domingo, 28 de junio de 2009

El silencio


Primer día.

- Es que este tío es tonto.
- No, no. Tonto, no. Es gilipollas.

Segundo día.

- Es que este tío es gilipollas.
- No, no. Gilipollas, no. Es tonto de remate.

Tercer día.

- Es que este tío es estúpido.
- No, no. Estúpido, no. Es muy estúpido.

Cuarto día.

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sábado, 27 de junio de 2009

Paseando por la vida / 38


Pregunta: Explica con rigor cómo tiene lugar el fenómeno del conocimiento en el ser humano.

Respuesta: Por la pelvis.
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viernes, 26 de junio de 2009

Lo que queda



Me he quitado la ropa, con sus colores y sus marcas, sus ocultamientos y sus disimulos.

Me he quitado el color de la piel, el de los ojos y el del pelo.

Me he quitado la estatura, el peso, la edad, las tallas y todas las numeraciones que me matematizan.

Incluso he tirado por la ventana el dinero y la propia ventana.


Lo que queda es un ser humano.


Pero ¿de verdad es un ser humano?
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jueves, 25 de junio de 2009

¡Que no soy yo, que eres tú!


¡Qué bueno y qué necesario es aprender! Hoy he tenido la inmensa fortuna de aprender algo que no sabía.

Resulta que a veces llego a clase y están todos muy ocupados charlando. En otros países de cultura diferente y de mayor grado de civilización, no sólo se callan los alumnos en cuanto llega el profesor, sino que incluso se ponen de pie en señal de respeto. Aquí somos más listos y no te hacen ni caso. La mayor parte de los días, transcurridos unos minutos, tengo que echarles una bronca para que se callen. Y si ese día estoy convincente, se callan.

Otras veces les entrego los exámenes corregidos, con las indicaciones que me parecen más oportunas para cada uno. Pero como hay ocasiones en que la mayoría no ha estudiado, posiblemente porque el nivel de anestesia que tienen supera la sobredosis, pues les tengo que hablar claro, a ver si se deciden de una vez a aprovechar el tiempo y procuran formarse como seres humanos. No les suele gustar que les hablen claro, pero yo creo que debo hacerlo y por eso lo hago.

Suelen estar habituados a hacer lo que les da la gana. Hay momentos en los que les tengo que aportar algo de realismo y hacerles ver que hay cosas que no se pueden hacer, que hay normas que es necesario cumplir. Tampoco les gusta.

Este mismo escrito, que intenta ser un espejo en el que cada uno pueda mirarse, por si reconoce en él algo de sí mismo, producirá en más de uno, si es que lo lee alguien, una reacción adversa.

Pero hoy me han iluminado la mente y me han dicho lo que hay detrás de esta manía mía de hacer todas estas cosas. Todos los años procuro al final del curso que los alumnos me evalúen, que me digan, de manera anónima, qué he hecho bien y qué he hecho mal. Yo no veo otra manera, no sólo de intentar ser un buen profesional, sino de vivir, que la de corregir los errores en los que uno puede caer. Por eso lo hago. Hoy he aprendido algo que no sabía, ni siquiera sospechaba. Un/a alumno/a me ha dado una explicación clarísima de lo que ocurre en las clases, me ha dado la clave de cómo debo actuar y de por qué no debo hacer en clase todo lo que cuento aquí que hago: todo se debe a que yo voy a clase estresado. Lo importante es que yo vaya a clase sin estrés. Así todo irá mejor.

Esto es la leche, por no decir otra cosa.
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miércoles, 24 de junio de 2009

Paseando por la vida / 37


Dicho con toda naturalidad:

- Oiga, profe, en lugar de responder las preguntas del examen, ¿puedo responder otras que sí que me sé?
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martes, 23 de junio de 2009

Ya se acerca el triunfo final / y 4




La mierda interior es llena y compacta. Es homogénea en su composición, pero infinitamente heterogénea en sus manifestaciones. Es finita, pero con una irresistible tendencia hacia el infinito. Es divisible, pero también multiplicable, sumable y restable. Incluso es derivable e integrable. Es, por fin, ingrávida y tiende a ocupar los lugares altos, por lo que suele subirse a la cabeza. Sus vicios esenciales son el exhibicionismo y la extroversión. Su origen tiene mucho que ver con el resentimiento, con la frustración, con la debilidad, con la ingesta frecuente de alimentos de difícil digestión y con los afanes económicos neoliberales.

No hace mucho tiempo que Su Santidad el Papa declaró al pueblo fiel que el infierno no existía. Sobre lo que quiso decir con ello no hay opiniones unánimes, pero cabe pensar en la posibilidad de que se refiriera a algo parecido a una situación futura en la que se sumergirían gentes de distinta condición, con la característica común de no haber pasado por el aro, y que se dirigieran a un fracaso brutal, definitivo, transcendente y fatal. De todas formas, si fuera así, sería un planteamiento demasiado antiguo. Los indicios que encontramos hoy muestran la grandísima posibilidad de que el infierno realmente exista, pero no de la manera clásica, en un más allá tórrido, sino en este mundo. En este sentido, el anuncio de Su Santidad podría ser verosímil, si lo matizamos un poco: el infierno no existe todavía, al menos de forma generalizada, pero todo hace pensar que su llegada está pronta. Salvo que tenga lugar algún tipo de giro copernicano de magnitud impensable, ya se intuye que dentro de poco la mierda interior comenzará a rebosar por el borde de las almas en las que se aloja y saldrá al exterior por todos los agujeros de los cuerpos, especialmente por las bocas. Los seres humanos empezarán a huir de sí mismos y lucharán por instalarse en cualquier colina que encuentren, a ser posible, con una buena cobertura. Se convertirán así en monumentales gárgolas, que proliferarán por todas partes y por las que caerán gruesos y sonoros chorros de mierda. Se consumirán grandes dosis de anestesiantes para no ver ni oír ni oler la mierda, pero la mierda interior se irá convirtiendo en mierda social, y todo irá siendo ya una misma mierda universal. El mundo se transformará en un infierno pompeyano de mierda y en él no estarán sólo los malos, sino que estaremos todos.

Es muy importante darse cuenta de que la gran amenaza en la que vivimos hoy no consiste en que alguien, voluntariamente o porque lo manden, se pueda ir a la mierda, sino en que, queramos o no, la mierda está viniendo a nosotros, nos está envolviendo con la suavidad del que está convencido de su triunfo final y no tiene ninguna prisa, y terminaremos cumpliendo el objetivo cósmico de que todo y todos nos convirtamos en una misma cosa: mierda.

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lunes, 22 de junio de 2009

Ya se acerca el triunfo final / 3


La mierda exterior, por otra parte, huele y su hedor es captado por el olfato a través de su función sensible. En cambio, la mierda interior no huele, pero se capta también mediante otra función del mismo órgano: el olfato intelectual. Esta es una de las capacidades más importantes con que la Naturaleza ha dotado al organismo humano, pero lamentablemente es también la menos desarrollada y la más anestesiada en la actualidad. La industria de los anestesiantes, junto con la de los aislantes, es hoy una de las más florecientes, dado el incremento observado del consumo de estos productos. Es una pena. La pena es asimismo un recurso que utiliza la mierda interior para aceptarse como tal y no hacer nada por asearse. Algunos la designan con el rimbombante nombre de resignación.

Todos tenemos ambos tipos de mierda y quien diga lo contrario posiblemente es que esté inundado de mierda hasta las trancas. Las diferencias entre unos seres humanos y otros dependen de la cantidad de mierda que posean, de su calidad, de la capacidad que posean para autoanalizarse y del control que cada cual establezca sobre su propia mierda.

El que posee niveles significativos de mierda interior, o la tiene de óptima calidad, o el control que ejerce sobre ella es prácticamente despreciable, en general, no es consciente de ello. El problema de la inconsciencia es un fenómeno actual que debería ser estudiado con seriedad. No deja de ser curioso que mientras que la tecnología permite que descienda cada vez más el número de sordos, aumente, sin embargo, hasta cotas alarmantes el de los que no se enteran de nada, especialmente de lo que les ocurre a sí mismos. En el caso que nos ocupa de la mierda interior, este fenómeno es muy evidente.

No obstante, puede darse el caso de alguien que sea consciente o que, al menos, vislumbre su podrido interior. Lo usual, entonces, es que no desee, bajo ningún concepto, que los demás se den cuenta de lo que esconde en sus entrañas. Por eso hablará mucho de purezas y de limpiezas, de otros mundos cristalinos tan transparentes que resultarán imposibles de ver, a menos que se utilice para ello la imaginación, en lugar de los ojos. Crean de esta manera estos individuos a su alrededor una burbuja despistante fabricada con palabras. La palabra puede usarse para intentar conocer limpiamente la realidad, pero también para encubrir interesadamente la mierda con colorines adecuados, para intentar extender la mancha de mierda hasta el horizonte, de forma que no se advierta contraste alguno con algo que no sea mierda, o para repetir machaconamente que lo que se ve no es mierda, a pesar de su aspecto y de su hedor, hasta lograr que el oyente baje las defensas y admita sin reparos que la mierda ya no es mierda. De la misma manera que la imagen puede servir para crear una realidad interesada distinta de la real, la palabra puede tener los mismos efectos creativos. De hecho, salvo muy raras excepciones, no se usa hoy para otra cosa más que para ésta.


(Continuará...)

domingo, 21 de junio de 2009

Premio a Ángel Guinda


Ya está en marcha la fiesta del V PREMIO ARAGONESES EN MADRID, que este año ha recaído en el poeta Ángel Guinda.

El acto tendrá lugar el día 29 de junio, a las 20,15 h., en el Café Gijón, en el que la Presidenta de la Fundación 29 de JUNIO vendrá desde Zaragoza para la entrega.

Posteriormente y para aquellos que lo deseen, a las 21h., tendremos una cena y un coloquio posterior con Ángel. El precio de la cena es de 38 euros e incluye dos aperitivos, tres entradas y un segundo a elegir entre carne o pescado, así como postre con cava, café y un licor, y sobre todo la oportunidad de compartir con Ángel Guinda un rato de tertulia.

Dadas las necesidades de reserva de plazas, os ruego que no más tarde del jueves 25 confirméis vuestra asistencia a la cena. CHUSEINAZIOFELICES@telefonica.net
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Donde pisan mis pies



Laura Cabanillas, una antigua alumna y hoy buena actriz, estrena mañana día 22, en la sala Cuarta Pared, la obra Donde pisan mis pies.

Se trata de una composición sobre el destino del inmigrante, sus miedos y sueños, y sobre los sentimientos que se despiertan hacia el pais de acogida y de origen. El montaje trata de mostrar los aspectos desconocidos de la emigración, en un intento por comprender lo que hay detrás de tantas personas, de sus esperanzas y de sus miserias.

La obra está dirigida por Marcelo Díaz y puede verse gratuitamente con sólo reservar una entrada en el teléfono 91 517 23 17.

El estreno tendrá lugar el día 22 de junio, a las 20,30. Los días 23 y 24 de junio habrá también funciones a las 12,30 y a las 20,30.

Mucho éxito, Laura.
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Fíjate bien en este sitio...


Íbamos cargados y cansados. Habíamos estado toda la tarde andando y habíamos ido a la FNAC a comprar unos libros que llevábamos puestos. Bajamos por la calle de la Bola para tomar el autobús que nos dejaría en Príncipe Pío y pasamos por un bar que lamento una barbaridad no acordarme de cómo se llama. Tampoco tengo ningún interés en buscar su nombre. Está casi al terminar la calle, cuando desemboca en la placita en donde está el convento de la Encarnación, y prácticamente enfrente de El Alambique, la tienda de cacharros y de clases de cocina de hace tantos años.

Yo había leído que en ese bar había vinos por copas y unas tapas, entre las que destacaban unas albóndigas, al parecer, de mucho interés. Así que decidimos entrar. El bar es pequeño. Una barra al fondo, una repisa lateral con taburetes y una mesa a la izquierda. Arriba tiene un pequeño piso alto con algunas mesas. Si hubiésemos tenido libre una mesa abajo, la habríamos ocupado, porque el cansancio que llevábamos era de consideración, pero la que había la tenía patrimonializada uno de los camareros que estaba leyendo con mucho detenimiento el Marca. Era tal la concentración que mostraba, que ni siquiera atendía a la posibilidad de que entrara un cliente y quisiera hacer allí alguna consumición. Como lo de arriba parecía más serio, optamos por sentarnos en sendos taburetes en el lateral y pedir una caña y un vino tinto. Me levanté y fui a una pizarra en donde había una relación de los vinos que ofertaban. Vi uno de Toro, región que está en alza y que merece la pena seguir en su evolución.


"Lo siento, le puedo ofrecer un rioja y un ribera, que son los que tengo abiertos."

El camarero hablaba bajito, pero dejaba bien claro que allí había algo que no marchaba. Por no irme y cargar tan pronto con toda la paquetería pesada, opté por pedirle un ribera. Tomó una copa cutre y me puso un vino calentorro, cuya marca no era conocida, creo yo, en muchos kilómetros alrededor del Duero.

Con resignación laica tomé los vasos y me fui a los taburetes con el ánimo por debajo del estómago. Esto es muy clarificador y puedes comprobarlo tú, estimado/a lector/a. Cuando tu ánimo está situado por encima de la boca del estómago, eres capaz de cambiar el mundo con sólo alzar los brazos y dar un grito de guerra. Pero cuando el ánimo está por debajo de ese límite metafísico, es seguro que algo anda mal y que puede ocurrir lo peor.

Yo, que había entrado en el bar con el ánimo ya por la zona lumbar, zona que soporta mal las bolsas llenas de intelectualidad, me fui a los taburetes con el vino aquel y con el ánimo ya por los gemelos, que tampoco se llevan muy bien con el transporte de la letra impresa.


Pues nada, pensaba yo, nos tomaremos esto -¡y a palo seco, qué disparate!- y nos
iremos a otro lado, o a casa.

Andaba yo reinando en estos planes, cuando veo al camarero que me sirvió – el otro no había concluido aún el Marca- que, en una pequeña tabla que tenía en la entrada de la cocina, estaba partiendo pan y chorizo. El chorizo y yo no tenemos nada que ver el uno con el otro. Vivo mejor sin él y no tengo planes de cambiar esta relación basada, de día, en la indiferencia y, de noche, en el puro rechazo. El caso es que aquel señor de voz tan queda partió dos rodajas de pan y otra dos de chorizo. Tomó un platito, una conchita -atención Argentina, que en España esto es un platito ovalado en donde te ponen una tapa, un aperitivo para acompañar la bebida- y puso allí las dos rebanaditas de pan y encima, con los mismos dedos con los que tomaba el dinero de los clientes al cobrarles la consumición, una rodaja de chorizo y ¡zas! la segunda rodaja fue a parar al suelo. Estoy seguro que esta segunda rodaja me había visto y había renunciado a un destino tan aciago como el de venir a situarse delante de mi para que la ninguneara con mi rechazo frontal.

A mí en estos casos se me dispara el olfato y olí que allí había espectáculo. Me concentré en la escena y observé el desenlace de la jugada. Fue seguramente la crisis, o el recuerdo de los tiempos del hambre, en la postguerra, o la ignorancia, o cualquiera sabe qué profundo resorte fue el que hizo que aquél respetable señor doblara el espinazo, sin siquiera mirar si estaba siendo observado o no, y recuperara del suelo aquella rebelde lonchita de chorizo, la situara encima de su correspondiente rebanadita de pan, en el platito, y que en seguida nos la trajera hasta donde estábamos. Con toda naturalidad y como si no hubiera ocurrido nada, nos depositó aquel manjar en la repisa, junto a la caña y al vinito de la ribera del Duero.

Cuando el tipo se dio la vuelta, el ánimo estaba ya por los tobillos. Y yo no sé si soy demasiado pacífico o demasiado tonto, pero no me apetece montar un cirio en estas situaciones y gastar todas las energía, las pocas que quedaban, luchando con un tipo desconocido que cualquiera sabe por dónde te va a salir. Ya lo he hecho en alguna ocasión -recuerdo una gloriosa, en Alicante- y he concluido que no merece la pena el esfuerzo. Así que pedí la cuenta -tres euros y pico- y nos fuimos a la calle. “Fíjate bien en este sitio...” es la frase clave que usamos para decidir que en ese lugar no se nos ha perdido nada y que por tanto no pensamos volver a él.

De vez en cuando pasan estas cosas. Todavía.

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