Resquicios, intersticios, ranuras, grietas, aberturas, hendiduras, rendijas, rajas, oquedades, fisuras, brechas.
Por ahí se están colando. Por ahí se te están colando. Por ahí se nos están colando. Despierta. Entérate. No mires para otro lado. Tapa los resquicios.
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Escribo para ti, que te veo y que me lees. Y también para ti, a quien veo sólo en la penumbra. Distingo sólo tu perfil. Sé que estás ahí, reducido a tu condición voluntariamente adoptada de número en el contador de visitas, pero no te veo la cara. Más bien, te imagino. La mayor parte de las veces creo que tienes la sonrisa en tu cara, aunque cualquiera sabe la expresión que realmente tendrás. De vez en cuando enciendes la luz para escribir y entonces te veo algo la cara. Luego, la apagas y vuelves a ser la silueta enigmática que desde tu cabina observas cómo me desnudo el alma en este show gratuito de exhibicionista y voiyeurs en el que tú, sin saberlo, eres también protagonista.
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El mundo es muy grande y nuestro mundo es pequeño. No puedo cambiar el mundo, pero puedo intentar cambiar mi mundo. No sé si cambiando mi mundo se podrá cambiar el mundo, pero no veo otra manera de intentarlo.
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No domino la imagen que doy. Sé, más o menos lo que hago, pero no sé cómo eso que hago, eso que soy, se ve desde el exterior. Hay un yo por aquí dentro y otro yo que aparece en la portada y que no se ve desde el interior. Es una dualidad un tanto inquietante que arrastramos todos sin remedio.
Conozco a alguno a quien le ha salido una joroba en el alma debido al peso de las medallas que él mismo se ha ido colgando en el pecho.
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