Tal día como hoy de 1984 murió Claudio Sánchez Albornoz.
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El problema fundamental de la vida es un problema ético. ¿Cómo actuar hoy para crear un mundo más humano? ¿Cómo actuar de manera humana para crear un mundo mejor?
Hay políticas de derechas que se están reduciendo a una mera técnica de manipulación. Conceptos como los de bien común, igualdad de derechos, mejora del nivel de vida de todos o igualdad de oportunidades han quedado reducidos a simples palabras vacías de contenido, a sonidos clásicos totalmente ajenos a la práctica política real.
Estas políticas usan la transmisión generalizada de mentiras, tergiversaciones y barbaridades a través de todas las televisiones y de casi toda la prensa. Buscan modelar las mentes de quienes aún consideran la televisión como su biblia particular, hasta convertirlos en dóciles servidores de quienes gobiernan esos órganos y, a la vez, en odiadores constantes de quienes se esfuerzan en crear una sociedad que favorezca a la mayoría.
¿Para qué manipulan? Para sacar tajada, esto es, para organizar el país de manera que sean ellos, los de derechas, no toda la ciudadanía, quienes se beneficien de esa organización peculiar. Estas políticas de derechas, que responden a la denominación de neoliberalismo (económico, pero también político y social) tienen entre sus logros que los ricos del mundo sean cada vez más ricos y los pobres, más pobres. Van creando brechas allá por donde van, descolgando a quienes menos tienen y encumbrándose ellos a costa de todo lo que logran embolsarse mediante la explotación, los abusos, los mecanismos para despedir sin piedad a trabajadores, las privatizaciones en todos los órdenes y cualquier ocurrencia que tengan y que les produzca beneficios “como sea”. Han logrado que el 10% de la población más rica concentre ya, en 2021, el 52% de las rentas y el 76% de la riqueza del planeta, mientras que el 50% más pobre solo capte el 8% de los ingresos y el 2% del patrimonio. El despojo ha sido brutal.
¿Cómo han reaccionado los despojados? Algunos están resignados, sin ver una salida digna y real para los suyos. Otros, bastantes, están encantados. La manipulación hace que acepten su lamentable situación no solo con fatalidad, sino con un cierto entusiasmo que les lleva a soltar en cuanto se tercia un exabrupto contra quienes les defienden y un halago favorable a sus amos, quienes, para tapar su labor de despojo, no dejan de hablar de no se sabe qué valores patrióticos o defienden la última consigna lanzada a las ondas para que los manipulados y despojados tengan alguna piedra metafísica que lanzar en donde puedan, como, por ejemplo, que el problema está en que hay muchos ministros. Se me olvidó preguntarle al último que se lamentaba de este exceso de cargos si incluía entre ellos a Toni Cantó.
Tenemos ahora fresco un ejemplo de esta manipulación, despojo y encantamiento del que hablo. Una señora que, por los supuestos méritos que se le achacan, preside la Comunidad de Madrid, además de dejar sin plaza a casi 30.000 alumnos de Formación Profesional, quiere ahora dar becas a quienes ganen hasta 100.000 euros para que puedan mandar a sus hijos a colegios privados. Becas no para que la educación pública pueda atender a todos, sino para que los negocios privados puedan crecer con el dinero de todos. Es una buena manera de intentar desprestigiar los impuestos, que, lejos de servir para igualar las oportunidades de todos, contribuyen a pasar, con toda la desfachatez posible, las riquezas de todos a las de los ricos. Los impuestos eran -y son- un mecanismo de compensación mediante el que los que más tienen aportan a la colectividad una parte de su riqueza para que los menos favorecidos puedan tener sus necesidades cubiertas. La derecha -esa derecha que padecemos en este país- no quiere impuestos, porque le importan un pimiento las necesidades de quienes menos tienen. Y como tiene que pagarlos, van con toda la desvergüenza que pueden, y los revierten a los ricos, para que sean más ricos y los voten. Y, por lo que veo, los paganos, los despojados, están encantados. Siguen mirando para otro lado, odiando lo que pueden y deseando que llegue agosto para que empiece el fútbol y puedan desahogarse bien con algún triunfo con el que identificarse.
¿De qué tendrán miedo?
Hubo un tiempo en el que la igualdad era la meta a conseguir desde la izquierda. Si era necesario, se cedía algo de lo nuestro, incluso de nuestra libertad, para procurar que todos pudieran tener sus derechos. La libertad era el objetivo de la derecha. Lo de todos ya importaba menos, porque el individualismo se había convertido en la forma de ser, en la manera de vivir de quienes tenían la vida económica resuelta, y para ser individualista solo se necesitaba libertad.
Igualdad y libertad, izquierda y derecha se enmarcaban -y se enmarcan- en una sociedad democrática. En ella el respeto, la verdad, una cierta tolerancia, la buena educación y unas mínimas formas que había que guardar eran básicas.
Hoy, a fuerza de no defender la democracia como el valor más importante de la sociedad, vamos adentrándonos en el oscuro y peligroso callejón del fascismo, alentados por los más embrutecidos de los ciudadanos. Hay quienes, presos de la nostalgia y encadenados por sus obsesiones, quieren colocar el pasado en el futuro para creer que van hacia adelante mientras caminan hacia atrás.
No hace mucho estos cautivos parieron ese engendro polifacético y suicida de los negacionismos: no al cambio climático, no a las vacunas, no a la Tierra redonda, no a la razón, no a la ciencia. Los caprichos más peregrinos y más teñidos de ignorancia han sido convertidos en las manías más lejanas a la humanidad. Ha habido quienes han bajado la guardia, y entonces estos galeotes han aprovechado para resucitar ese estúpido deseo de que los hombres gobiernen los cuerpos de las mujeres, su sexo, su capacidad de procreación o su belleza física. Su habitual sentimiento de inferioridad les impulsa a reaccionar bruscamente, sobre todo, odiando al diferente porque tiene otro color de piel, ha nacido en otro lugar, tiene una visión de la sociedad en la que caben todos, cree en otros dioses, defiende a otro equipo de fútbol o, simplemente, cree en la ley y en la decencia. Hay que odiarlos porque el odio les hace sentirse superiores. Hay que odiar especialmente a quienes tengan una identidad sexual diferente a la única que admiten y que quieren imponer a todos los demás, y también a quienes posean una orientación sexual diferente, porque no les da la gana admitirla y porque son fieles a sus prejuicios y a sus miedos. Hay que odiar al diferente, porque solo el odio da sentido a sus vidas.
La desidia y la ignorancia nos han colocado a las puertas de perder una batalla. Como no reaccionemos, perderemos también la guerra.