La cultura hace aguas. Una cosa es la instrucción, el saber cosas, el saber geometría, historia del arte o hacer una carretera. Otra distinta es la cultura, el saber vivir, el actuar como un verdadero ser humano capaz de vivir con todos sin faltarle al respeto a nadie.
Todos se fijan en la instrucción, pero pocos se molestan en considerar la cultura.
Los padres y madres traen hijos al mundo, pero muchos no los cultivan, no los hacen cultos. No les suele preocupar el asunto, porque están a otras cosas.
La escuela se dedica sobre todo a la instrucción. Las materias que podían cultivar, culturizar, a los alumnos fueron desapareciendo de los currículos, aunque ahora quieren volver de la mano de una ley que la derecha ha recurrido, claro.
Somos animales llamados a cultivarnos, a convertirnos en seres cultos, para que podamos vivir humanamente entre todos basándonos en el respeto, la libertad, la igualdad y en todos los valores que la humanidad ha ido descubriendo en el tiempo para crear un mundo mejor. Si no nos cultivamos, nos quedamos en el estado de animal, aunque tengamos forma exterior humana.
Cuando en un estadio se insulta a un futbolista, como si eso fuera algo normal y aceptable, cuando en el Parlamento se miente y no se intentan arreglar los problemas de todos, sino los propios, cuando se discrimina con una facilidad que nos deja perplejos, cuando se asesinan a mujeres por el hecho de ser mujeres, cuando se comercia con todo, cosas y personas, cuando solo se publican las noticias que les interesan a los económicamente poderosos, cuando los bulos llenan la mente de tantas personas débiles, cuando usan el dinero público para beneficiar a sus amiguetes y, encima les aplauden los dueños de ese dinero, cuando la vida de nadie vale ya nada, entonces es que estamos de nuevo muy cerca del estado de animalidad.
Desgraciadamente, no tengo ninguna esperanza de que haya mejoría.
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