No me gustó nada el comportamiento de Pablo Iglesias ayer en la Comisión para la Reconstrucción Económica y Social del país.
Hay algo en lo que la derecha gana claramente a la izquierda, en muchos lugares, pero sobre todo, aquí. Es el asunto de la estrategia.
La de la derecha es simple: no tiene grandes cosas que ofrecerle a los ciudadanos y lo único que busca es instalarse en el poder y lucrarse. Para conseguirlo le vale todo, y han elegido la crispación como el instrumento básico, porque esperan que insistiendo e insistiendo lograrán el desgaste del Gobierno.
La de la izquierda es más complicada porque es más compleja. Tiene más que ofrecerle a los ciudadanos, pero para ello necesita una estrategia de pactos, de negociaciones, y eso, en medio de esta España, es sumamente difícil de llevar a cabo. Hoy, por ejemplo, se va a aprobar una Renta Mínima Vital para que 850.000 familias que no tienen ningún ingreso, puedan sobrevivir. Creo que esto debería ser un motivo de alegría para cualquier persona de bien. Incluso debería pedirse que cuando fuera posible, esta Renta subiera de cuantía, con las condiciones que fueran necesarias. Y, sin embargo, ni la ultraderecha, ni la derecha cada vez más ultra ni siquiera la Iglesia Católica están de acuerdo con esta medida. Como si no hubieran visto nunca las larguísimas colas de ciudadanos hambrientos que piden algo de comer. Si te pones en el lugar del Gobierno posiblemente entiendas que dialogar y negociar con estos señores debe de ser desagradable y desalentador.
Pero lo anterior no justifica que un miembro del Gobierno no tenga el aguante suficiente como para no caer en una provocación y para defender sus ideas sin hundirse en las redes de la crispación. Se puede estar de acuerdo en que un político no tenga inconveniente en dialogar con Puigdemon. ¿Por qué no iba a hacerlo? Otros, sin embargo, no lo harían, y ambas posturas son opinables, pero pasar de ahí a lo del golpe de estado (¿por qué diría esto?) revela algo que, en mi opinión, Pablo Iglesias ya había dado muestras antes de poseer: un globo en su interior que de vez en cuando se infla y empuja a salir al ego inflamable que posee. Un político maduro debería controlar esos impulsos y debería evitar caer en la chulería, porque este vicio psicológico destruye más que crea. Ese “Cierre usted la puerta” final no lo puede pronunciar más que un chulo, y la chulería suele intentar esconder a alguien que ataca para defenderse, que está inseguro y que tiene que echar mano de esos exabruptos para aparentar que es superior. Allá los chulos con su chulería, pero en un político que ocupa un cargo en el Gobierno estos comportamientos son improcedentes. Y, además, contraproducentes.
Ojalá este hubiera sido un episodio aislado. El caso es que por la tarde, hubo otro episodio parecido. Incluso al ministro Illa intentaron que hiciera lo que no quería.
¿Cuándo se podrá hacer política limpia en este país?
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