Imagen tomada de Wikipedia.
Es
como si todo les diera igual, como si todos les diéramos igual. A mí
esto me parece muy peligroso. Van por el mundo como si estuvieran
solos, sin tener conciencia, al parecer, de que molestan, de que
hacen daño. Solo les mueve lo suyo, pero tampoco algo que pueda ser
importante para ellos, sino sus caprichos, sus impulsos, sus
apetencias, y lo ejecutan de cualquier manera, como les salga. A
veces un animal hace menos daño.
Hay
un bar en el que todo lo que ponen es bueno, pero como es pequeño y
acogedor, se ha instalado en él gente ya talludita que entablan
conversaciones entre ellos a gritos. No puedes hablar, pero tienes
que oír los chillidos, con frecuencia supuestamente graciosos, de
quienes hacen un uso privado de un lugar público. No ven en el mundo
a nadie más que a ellos mismos, y si hay alguien más, que se
fastidie.
Te
cruzas por una acera estrecha con algún elemento que actúa como si
fuera el dictador de un lugar recóndito: no hace el menor ademán de
compartir la acera, solo espera que te desintegres o que te quites de
en medio para que pase él. O nadie les ha enseñado a convivir o no
han logrado aprender a hacerlo. Quizás no tengan ningún interés en
convertirse en seres humanos.
Hay
un detalle que me resulta especialmente doloroso y que me enfada,
quizás más de la cuenta. Son los estornudos. Por lo que se ve,
llevar un pañuelo o un kleenex se ha convertido en algo absurdo e
innecesario. Vi -tuve que ver- en un autobús a un tipo al que le
entraron ganas de estornudar. Una y otra vez se tapaba la nariz con
la mano, hasta que se le acabó la serie. Se paso la mano por el
pantalón y, a continuación, la puso en el borde del asiento
delantero. Luego, pulsó con ella el timbre de parada y se bajó.
Sentí asco. Hoy iba yo por la calle sorteando grupos de personas que
charlaban en la acera. De pronto veo que una señora de uno de esos
grupos gira la cabeza y obsequia al mundo con un soberbio estornudo
¡a medio metro de distancia de mí!. Frené a tiempo, pero a la
señora le dio igual. Pasé a su altura y, en cuanto la adelanté,
soltó otro estornudo de la misma clase, sin mirar, sin ningún
cuidado, como quien le suelta al mundo lo mejor que tiene. Me dio un
asco tremendo y complejo, no solo por lo que pudo quedar en el aire,
sino también por ver a un ser humano comportándose como si fuera un
animal cualquiera.
Hemos
pasado una pandemia terrible. Nos dijeron que había que estornudar
contra un kleenex o contra el interior del codo. Nos avisaron de que
no era bueno contagiar lo que lleváramos dentro. No aprendieron
nada. Siguen tan embrutecidos como antes. Debe de ser muy difícil
aprender a ser humanos. Parece más sencillo permanecer en estado
animal. Qué bonita es la vida, pero el mundo, por estos y otros
detalles, me da cada vez más asco. No sé si será posible a estas
alturas suministrar una educación conveniente a los ciudadanos.