Dice José Sanchis Sinisterra,
en el prólogo de la edición escrita de Un tercer lugar,
que Denise Despeyroux, su autora, maneja con verdadera
maestría dos recursos teatrales, la paradoja y el malentendido, con
los que nos atrapa sutil, pero implacablemente.
Me parece que es así y que, vista la
función desde dentro del espíritu teatral, resaltan con fuerza esas
cualidades, pero a mí me gusta situarme más en la perspectiva del
espectador de a pie, el que va al teatro a pensar, a divertirse o,
simplemente, a disfrutar.
Un tercer lugar me
pareció una obra lúcida en la que seis personajes neuróticos
tratan de amar y de encontrar amor. Siempre he valorado enormemente
la mirada de Denise Despeyroux, capaz de captar lo que le
duele y lo que le hace sufrir al hombre actual. La neurosis de estos
personajes no son una muestra de personas en cierto modo alejadas de
la normalidad, sino, más bien, la expresión de seis facetas de la
personalidad de cada uno de nosotros que salen a la luz con diversa
fuerza, dependiendo de las circunstancias concretas.
Con el fruto de esa mirada y haciendo
gala de una inteligencia privilegiada, la autora lograr organizar una
trama en la que la mentalidad de los personajes se va mostrando y se
van manifestando las dificultades de nuestra relación con los otros.
Si vivir consiste en relacionarse, las dificultades de la vida serán
las dificultades de nuestras relaciones. El problema quizá no esté
exactamente en los otros, sino en nuestras relaciones con ellos, que
son las que nos alteran, nos crean dificultades y puede que nos
neuroticen.
Hay situaciones en la vida en las que
el misterio o la oscuridad son los únicos resultados de nuestras
preguntas. Si alguien cree saber, por ejemplo, en qué consiste
exactamente el amor, lo más probable es que ignore mucho de él,
porque si uno se adentra honestamente en ese camino de búsqueda, lo
que suele encontrar es el misterio, lo inexplicable, el imperio del
¿por qué? y la derrota del porque... En esto se dan
la mano en ocasiones la poesía y el teatro, porque a veces rozan el
misterio y solo son capaces de mostrar a tientas las profundidades
sobre las que se asienta la vida.
El ingenio de Denise Despeyroux
se muestra en el intento de mostrar lo profundo de la vida usando
la filosofía y el humor o,
quizá más exactamente, la mezcla efectiva, brillante y provocadora
de risas casi constantes de la filosofía y del humor. Solo los
inteligentes son capaces de reírse de sí mismos y la autora lo es.
Ella es filósofa. Se le nota en sus planteamientos y en sus
conocimientos, pero se ríe con arte de la filosofía mientras enseña
a pensar al espectador. Tiene, además, una facilidad enorme para
retratar psicológicamente a las personas en los personajes, pero, a
la vez que muestra esos retratos, se ríe de la psicología. Como si
de un derroche de buena pedagogía se tratara, el espectador aprende
mientras se ríe y se queda pensando cuando se le va la risa. Casi
dos horas de diversión creativa y útil que, en mi caso, continuaron
después en comentarios que no podían quedarse ocultos.
Los
actores y actrices están magníficos. Cuando fui, salieron cuatro
veces a saludar, lo cual dice mucho en su favor. La obra se
representará hasta el 17 de diciembre en la Sala Margarita Xirgu, del Teatro Español, por lo que no queda mucho ya
para que puedas disfrutar de la que quizá sea la mejor función que
he visto esta temporada en Madrid. No te la pierdas.
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