ir tejiendo, reelaborando la trama perdida del tejido, hasta dejar la media de nuevo como si nada hubiera ocurrido. Era una labor de mucha precisión visual que mi tío consideraba que no era buena para los ojos.

A mí estas supuestas rarezas me parecían siempre muy normales. Quién sabe si eso que pienso ahora de que ser normal es cada vez más raro y que, en cambio, ser raro es cada vez más normal se empezó a fraguar entonces.

Durante muchos años dejé de verlo. Vivía fuera y nunca coincidíamos, salvo en los entierros, que son ocasiones para volver a reunir a la familia. Últimamente lo veía más. Sus dos grandes aficiones eran fumar e ir a misa. En la iglesia lo veía cada vez que yo llevaba allí a mi madre. Decía con frecuencia que se encontraba todo lo bien que podía estar, pero que no tenía ningún interés en quedarse en este mundo para siempre, que llegaría un día en el que se moriría.

Ahora que ha muerto, he pensado estos días en la inmortalidad, en el deseo de inmortalidad tan común entre la gente. Yo tengo muchas ganas de vivir intensamente esta vida, pero no tengo ninguna sensibilidad para la inmortalidad ni para la eternidad. Estas aspiraciones me parecen una extravagancia. El reto creo que es vivir, hacerlo como un ser humano, hacerlo bien, y luego morirse. No tengo, que quede claro, la menor gana de morirme y de los muertos sólo tengo una cierta envidia relacionada con eso que dicen de ellos de que descansan en paz. Eso sí que me apetece, pero sólo una temporada, que luego tanta paz embota.

Gracias, tío, por lo que me quisiste. Yo te quise lo que pude.
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viernes, 18 de julio de 2008

BLUES


No hay vida sin muerte ni muerte sin vida.

Ambas afirmaciones negativas se refieren a hechos y, en contra de la costumbre de bastantes tipos incordiosos, los hechos conviene no discutirlos, sino pensarlos, asumirlos y deducir de ellos las consecuencias oportunas.

Hay que matar la muerte para que pueda vivir la vida.

La muerte que hay que matar habita en el interior de la vida, pero está enmascarada de:

prejuicios y discriminaciones,

costumbres sin racionalizar,

frenos y frenazos sin criterio,

mantenimiento descarado y absurdo de injusticias,

ignorancia de tantas cosas,

odios ciegos y creadores de maldad,

egoísmos interesados e inconfesables,

simplificaciones burdas,

desconocimiento profundo de uno mismo,

intolerancias viscerales y caprichosas,

debilidad no asumida,

gilipollez incorregible e inmisericorde,

individualismo miope,

educación no recibida,

educación no dada,

filtros con los que miramos impasiblemente la realidad,

más allás con los que parcheamos los más acás,

deshumanización en el trato,

afectos no expresados,

lágrimas reprimidas por una extraña vergüenza,

te quieros no dichos,

besos tragados enteros,

abrazos que se quedaron en el deseo,

decisiones tomadas sin preguntar,

mentiras construidas sin piedad,

profesiones ejercidas sin la menor dosis de servicio,

cobros sin contraprestación,

falta de higiene física y mental,

actuaciones que no dejan vivir,

actuaciones que no dejan ser,

actuaciones por obediencia y no por convencimiento,

y, sobre todo, la muerte viene enmascarada de miedo. El miedo al castigo eterno, metido en el alma tierna de un niño, es el germen más eficaz de muerte que podemos encontrar en la vida. A partir de él nacen todos los miedos y, también, el miedo a todo. ¡Cuánto tiempo se tarda luego en intentar quitarte el miedo de encima! El miedo y la vida son las realidades más radicalmente incompatibles.

Tu verdadera biografía no es más que la historia de la lucha o de la ausencia de lucha entre tu vida y tu muerte. Tú no eres más que el resultado actual de esa batalla.

Vivir es luchar. Sin lucha no hay vida porque los negros tentáculos de la muerte se han introducido, sin que nos hayamos dado cuenta, en el interior de nuestra vida. Por eso la vida es dura, porque vivir significa vencer la tentación de la pereza, del mero estar sin ser, del inmovilismo, del dormir sin despertar nunca. Hace unos días, en un alarde de luminosa consciencia, Montserrat Nebreda, parlamentaria autonómica y candidata a la presidencia del PP en Cataluña, le gritó a los militantes más conservadores de su partido: ¡”Viva la vida y abajo la muerte”! ¡Cómo me gustaría haber visto la cara que pusieron!

Para vivir hay que querer vivir. Como en todo, es necesaria la decisión de la voluntad. También por esto la vida es dura, porque la decisión conlleva la consciencia de que la vida tiene un premio que es sólo relativo: la vida es la victoria de lo efímero sobre lo imposible. La vida siempre sabe a poco porque las metas conseguidas, en cuanto se digieren, terminan con el tiempo por perder su poder ilusionante y, o viene el cansancio o viene otra vez el hambre de algo nuevo.

Todo en la vida es efímero. Por eso, vivir es siempre volver a vivir, volver a empezar. Si no la necesidad de andar de nuevo el mismo camino, sí la de tener que andar un camino nuevo. El trágico error mortal es el de caer en la rutina, el de confundir el múltiple, variado y siempre nuevo camino de la vida con el monotemático camino de Sísifo.

Vivir no puede ser otra cosa distinta de vivir intensamente. Nadie lucha sin intensidad. Nadie va a la guerra a darle pellizcos al enemigo o a doblegarlo con insultos.

La vida es la creación en el tiempo de un yo y un nosotros: de un mundo. Ingrid Betancourt, ciudadana reciente y afortunadamente liberada, relataba en una carta dirigida a su madre durante su cautiverio en las manos de muerte de las FARC su vivir: “Aquí la vida no es vida, sino un desperdicio lúgubre del tiempo”.

La muerte es la nada. La vida es el tiempo. El reto. La decisión.

Manuel Casal