Tal día como hoy de 1927 nació Leszek Kolakowski.
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El problema fundamental de la vida es un problema ético. ¿Cómo actuar hoy para crear un mundo más humano? ¿Cómo actuar de manera humana para crear un mundo mejor?
Conviene que cada uno tengamos nuestras propias ideas, racionalmente argumentadas, dialogadas y confrontadas con quienes no piensan como nosotros. Pero nuestras ideas, por ser nuestras, no deben ser consideradas las únicas posibles, ni las que todo el mundo debe tener, ni, mucho menos, las definitivas. Estas peligrosas aspiraciones se derivan de esa educación cercana al fascismo que se nos coló en la escuela y en la familia por muchos resquicios. Tan importante como tener ideas argumentadas y debatidas es mantenerse abierto a lo nuevo, a lo diferente. Estas son las mayores fuentes de riqueza que nos propone la vida, pero también las ocasiones de recobrar la frescura, la alegría y la esperanza. Solo hay que tomar una precaución: lo nuevo, por ser nuevo, no vale nada. Mientras no lo pasemos por el filtro de la razón y sepamos descubrir en ello la nueva idea válida, que mejora las que ya teníamos, lo nuevo no será nada más que algo nuevo, pero no necesariamente bueno.
Pasaron los años. Un día se dio cuenta de que había estado siendo engañado desde el principio. El partido que le interesaba -porque le habían enseñado a odiar a los otros- le había estado ocultando la realidad y, en su lugar, le había mostrado unas milongas inventadas, unas mentiras fabricadas en beneficio exclusivo de los dirigentes del propio partido. Le habían estado utilizando a través de la televisión, de casi toda la prensa y de casi toda la radio, como quien utiliza una herramienta o adoctrina a un esclavo. Él había aceptado porque, en su ignorancia, se había creído que los adversarios -que el veía como enemigos-, en lugar de mejorar sus condiciones de vida, que era lo que hacían, le iban a traer todas las desgracias posibles. Cuando cayó en la cuenta de que había sido un don nadie en manos de los ricos que dirigían la operación, entró en escena su orgullo y se negó a reconocerlo. En lugar de buscar información sana y ajustada a los hechos, comenzó a mirar para otro lado y a decir que total todos eran iguales, aunque él ya sabía que no era así. La tristeza se apoderó de sus días y la soledad lo encerró en su propia cárcel.